Si pudiera volver a esos días, esas semanas o esos meses anteriores a la muerte de Patrick, lo único que sé que haría con certeza es llamarle por teléfono. Le diría que no sólo le quiero porque es mi deber como hermano. Le quiero porque se lo merece. Merece luchar la pena por él.
La iglesia debería de ocuparse más de humanizar la pastoral de las despedidas y el duelo y menos de prohibir, más del amor y menos de la culpa, más de acompañar y menos de adoctrinar, porque cuando alguien sufre el tremendo dolor de la perdida necesita humanidad, amor y acompañamiento, y no prohibiciones, sentimientos de culpabilidad, ni doctrinas.
Nunca me imaginé que la perdería tan pronto ni de esta manera. No podría haberme preparado para algo así. El destino se la llevó antes de que pudiera darme cuenta de lo que pasaba. Hace justo un año no se me habría ocurrido que pasaría el Día de la Madre sin la mía. Por favor, no dejéis que pase el tiempo sin reconciliaros con las vuestras.
Me gustaría conocer los detalles de las vidas de los gurús de estas filosofías que predican el optimismo. O bien son personas enormemente afortunadas que no han vivido más que ligeros tropezones, o unos absolutos embusteros que no creen nada de lo que predican. Malditos seáis por intentar hacernos sentir culpables por nuestro dolor.
Un dolor provocado, principalmente, no por las limitaciones en las capacidades de Antón sino por sus dificultades para ser aceptado como un igual. El dolor por su dolor. El dolor por su frustración. El dolor por su tristeza. Dolor que se acaba transformando en rencor. Contra todo y contra todos.
Hace exactamente diez años, mi vida dio un giro inesperado. Lo que se suponía sería un momento de felicidad y esperanza se tornó en un evento trágico que acabó temporalmente con buena parte de mis ilusiones como mujer,madre, esposa y profesional. Confieso que nunca lo había hecho pero hoy es el momento de escribir al respecto.
Me he pasado la mayor parte de estos últimos 30 días perdida en ese vacío que inunda el corazón y limita el pensamiento. He vivido 30 años en estos 30 días. Soy 30 años más triste. Me siento 30 años más sabia. Y podría seguir sumida en la nada, pero prefiero elegir la vida y el sentido.
Una ruptura amorosa abre ante nosotros una sima llena de incertidumbre y de desequilibrio. En ese instante comenzamos a encontramos solos y desvalidos, y el miedo, mezclado con otras emociones, se apodera de nosotros. Es en ese momento cuando entramos en una zona rota, un aro en apariencia terrible, pero que encierra la oportunidad de oro para conocernos y salir impulsados hacia una nueva zona de evolución.
Una ruptura sentimental es una de las experiencias de cambio más estresantes que pueden atravesarse. El doliente debe entender el daño que ha sufrido, el cambio que atraviesa y las implicaciones de la relación que contribuían en la definición de su identidad como individuo. Ser consciente del impacto de la ruptura facilitará la puesta en marcha de estrategias para sobreponernos.
Cada vez es menos novedoso que la industria televisiva contemple en sus series personajes femeninos complejos y con aristas. Sin embargo, últimamente llama la atención el creciente número de series con protagonista que, además de ser mujer, presenta un trastorno mental.