Una particular torre de 8 metros aspira a ser una excelente casa de vacaciones: “La idea nació en la mesa de la cerveza”
Un viejo aerogenerador se ha convertido en un singular alojamiento en Alemania.

No tiene forma de casa, pero lo será. Ni está junto al mar ni entre bosques, sino en medio de lo que fue una mina de carbón. A 8 metros de altura, en el corazón de Brandeburgo, Alemania, una torre de aerogenerador se ha convertido en la promesa de una nueva vida: la de una casa de vacaciones suspendida entre el pasado industrial y el futuro sostenible.
Desde su balcón se ve el lago Bergheider See, surgido tras inundar el antiguo tajo minero de Klettwitz-Nord. En el horizonte, la F60 (una descomunal máquina de acero que antaño transportaba toneladas de tierra) se alza ahora como una escultura, recordando los años en que el carbón era el pulso de la región. Hoy, donde antes rugían las excavadoras, solo se escucha el viento.
El cilindro, anclado a la estructura de un aerogenerador que no está en funcionamiento, alberga un apartamento circular de ochenta metros cuadrados. Dentro ya están listos el baño, la cocina y el dormitorio; solo falta el salón para que los primeros huéspedes puedan estrenar este refugio que parece flotar sobre el paisaje. Su creador, Gottfried Richter, lo resume con serenidad: “Queríamos demostrar que una instalación industrial puede transformarse en un espacio habitable y atractivo”, explicó a Focus Online.
No hubo un plan maestro ni un concurso internacional de arquitectura. “La idea nació en la mesa de la cerveza”, confiesa entre risas. De aquella charla improvisada surgió un proyecto tan improbable como hermoso: un hogar redondo sobre un pasado cuadrado. El coste final supera el medio millón de euros, financiado por empresas locales y por el Ministerio Federal de Economía, que aportó 150.000. Una inversión elevada para un único experimento, admite Richter, pero también una declaración de intenciones: “No habrá otro igual”.
La torre se ha convertido ya en un pequeño icono para el turismo de Brandeburgo. “Aporta atención y complementa el atractivo de la F60, la mayor máquina móvil del mundo”, señala Christian Woronka, director de la empresa pública Tourismus-Marketing Brandenburg. Más allá del reclamo, el proyecto encarna una idea poderosa: la de reutilizar lo que parecía condenado al óxido, la de practicar el upcycling no como moda, sino como gesto cultural.
Alemania afronta ahora el fin de ciclo de miles de aerogeneradores. Según el Instituto Federal de Medioambiente, el noventa por ciento de sus materiales puede reciclarse con facilidad, pero las palas siguen siendo un quebradero de cabeza: compuestas por fibras y resinas imposibles de separar, apenas tienen salida. “Me habría encantado usarlas como escalones”, admite Richter. “Pero el material no está aprobado para eso”.
Algunos sí han logrado darles otra vida. En Dresde, la empresa Wings for Living transforma las palas de molinos retirados en bancos, mesas y jardineras, en colaboración con la firma polaca Anmet y estudiantes de diseño. Su trabajo demuestra que el viento no solo mueve turbinas: también puede mover ideas.
En Brandeburgo, la torre espera ya su inauguración. No tendrá jardín ni tejado a dos aguas, pero ofrece algo más valioso: la sensación de estar habitando el futuro. Un refugio de acero y vidrio que convierte la memoria industrial en descanso, el ruido en silencio, la fuerza del viento en una promesa de calma.
