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La razón por la que las personas de la Edad Media dormían en siniestros armarios-cama

La razón por la que las personas de la Edad Media dormían en siniestros armarios-cama

Dormir era parte de su vida social.

La razón por la que las personas de la Edad Media dormían en siniestros armarios-cama

Dormir era parte de su vida social.

La razón por la que las personas de la Edad Media dormían en siniestros armarios-cama

Dormir era parte de su vida social.

La razón por la que las personas de la Edad Media dormían en siniestros armarios-cama

Dormir era parte de su vida social.

La razón por la que las personas de la Edad Media dormían en siniestros armarios-cama

Dormir era parte de su vida social.

Una camaStephenSimpsonInc. 858 736 6541 stefuzc@san.rr.com

Aunque la cama sea sinónimo de confort y descanso, en la Edad Media muchas personas dormían en lo que podría parecer un siniestro mueble sacado de una película de terror, los llamados armarios-cama. 

Estos curiosos habitáculos de madera fueron una solución muy popular en Europa desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX, sobre todo en zonas rurales de países como Francia, Escocia o los Países Bajos.

Lejos de ser un capricho decorativo o una rareza, el armario-cama respondía a necesidades muy concretas de la época. Su diseño, semejante al de una caja de madera con puertas o cortinas, permitía a sus ocupantes resguardarse del frío extremo, un factor crucial durante los crudos inviernos de la llamada Pequeña Edad del Hielo que abarcó los siglos XIV al XIX. 

Fue una época donde las temperaturas bajaban drásticamente y las casas en aquellos tiempos apenas contaban con calefacción. Dormir en el interior de estas estructuras permitía conservar el calor corporal y protegerse del frío del exterior o la humedad del suelo.

Un diseño práctico

Además, estos muebles suponían un importante ahorro de espacio en hogares donde cada metro cuadrado contaba. Los modelos más simples eran utilizados por las clases trabajadoras, mientras que las familias adineradas encargaban versiones ricamente decoradas con tallas o pinturas.

Algunos armarios-cama eran tan amplios que podían albergar a más de una persona, incluso a familias enteras, a pesar de la incomodidad o el riesgo de asfixia que hoy en día nos parecería inaceptable. 

Pero más allá del mueble en sí, la manera en que se dormía también era muy distinta. Según el historiador Roger Ekirch, el patrón de sueño de la época era "bifásico". Las personas dormían en dos bloques de tiempo separados: un primer sueño que comenzaba al anochecer y duraba hasta medianoche o un poco más, seguido de un período de vigilia de una o dos horas, durante el cual la gente rezaba, conversaba, comía, reflexionaba sobre sus sueños o incluso visitaba a los vecinos. Luego venía el segundo sueño, que duraba hasta el amanecer.

Este estilo de vida muestra cómo el sueño, lejos de ser una actividad privada y solitaria, formaba parte del la vida social. Dormir era, en muchos sentidos, una experiencia compartida, tanto por necesidad como por costumbre.

Aunque la cama sea sinónimo de confort y descanso, en la Edad Media muchas personas dormían en lo que podría parecer un siniestro mueble sacado de una película de terror, los llamados armarios-cama. 

Estos curiosos habitáculos de madera fueron una solución muy popular en Europa desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX, sobre todo en zonas rurales de países como Francia, Escocia o los Países Bajos.

Lejos de ser un capricho decorativo o una rareza, el armario-cama respondía a necesidades muy concretas de la época. Su diseño, semejante al de una caja de madera con puertas o cortinas, permitía a sus ocupantes resguardarse del frío extremo, un factor crucial durante los crudos inviernos de la llamada Pequeña Edad del Hielo que abarcó los siglos XIV al XIX. 

Fue una época donde las temperaturas bajaban drásticamente y las casas en aquellos tiempos apenas contaban con calefacción. Dormir en el interior de estas estructuras permitía conservar el calor corporal y protegerse del frío del exterior o la humedad del suelo.

Un diseño práctico

Además, estos muebles suponían un importante ahorro de espacio en hogares donde cada metro cuadrado contaba. Los modelos más simples eran utilizados por las clases trabajadoras, mientras que las familias adineradas encargaban versiones ricamente decoradas con tallas o pinturas.

Algunos armarios-cama eran tan amplios que podían albergar a más de una persona, incluso a familias enteras, a pesar de la incomodidad o el riesgo de asfixia que hoy en día nos parecería inaceptable. 

Pero más allá del mueble en sí, la manera en que se dormía también era muy distinta. Según el historiador Roger Ekirch, el patrón de sueño de la época era "bifásico". Las personas dormían en dos bloques de tiempo separados: un primer sueño que comenzaba al anochecer y duraba hasta medianoche o un poco más, seguido de un período de vigilia de una o dos horas, durante el cual la gente rezaba, conversaba, comía, reflexionaba sobre sus sueños o incluso visitaba a los vecinos. Luego venía el segundo sueño, que duraba hasta el amanecer.

Este estilo de vida muestra cómo el sueño, lejos de ser una actividad privada y solitaria, formaba parte del la vida social. Dormir era, en muchos sentidos, una experiencia compartida, tanto por necesidad como por costumbre.

Aunque la cama sea sinónimo de confort y descanso, en la Edad Media muchas personas dormían en lo que podría parecer un siniestro mueble sacado de una película de terror, los llamados armarios-cama. 

Estos curiosos habitáculos de madera fueron una solución muy popular en Europa desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX, sobre todo en zonas rurales de países como Francia, Escocia o los Países Bajos.

Lejos de ser un capricho decorativo o una rareza, el armario-cama respondía a necesidades muy concretas de la época. Su diseño, semejante al de una caja de madera con puertas o cortinas, permitía a sus ocupantes resguardarse del frío extremo, un factor crucial durante los crudos inviernos de la llamada Pequeña Edad del Hielo que abarcó los siglos XIV al XIX. 

Fue una época donde las temperaturas bajaban drásticamente y las casas en aquellos tiempos apenas contaban con calefacción. Dormir en el interior de estas estructuras permitía conservar el calor corporal y protegerse del frío del exterior o la humedad del suelo.

Un diseño práctico

Además, estos muebles suponían un importante ahorro de espacio en hogares donde cada metro cuadrado contaba. Los modelos más simples eran utilizados por las clases trabajadoras, mientras que las familias adineradas encargaban versiones ricamente decoradas con tallas o pinturas.

Algunos armarios-cama eran tan amplios que podían albergar a más de una persona, incluso a familias enteras, a pesar de la incomodidad o el riesgo de asfixia que hoy en día nos parecería inaceptable. 

Pero más allá del mueble en sí, la manera en que se dormía también era muy distinta. Según el historiador Roger Ekirch, el patrón de sueño de la época era "bifásico". Las personas dormían en dos bloques de tiempo separados: un primer sueño que comenzaba al anochecer y duraba hasta medianoche o un poco más, seguido de un período de vigilia de una o dos horas, durante el cual la gente rezaba, conversaba, comía, reflexionaba sobre sus sueños o incluso visitaba a los vecinos. Luego venía el segundo sueño, que duraba hasta el amanecer.

Este estilo de vida muestra cómo el sueño, lejos de ser una actividad privada y solitaria, formaba parte del la vida social. Dormir era, en muchos sentidos, una experiencia compartida, tanto por necesidad como por costumbre.

Aunque la cama sea sinónimo de confort y descanso, en la Edad Media muchas personas dormían en lo que podría parecer un siniestro mueble sacado de una película de terror, los llamados armarios-cama. 

Estos curiosos habitáculos de madera fueron una solución muy popular en Europa desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX, sobre todo en zonas rurales de países como Francia, Escocia o los Países Bajos.

Lejos de ser un capricho decorativo o una rareza, el armario-cama respondía a necesidades muy concretas de la época. Su diseño, semejante al de una caja de madera con puertas o cortinas, permitía a sus ocupantes resguardarse del frío extremo, un factor crucial durante los crudos inviernos de la llamada Pequeña Edad del Hielo que abarcó los siglos XIV al XIX. 

Fue una época donde las temperaturas bajaban drásticamente y las casas en aquellos tiempos apenas contaban con calefacción. Dormir en el interior de estas estructuras permitía conservar el calor corporal y protegerse del frío del exterior o la humedad del suelo.

Un diseño práctico

Además, estos muebles suponían un importante ahorro de espacio en hogares donde cada metro cuadrado contaba. Los modelos más simples eran utilizados por las clases trabajadoras, mientras que las familias adineradas encargaban versiones ricamente decoradas con tallas o pinturas.

Algunos armarios-cama eran tan amplios que podían albergar a más de una persona, incluso a familias enteras, a pesar de la incomodidad o el riesgo de asfixia que hoy en día nos parecería inaceptable. 

Pero más allá del mueble en sí, la manera en que se dormía también era muy distinta. Según el historiador Roger Ekirch, el patrón de sueño de la época era "bifásico". Las personas dormían en dos bloques de tiempo separados: un primer sueño que comenzaba al anochecer y duraba hasta medianoche o un poco más, seguido de un período de vigilia de una o dos horas, durante el cual la gente rezaba, conversaba, comía, reflexionaba sobre sus sueños o incluso visitaba a los vecinos. Luego venía el segundo sueño, que duraba hasta el amanecer.

Este estilo de vida muestra cómo el sueño, lejos de ser una actividad privada y solitaria, formaba parte del la vida social. Dormir era, en muchos sentidos, una experiencia compartida, tanto por necesidad como por costumbre.

Aunque la cama sea sinónimo de confort y descanso, en la Edad Media muchas personas dormían en lo que podría parecer un siniestro mueble sacado de una película de terror, los llamados armarios-cama. 

Estos curiosos habitáculos de madera fueron una solución muy popular en Europa desde la Edad Media hasta mediados del siglo XX, sobre todo en zonas rurales de países como Francia, Escocia o los Países Bajos.

Lejos de ser un capricho decorativo o una rareza, el armario-cama respondía a necesidades muy concretas de la época. Su diseño, semejante al de una caja de madera con puertas o cortinas, permitía a sus ocupantes resguardarse del frío extremo, un factor crucial durante los crudos inviernos de la llamada Pequeña Edad del Hielo que abarcó los siglos XIV al XIX. 

Fue una época donde las temperaturas bajaban drásticamente y las casas en aquellos tiempos apenas contaban con calefacción. Dormir en el interior de estas estructuras permitía conservar el calor corporal y protegerse del frío del exterior o la humedad del suelo.

Un diseño práctico

Además, estos muebles suponían un importante ahorro de espacio en hogares donde cada metro cuadrado contaba. Los modelos más simples eran utilizados por las clases trabajadoras, mientras que las familias adineradas encargaban versiones ricamente decoradas con tallas o pinturas.

Algunos armarios-cama eran tan amplios que podían albergar a más de una persona, incluso a familias enteras, a pesar de la incomodidad o el riesgo de asfixia que hoy en día nos parecería inaceptable. 

Pero más allá del mueble en sí, la manera en que se dormía también era muy distinta. Según el historiador Roger Ekirch, el patrón de sueño de la época era "bifásico". Las personas dormían en dos bloques de tiempo separados: un primer sueño que comenzaba al anochecer y duraba hasta medianoche o un poco más, seguido de un período de vigilia de una o dos horas, durante el cual la gente rezaba, conversaba, comía, reflexionaba sobre sus sueños o incluso visitaba a los vecinos. Luego venía el segundo sueño, que duraba hasta el amanecer.

Este estilo de vida muestra cómo el sueño, lejos de ser una actividad privada y solitaria, formaba parte del la vida social. Dormir era, en muchos sentidos, una experiencia compartida, tanto por necesidad como por costumbre.

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Soy redactora en El HuffPost España, donde te cuento las historias más curiosas y te intento ayudar a encontrar esos detalles que marcan la diferencia en la vida cotidiana.

 

Sobre qué temas escribo

Tengo el privilegio de escribir sobre una amplia variedad de temas, con un enfoque que abarca tanto actualidad como estilo de vida. Escribo con la intención de contarte historias que te interesen y ofrecerte información que hagan tu vida un poco más fácil.


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Mis artículos son un surtido de historias curiosas, viajes, cultura, estilo de vida, naturaleza, ¡y mucho más! Mi objetivo es despertar tu curiosidad y acompañarte con lecturas útiles y entretenidas.

  

Mi trayectoria

Soy madrileña, pero con raíces en Castilla-La Mancha. Estudié Periodismo en la Universidad Ceu San Pablo, aunque siempre digo que mi verdadera escuela ha sido El HuffPost, el lugar donde escribí mis primeras líneas como periodista. Empecé como becaria y ahora colaboro en este medio que me ha visto crecer.


Mi pasión por el periodismo nació en la infancia, cuando dibujaba las portadas de los medios deportivos y soñaba con convertirme en una de aquellas reporteras que veía en la televisión.

 


 

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