Sorprende que en esta catedral de La Rioja se conserve un gallinero medieval fruto de una historia de leyenda
Un símbolo viviente de una historia que entrelaza fe, memoria y tradición.

Las catedrales atesoran una riqueza arquitectónica y artística incomparable, donde conviven historias, leyendas y maravillas que siguen asombrando al visitante. Eso sí, es poco habitual entrar en una catedral y toparse con un gallinero. Sin embargo, en la Catedral del Salvador de Santo Domingo de la Calzada esto es una realidad y uno de sus mayores reclamos: desde la Edad Media existe una pequeña estructura donde viven un gallo y una gallina.
El gallinero, colocado en el brazo derecho del transepto, data del siglo XV y hoy forma parte del patrimonio vivo del templo, cuya mezcla de estilos atrae a peregrinos y visitantes: del románico temprano al gótico y con añadidos barrocos y renacentistas. Más concretamente, la construcción del gallinero se estima que fue en 1460 y hoy se sitúa enfrente de la tumba de Santo Domingo de la Calzada, evocando una historia milagrosa ligada al Camino de Santiago.
La presencia de estas aves en el interior del edificio convierte a la catedral en una de las paradas indispensables para quienes recorren la ruta jacobea. Lejos de ser solo una anécdota turística, la tradición tiene reflejo material y de conservación: las aves se mantienen como testimonio viviente del relato y se renuevan periódicamente siguiendo costumbres que han pasado de generación en generación, preservando así un símbolo único de identidad histórica.
Una leyenda milagrosa
Según recoge La Rioja Turismo, la leyenda cuenta que un matrimonio alemán viajaba a Santiago con su hijo, Hugonell, cuando hicieron parada en un mesón de Santo Domingo. Al llegar, la hija del posadero se encaprichó del joven y, al sentirse rechazada, decidió vengarse escondiendo una copa de plata en su equipaje. Cuando la familia abandonó la ciudad, la joven denunció el robo, de forma que Hugonell fue detenido, hallado “culpable” y condenado a la horca.
A la mañana siguiente, sus padres acudieron a despedirse y descubrieron atónitos que seguía con vida gracias a la intercesión de Santo Domingo. Al comunicar el prodigio al corregidor de la ciudad, este se burló diciendo que el muchacho estaría tan vivo como el gallo y la gallina asados que tenía ante sí. Fue justo en ese momento cuando las aves resucitaron y comenzaron a cacarear, sellando para siempre la leyenda.
Para muchos peregrinos y viajeros, el gallinero de Santo Domingo es un símbolo viviente de las historias que entrelazan fe, memoria y tradición en las rutas jacobeas. Aunque la catedral es mucho más que esta pequeña estructura: su retablo mayor de alabastro y nogal, la sillería plateresca del coro y el conjunto funerario del propio Santo Domingo complementan la visita, que combina arte, historia y folklore en un solo recorrido.
