Berlín sabe cómo recordar la Historia; sabe honrar a las víctimas. Con grandes museos o memoriales, pero también punteando la ciudad con gestos conmovedores alejados de la grandilocuencia.
La semana antes de que Wiesel nos dijera adiós, Gran Bretaña votó por su salida de la Unión Europea, el terrorismo se llevó cientos de vidas por delante y, en Estados Unidos, Donald Trump siguió expandiendo el odio y la xenofobia. Estos sucesos, y la locura populista que parece seducir a votantes de ambos lados del Atlántico, traen unos escalofriantes ecos de los años 30.
El enemigo no es el Islam, sino el fanatismo asesino, cualquiera que sea la alegada motivación ideológica o religiosa argüida en su trasfondo. Habrá que recordar de nuevo que la peor matanza terrorista en suelo europeo de los últimos cinco años tuvo lugar en Noruega, y no la perpetró un musulmán, sino el ultraderechista Anders Breivik.
Te ataca porque te demuestra que eres un mentiroso cuando dices que el respeto de los Estados a los derechos humanos es la base de cualquier colaboración, demostrándote que mata a la población civil usando armas en cuya fabricación y con tu dinero has participado.