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Este es el año en el que en España se batió el récord mundial de atracos a bancos

Este es el año en el que en España se batió el récord mundial de atracos a bancos

“¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!”.

Este es el año en el que en España se batió el récord mundial de atracos a bancos

“¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!”.

Este es el año en el que en España se batió el récord mundial de atracos a bancos

“¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!”.

Este es el año en el que en España se batió el récord mundial de atracos a bancos

“¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!”.

Este es el año en el que en España se batió el récord mundial de atracos a bancos

“¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!”.

Rápido botín en un banco.MAKSIMS_LIENE

En 1984, España vivió su propio récord mundial de atracos a bancos, un hito delictivo que reflejaba una sociedad sumida en el desempleo, la marginalidad y la epidemia de la heroína. Con 6.239 asaltos en solo un año, el país igualó las cifras de todo Estados Unidos en aquel momento. 

En una época donde el delito quinqui estaba en auge, una generación perdida en los barrios periféricos de las grandes ciudades, donde la desesperación llevó a miles de jóvenes a buscar dinero rápido para pagar su adicción.

En 1976, solo se registraron 108 asaltos a bancos en España. Ocho años después, el número se disparó a 6.239 atracos. El botín total ascendió a 4.000 millones de pesetas, lo que para la época eran 24 millones de euros, aunque en la mayoría de los robos los delincuentes apenas lograron llevarse 6.000 euros.

Su forma de actuar era entrar armados, a menudo con pistolas de juguete, gritar el clásico “¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!” , vaciar los cajones de los empleados y salir corriendo antes de que llegara la policía. En muchas ocasiones, lograban escabullirse entre los transeúntes.

La Policía, desbordada

Las fuerzas de seguridad no daban abasto. La emisora policial no paraba de lanzar alertas, mientras los atracos se extendían a gasolineras, farmacias, joyerías e incluso casas particulares. Según contaba El País por aquel entonces, en Madrid, por ejemplo, un día cualquiera se reportaban delitos tan diversos como un robo a punta de navaja por 35 pesetas, el hurto de cinco litros de gasolina o la sustracción de ruedas de automóviles. 

Las entidades bancarias, conscientes de la situación, comenzaron a reforzar la seguridad. Se instalaron cristales blindados, sistemas de alarma y dispositivos más precisos. Sin embargo, durante esos años, para realizar un atraco en un banco era tan fácil como robar en un supermercado, pero mucho más rentable.

Heroína y desesperación: el caldo de cultivo de la delincuencia

El problema no era solo la falta de vigilancia. España, en plena transición democrática, vivía una crisis social profunda. En Madrid había más de 200.000 desempleados, unas 35.000 chabolas y entre 10.000 y 20.000 heroinómanos. Para muchos jóvenes, la vida solo ofrecía dos caminos: trabajos precarios en la construcción y la hostelería, o la delincuencia. La segunda opción, al menos, aseguraba dinero rápido.

Los atracadores de bancos no eran criminales organizados. En su mayoría, eran jóvenes de barrios marginales, hijos de familias que habían emigrado del campo a la ciudad en busca de un futuro mejor. Se metieron en el círculo vicioso de la heroína, donde robar se convirtió en un medio para conseguir la siguiente dosis.

La crisis del sistema judicial

Otro factor que contribuyó al aumento del crimen fue la reforma Ledesma, impulsada por el ministro de Justicia de Felipe González. Esta ley permitió la excarcelación de miles de presos en prisión preventiva, muchos de los cuales volvieron a delinquir al salir a la calle sin oportunidades de reinserción.

El gobierno socialista, que había arrasado en las elecciones de 1982, fue duramente criticado por la oposición y la prensa conservadora. La percepción de inseguridad era total. Cada mañana, miles de ciudadanos se encontraban su coche sin radiocasete o con las ruedas robadas, reflejo de una sociedad en plena crisis delictiva.

El fin de una era

El fenómeno de los atracos a bancos comenzó a disminuir a finales de los 80 por varios factores como el mayor control policial y mejoras en la seguridad bancaria, el endurecimiento de las penas por delitos violentos y la devastación causada por la heroína, que acabó con muchos de los jóvenes que habían protagonizado aquellos asaltos.

Lo que quedó fue el recuerdo de una generación perdida, marcado por la marginación, la droga y la delincuencia. 1984 fue el año en que España batió el récord mundial de atracos a bancos, pero también fue el reflejo de una tragedia social que aún resuena en la memoria colectiva.

En 1984, España vivió su propio récord mundial de atracos a bancos, un hito delictivo que reflejaba una sociedad sumida en el desempleo, la marginalidad y la epidemia de la heroína. Con 6.239 asaltos en solo un año, el país igualó las cifras de todo Estados Unidos en aquel momento. 

En una época donde el delito quinqui estaba en auge, una generación perdida en los barrios periféricos de las grandes ciudades, donde la desesperación llevó a miles de jóvenes a buscar dinero rápido para pagar su adicción.

En 1976, solo se registraron 108 asaltos a bancos en España. Ocho años después, el número se disparó a 6.239 atracos. El botín total ascendió a 4.000 millones de pesetas, lo que para la época eran 24 millones de euros, aunque en la mayoría de los robos los delincuentes apenas lograron llevarse 6.000 euros.

Su forma de actuar era entrar armados, a menudo con pistolas de juguete, gritar el clásico “¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!” , vaciar los cajones de los empleados y salir corriendo antes de que llegara la policía. En muchas ocasiones, lograban escabullirse entre los transeúntes.

La Policía, desbordada

Las fuerzas de seguridad no daban abasto. La emisora policial no paraba de lanzar alertas, mientras los atracos se extendían a gasolineras, farmacias, joyerías e incluso casas particulares. Según contaba El País por aquel entonces, en Madrid, por ejemplo, un día cualquiera se reportaban delitos tan diversos como un robo a punta de navaja por 35 pesetas, el hurto de cinco litros de gasolina o la sustracción de ruedas de automóviles. 

Las entidades bancarias, conscientes de la situación, comenzaron a reforzar la seguridad. Se instalaron cristales blindados, sistemas de alarma y dispositivos más precisos. Sin embargo, durante esos años, para realizar un atraco en un banco era tan fácil como robar en un supermercado, pero mucho más rentable.

Heroína y desesperación: el caldo de cultivo de la delincuencia

El problema no era solo la falta de vigilancia. España, en plena transición democrática, vivía una crisis social profunda. En Madrid había más de 200.000 desempleados, unas 35.000 chabolas y entre 10.000 y 20.000 heroinómanos. Para muchos jóvenes, la vida solo ofrecía dos caminos: trabajos precarios en la construcción y la hostelería, o la delincuencia. La segunda opción, al menos, aseguraba dinero rápido.

Los atracadores de bancos no eran criminales organizados. En su mayoría, eran jóvenes de barrios marginales, hijos de familias que habían emigrado del campo a la ciudad en busca de un futuro mejor. Se metieron en el círculo vicioso de la heroína, donde robar se convirtió en un medio para conseguir la siguiente dosis.

La crisis del sistema judicial

Otro factor que contribuyó al aumento del crimen fue la reforma Ledesma, impulsada por el ministro de Justicia de Felipe González. Esta ley permitió la excarcelación de miles de presos en prisión preventiva, muchos de los cuales volvieron a delinquir al salir a la calle sin oportunidades de reinserción.

El gobierno socialista, que había arrasado en las elecciones de 1982, fue duramente criticado por la oposición y la prensa conservadora. La percepción de inseguridad era total. Cada mañana, miles de ciudadanos se encontraban su coche sin radiocasete o con las ruedas robadas, reflejo de una sociedad en plena crisis delictiva.

El fin de una era

El fenómeno de los atracos a bancos comenzó a disminuir a finales de los 80 por varios factores como el mayor control policial y mejoras en la seguridad bancaria, el endurecimiento de las penas por delitos violentos y la devastación causada por la heroína, que acabó con muchos de los jóvenes que habían protagonizado aquellos asaltos.

Lo que quedó fue el recuerdo de una generación perdida, marcado por la marginación, la droga y la delincuencia. 1984 fue el año en que España batió el récord mundial de atracos a bancos, pero también fue el reflejo de una tragedia social que aún resuena en la memoria colectiva.

En 1984, España vivió su propio récord mundial de atracos a bancos, un hito delictivo que reflejaba una sociedad sumida en el desempleo, la marginalidad y la epidemia de la heroína. Con 6.239 asaltos en solo un año, el país igualó las cifras de todo Estados Unidos en aquel momento. 

En una época donde el delito quinqui estaba en auge, una generación perdida en los barrios periféricos de las grandes ciudades, donde la desesperación llevó a miles de jóvenes a buscar dinero rápido para pagar su adicción.

En 1976, solo se registraron 108 asaltos a bancos en España. Ocho años después, el número se disparó a 6.239 atracos. El botín total ascendió a 4.000 millones de pesetas, lo que para la época eran 24 millones de euros, aunque en la mayoría de los robos los delincuentes apenas lograron llevarse 6.000 euros.

Su forma de actuar era entrar armados, a menudo con pistolas de juguete, gritar el clásico “¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!” , vaciar los cajones de los empleados y salir corriendo antes de que llegara la policía. En muchas ocasiones, lograban escabullirse entre los transeúntes.

La Policía, desbordada

Las fuerzas de seguridad no daban abasto. La emisora policial no paraba de lanzar alertas, mientras los atracos se extendían a gasolineras, farmacias, joyerías e incluso casas particulares. Según contaba El País por aquel entonces, en Madrid, por ejemplo, un día cualquiera se reportaban delitos tan diversos como un robo a punta de navaja por 35 pesetas, el hurto de cinco litros de gasolina o la sustracción de ruedas de automóviles. 

Las entidades bancarias, conscientes de la situación, comenzaron a reforzar la seguridad. Se instalaron cristales blindados, sistemas de alarma y dispositivos más precisos. Sin embargo, durante esos años, para realizar un atraco en un banco era tan fácil como robar en un supermercado, pero mucho más rentable.

Heroína y desesperación: el caldo de cultivo de la delincuencia

El problema no era solo la falta de vigilancia. España, en plena transición democrática, vivía una crisis social profunda. En Madrid había más de 200.000 desempleados, unas 35.000 chabolas y entre 10.000 y 20.000 heroinómanos. Para muchos jóvenes, la vida solo ofrecía dos caminos: trabajos precarios en la construcción y la hostelería, o la delincuencia. La segunda opción, al menos, aseguraba dinero rápido.

Los atracadores de bancos no eran criminales organizados. En su mayoría, eran jóvenes de barrios marginales, hijos de familias que habían emigrado del campo a la ciudad en busca de un futuro mejor. Se metieron en el círculo vicioso de la heroína, donde robar se convirtió en un medio para conseguir la siguiente dosis.

La crisis del sistema judicial

Otro factor que contribuyó al aumento del crimen fue la reforma Ledesma, impulsada por el ministro de Justicia de Felipe González. Esta ley permitió la excarcelación de miles de presos en prisión preventiva, muchos de los cuales volvieron a delinquir al salir a la calle sin oportunidades de reinserción.

El gobierno socialista, que había arrasado en las elecciones de 1982, fue duramente criticado por la oposición y la prensa conservadora. La percepción de inseguridad era total. Cada mañana, miles de ciudadanos se encontraban su coche sin radiocasete o con las ruedas robadas, reflejo de una sociedad en plena crisis delictiva.

El fin de una era

El fenómeno de los atracos a bancos comenzó a disminuir a finales de los 80 por varios factores como el mayor control policial y mejoras en la seguridad bancaria, el endurecimiento de las penas por delitos violentos y la devastación causada por la heroína, que acabó con muchos de los jóvenes que habían protagonizado aquellos asaltos.

Lo que quedó fue el recuerdo de una generación perdida, marcado por la marginación, la droga y la delincuencia. 1984 fue el año en que España batió el récord mundial de atracos a bancos, pero también fue el reflejo de una tragedia social que aún resuena en la memoria colectiva.

En 1984, España vivió su propio récord mundial de atracos a bancos, un hito delictivo que reflejaba una sociedad sumida en el desempleo, la marginalidad y la epidemia de la heroína. Con 6.239 asaltos en solo un año, el país igualó las cifras de todo Estados Unidos en aquel momento. 

En una época donde el delito quinqui estaba en auge, una generación perdida en los barrios periféricos de las grandes ciudades, donde la desesperación llevó a miles de jóvenes a buscar dinero rápido para pagar su adicción.

En 1976, solo se registraron 108 asaltos a bancos en España. Ocho años después, el número se disparó a 6.239 atracos. El botín total ascendió a 4.000 millones de pesetas, lo que para la época eran 24 millones de euros, aunque en la mayoría de los robos los delincuentes apenas lograron llevarse 6.000 euros.

Su forma de actuar era entrar armados, a menudo con pistolas de juguete, gritar el clásico “¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!” , vaciar los cajones de los empleados y salir corriendo antes de que llegara la policía. En muchas ocasiones, lograban escabullirse entre los transeúntes.

La Policía, desbordada

Las fuerzas de seguridad no daban abasto. La emisora policial no paraba de lanzar alertas, mientras los atracos se extendían a gasolineras, farmacias, joyerías e incluso casas particulares. Según contaba El País por aquel entonces, en Madrid, por ejemplo, un día cualquiera se reportaban delitos tan diversos como un robo a punta de navaja por 35 pesetas, el hurto de cinco litros de gasolina o la sustracción de ruedas de automóviles. 

Las entidades bancarias, conscientes de la situación, comenzaron a reforzar la seguridad. Se instalaron cristales blindados, sistemas de alarma y dispositivos más precisos. Sin embargo, durante esos años, para realizar un atraco en un banco era tan fácil como robar en un supermercado, pero mucho más rentable.

Heroína y desesperación: el caldo de cultivo de la delincuencia

El problema no era solo la falta de vigilancia. España, en plena transición democrática, vivía una crisis social profunda. En Madrid había más de 200.000 desempleados, unas 35.000 chabolas y entre 10.000 y 20.000 heroinómanos. Para muchos jóvenes, la vida solo ofrecía dos caminos: trabajos precarios en la construcción y la hostelería, o la delincuencia. La segunda opción, al menos, aseguraba dinero rápido.

Los atracadores de bancos no eran criminales organizados. En su mayoría, eran jóvenes de barrios marginales, hijos de familias que habían emigrado del campo a la ciudad en busca de un futuro mejor. Se metieron en el círculo vicioso de la heroína, donde robar se convirtió en un medio para conseguir la siguiente dosis.

La crisis del sistema judicial

Otro factor que contribuyó al aumento del crimen fue la reforma Ledesma, impulsada por el ministro de Justicia de Felipe González. Esta ley permitió la excarcelación de miles de presos en prisión preventiva, muchos de los cuales volvieron a delinquir al salir a la calle sin oportunidades de reinserción.

El gobierno socialista, que había arrasado en las elecciones de 1982, fue duramente criticado por la oposición y la prensa conservadora. La percepción de inseguridad era total. Cada mañana, miles de ciudadanos se encontraban su coche sin radiocasete o con las ruedas robadas, reflejo de una sociedad en plena crisis delictiva.

El fin de una era

El fenómeno de los atracos a bancos comenzó a disminuir a finales de los 80 por varios factores como el mayor control policial y mejoras en la seguridad bancaria, el endurecimiento de las penas por delitos violentos y la devastación causada por la heroína, que acabó con muchos de los jóvenes que habían protagonizado aquellos asaltos.

Lo que quedó fue el recuerdo de una generación perdida, marcado por la marginación, la droga y la delincuencia. 1984 fue el año en que España batió el récord mundial de atracos a bancos, pero también fue el reflejo de una tragedia social que aún resuena en la memoria colectiva.

En 1984, España vivió su propio récord mundial de atracos a bancos, un hito delictivo que reflejaba una sociedad sumida en el desempleo, la marginalidad y la epidemia de la heroína. Con 6.239 asaltos en solo un año, el país igualó las cifras de todo Estados Unidos en aquel momento. 

En una época donde el delito quinqui estaba en auge, una generación perdida en los barrios periféricos de las grandes ciudades, donde la desesperación llevó a miles de jóvenes a buscar dinero rápido para pagar su adicción.

En 1976, solo se registraron 108 asaltos a bancos en España. Ocho años después, el número se disparó a 6.239 atracos. El botín total ascendió a 4.000 millones de pesetas, lo que para la época eran 24 millones de euros, aunque en la mayoría de los robos los delincuentes apenas lograron llevarse 6.000 euros.

Su forma de actuar era entrar armados, a menudo con pistolas de juguete, gritar el clásico “¡Esto es un atraco, todo el mundo al suelo!” , vaciar los cajones de los empleados y salir corriendo antes de que llegara la policía. En muchas ocasiones, lograban escabullirse entre los transeúntes.

La Policía, desbordada

Las fuerzas de seguridad no daban abasto. La emisora policial no paraba de lanzar alertas, mientras los atracos se extendían a gasolineras, farmacias, joyerías e incluso casas particulares. Según contaba El País por aquel entonces, en Madrid, por ejemplo, un día cualquiera se reportaban delitos tan diversos como un robo a punta de navaja por 35 pesetas, el hurto de cinco litros de gasolina o la sustracción de ruedas de automóviles. 

Las entidades bancarias, conscientes de la situación, comenzaron a reforzar la seguridad. Se instalaron cristales blindados, sistemas de alarma y dispositivos más precisos. Sin embargo, durante esos años, para realizar un atraco en un banco era tan fácil como robar en un supermercado, pero mucho más rentable.

Heroína y desesperación: el caldo de cultivo de la delincuencia

El problema no era solo la falta de vigilancia. España, en plena transición democrática, vivía una crisis social profunda. En Madrid había más de 200.000 desempleados, unas 35.000 chabolas y entre 10.000 y 20.000 heroinómanos. Para muchos jóvenes, la vida solo ofrecía dos caminos: trabajos precarios en la construcción y la hostelería, o la delincuencia. La segunda opción, al menos, aseguraba dinero rápido.

Los atracadores de bancos no eran criminales organizados. En su mayoría, eran jóvenes de barrios marginales, hijos de familias que habían emigrado del campo a la ciudad en busca de un futuro mejor. Se metieron en el círculo vicioso de la heroína, donde robar se convirtió en un medio para conseguir la siguiente dosis.

La crisis del sistema judicial

Otro factor que contribuyó al aumento del crimen fue la reforma Ledesma, impulsada por el ministro de Justicia de Felipe González. Esta ley permitió la excarcelación de miles de presos en prisión preventiva, muchos de los cuales volvieron a delinquir al salir a la calle sin oportunidades de reinserción.

El gobierno socialista, que había arrasado en las elecciones de 1982, fue duramente criticado por la oposición y la prensa conservadora. La percepción de inseguridad era total. Cada mañana, miles de ciudadanos se encontraban su coche sin radiocasete o con las ruedas robadas, reflejo de una sociedad en plena crisis delictiva.

El fin de una era

El fenómeno de los atracos a bancos comenzó a disminuir a finales de los 80 por varios factores como el mayor control policial y mejoras en la seguridad bancaria, el endurecimiento de las penas por delitos violentos y la devastación causada por la heroína, que acabó con muchos de los jóvenes que habían protagonizado aquellos asaltos.

Lo que quedó fue el recuerdo de una generación perdida, marcado por la marginación, la droga y la delincuencia. 1984 fue el año en que España batió el récord mundial de atracos a bancos, pero también fue el reflejo de una tragedia social que aún resuena en la memoria colectiva.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

Sobre qué temas escribo

Tengo el privilegio de escribir sobre una amplia variedad de temas, con un enfoque que abarca tanto actualidad como estilo de vida. Escribo con la intención de contarte historias que te interesen y ofrecerte información que hagan tu vida un poco más fácil.


Te ayudo a no caer en estafas, te doy consejos de salud y cuidado personal, además de recomendaciones de destinos para tu próximo viaje.


Mis artículos son un surtido de historias curiosas, viajes, cultura, estilo de vida, naturaleza, ¡y mucho más! Mi objetivo es despertar tu curiosidad y acompañarte con lecturas útiles y entretenidas.

  

Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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