'La nariz', como todo lo que es bello y hermoso

'La nariz', como todo lo que es bello y hermoso

El elenco de 'La nariz' en un momento de la representación.Javier del Real

¿Se imagina que su nariz se independizase? Es decir, decidiese irse a otra parte y dejar el cuerpo, su cuerpo. ¿Qué haría usted? Buscarla, ¿verdad? Eso es lo que plantea La nariz, la ópera de Shostakóvich, basada en un cuento de Gógol que acaba de estrenarse en el Teatro Real. La historia de un funcionario ruso que una mañana se levanta sin nariz y sus funciones olfativas, y tiene que salir a buscarla.

Teatro que ha recurrido a dos buenos directores: el director musical Mark Wigglesworth y el de escena Barrie Kosky. Grandes, a la vez que seguras, apuestas para montar una ópera de estas características. El primero porque es un experto en el repertorio del siglo XX. El segundo porque ha conseguido poner a la Komische Oper de Berlín en todo lo alto, y eso que en esa ciudad compite con la ópera de Unter den Linden Staatsoper. Además de haber triunfado en Madrid con otros montajes.

  Martin Winkler en 'La nariz'.Javier del Real

De los cantantes ya ni hablamos. La ópera tiene tantos personajes, más de ochenta, que el elenco es, como los menús de los grandes restaurantes: largo y extenso. Aún así tienen que doblar o triplicar personajes. En cualquier caso, hay que destacar la gran labor que hace Martin Winkler, que asume el papel del funcionario del que huye su nariz. Un cantante que se muestra como un gran actor y un clown. Por eso funciona lo que canta y cómo lo canta. Pues lo canta desde el asombro y la payasada.

Y, aunque lo mejor de esta producción es la música, tanto en el qué como en el cómo suena, se debe reconocer que no suena ni a opereta ni a comedia. Lo que se oye es lo que habitualmente se describe como ópera contemporánea. Adjetivo que, musicalmente hablando, hay que reconocer que no suele remitir a la alegría. Descripción que le hace un flaco favor a esta obra, más que nada porque tiene casi cien años y ya ha llovido desde entonces en esto del teatro musical.

Además que desde que la Metropolitan Opera House de Nueva York le encargase una producción a William Kentridge, se ha ido incorporando como ópera de repertorio en muchos de los grandes teatros del mundo. Sin ir más lejos, el montaje que se ve en Madrid es una coproducción con varios teatros: la Royal Opera House de Londres, la Komische Oper de Berlín y la icónica Ópera Australia de Sídney.

Entonces ¿qué ofrece esta propuesta? Como ya se ha dicho ofrece una muy buena dirección musical que consigue que la orquesta titular del teatro suene como si lo suyo fuese este tipo de óperas, y nada más. Por primera vez, la individualización del sonido de algún que otro instrumento, sobre todo la percusión, no distrae ni monopoliza la atención del espectador. Sino que funciona a modo de acentos musicales que destacan sobre una trama sonora que varía a lo largo del tiempo que transcurre la representación.

  Número de claqué de 'La nariz'.Javier del Real

Barrie Kosky el director de escena también se aplica y se ajusta a lo que sabe hacer. Y lo hace bien creando imágenes atractivas. Imágenes que, si no fuera por los sobretítulos que hay que leer para poder enterarse de lo que dicen, mantienen la mirada en el escenario cada vez que se abre el telón. Un telón que se abre y se cierra muchas veces, pues su propuesta está trabajada en escenas.

Lo que, por un lado, disloca la acción. Como si fueran ilustraciones de un libro,  hechas a modo de chistes o pequeñas bromas en las que se pierde el conjunto. Como un montón de árboles que impidiesen ver el bosque.

Porque con este montaje poco o nada se sabe de los motivos que llevan a la nariz a independizarse. Y si fuera por el mal olor que desprenden las manos del barbero que al inicio afeita al protagonista, es un olor que, tras la primera escena, habría desaparecido.

Esta forma de montar le permite insertar un número de claqué de narices. Sí, hay que escribirlo en cursiva, porque son un montón de narices bailando y porque es puro espectáculo. Y que provoca lo que ha pasado poco o nunca en este teatro. Que es que, en vez de aplaudir las arias cantadas por las divas o divos del momento, se interrumpa la representación para aplaudir un número de baile.

Un cuerpo de baile que está muy bien jugado en las escenas en las que aparecen. A modo de elemento surrealista y de película musical de las antiguas, de las clásicas. El tipo de cine que el público de cierta edad, el mayoritario del teatro, y de los 'viejóvenes' asimilados disfrutan cantidad. En este caso un cuerpo de baile muy suigéneris, ya que se puede decir que se moderniza, por eso que son, o se ven en la distancia, como hombres o mujeres barbudas vestidas con corsés y tacones. Al estilo de cabaret o de varietés de los cafés cantantes.

En cierto modo, todos los montajes de Barrie Kosky recurren siempre a la misma poética. Una poética de aspecto vintage inspirada en el cine mudo o en el de blanco y negro. De ahí la gama cromática tan marcada o con tanto acento en un color y su gama y el juego con la misma. Donde el protagonismo lo adquiere el tono que le da a dicho color.

Todo esto permite mostrar cuadros vivientes a la manera de una exposición en una pinacoteca. En los que recrear la mirada, distraer la vista. A la vez que uno puede dejar descansar el cerebro, si es que alguna vez descansa. Pues más allá de la broma o el chiste, poco más cuenta. Ni sobre la sociedad en la que sucede, ni sobre nosotros.

Y, aunque se produce alguna que otra deserción, muy pocas, el personal sale contento después de haber aplaudido a rabiar. Más a lo visual que a lo sonoro. Lo primero muy agradable y complaciente. Lo segundo, mucho más exigente. Como todo lo que es bello o hermoso.