Artemis, joven de la Generación Z, sobre los caprichos: "Incluso cuando estoy endeudada, me sigo dando estos pequeños gustos
“Aunque sea por un momento, tengo acceso a un nivel de vida mejor”.
Artemis tiene 24 años, pertenece a la Generación Z y no esconde una realidad cada vez más común entre los jóvenes: aunque su situación económica sea ajustada —e incluso cuando arrastra deudas—, sigue reservándose pequeños caprichos cotidianos.
“Incluso cuando estoy endeudada, me sigo dando estos pequeños gustos”, reconoce sin dramatismo, al medio francés Le Point. Ella misma asume una forma de vivir marcada más por el presente que por la previsión a largo plazo.
Su historia es una entre tantas de jóvenes que han convertido los llamados pequeños placeres en una rutina emocional. Cafés especiales, dulces artesanos, ropa de segunda mano o un helado al final de una jornada larga se han convertido en microrecompensas que ayudan a sobrellevar el estrés laboral y la incertidumbre económica.
Gastar más de lo previsto
En el caso de Artemis, profesional del sector audiovisual, estos gestos funcionan como una válvula de escape. Según contó a Le Point, hace apenas unas semanas, tras un día especialmente agotador, se detuvo en el supermercado para comprarse un helado. “Era solo para recompensarme”, explica.
Este tipo de hábitos no son aislados. Según diversos estudios, más de la mitad de los jóvenes reconoce gastar más de lo previsto en este tipo de caprichos, y un porcentaje significativo lo hace incluso cuando sus cuentas no están equilibradas. Artemis pone como ejemplo que tras gastar más de lo habitual en el cumpleaños de una amiga, tuvo que recargar su cuenta bancaria varias veces en una sola semana. Aun así, siguió comprando cafés en su cafetería habitual, convenciéndose de que ya ajustaría el presupuesto el mes siguiente.
Lo que dicen los expertos
Lejos de verlo como una irresponsabilidad, muchos expertos interpretan este comportamiento como una respuesta a un contexto económico complicado. La Generación Z es una de las más afectadas por los bajos salarios, el encarecimiento de la vivienda y la dificultad para ahorrar.
En ese escenario, gastar en pequeños placeres se percibe como una manera de recuperar cierto control sobre la propia vida. “Es como sentir que, aunque sea por un momento, tengo acceso a un nivel de vida mejor”, explican jóvenes como Artemis.
Desde el punto de vista sociológico, esta forma de consumo está profundamente ligada a la búsqueda de bienestar inmediato. Para muchos jóvenes, el futuro resulta demasiado incierto como para convertirlo en el eje de todas sus decisiones. Por eso, priorizan el disfrute del presente, compensando estos gastos con recortes en otros ámbitos. No se trata tanto de despilfarro como de una nueva forma de gestionar el dinero, basada en el valor emocional de las experiencias.