Una biblioteca clandestina para escapar del infierno de Mauthausen

Una biblioteca clandestina para escapar del infierno de Mauthausen

EFE

En el infierno de Mauthausen una biblioteca clandestina permitió soñar con la libertad y ayudó a resistir la brutal realidad de ese campo de concentración nazi en el que murieron alrededor de 100.000 personas de 40 nacionalidades, entre ellas, la mitad de los 7.500 españoles allí encerrados, y de cuya liberación se cumplen hoy 70 años.

Un breve apunte sobre esa biblioteca se recoge en el libro del historiador estadounidense David W. Pike titulado "Españoles en el Holocausto", y en algunas referencias en alemán se cita como su promotor al prisionero catalán Joan Tarragó.

"El libro era un símbolo de libertad, una manera de escaparse del infierno", explica a Efe desde París su hijo, Llibert Tarragó, de 67 años y que ha indagado en la historia de esa biblioteca clandestina.

Llibert Tarragó, periodista, escritor y fundador de la editorial Tinta Blava, que publica en francés literatura catalana, relata que su padre le transmitió el amor por la cultura, importante en su ideario republicano como principio emancipador.

Además del testimonio de su padre, que murió en 1979, ha podido hablar con otros supervivientes que, asegura, le transmitieron lo importante que fue lograr un pequeño espacio de libertad con la lectura en medio del horror más absoluto.

Un superviviente francés de Córcega le relató que había sido "un salvavidas" poder leer La Cartuja de Parma de Stendhal en Mauthausen, de cuya liberación se conmemoran el domingo 70 años.

"Me explicó con mucha emoción que aquello fue para él un alivio fantástico", recuerda Tarragó, fundador en 2003 en Francia de la asociación Triángulo Azul, que ha reunido documentos y archivos sobre la deportación española.

Joan Tarragó llegó a Mauthausen en 1941 después de haber luchado en el bando republicano durante la Guerra Civil y formar parte del PSUC, y, según su hijo, tuvo un papel activo en la red de resistencia de los deportados republicanos en el campo.

Los presos españoles tuvieron un gran sentido de unidad y crearon una red solidaria de ayuda que salvó muchas vidas, aunque no pudieron evitar que dos tercios de los 7.500 republicanos españoles de Mauthausen murieran.

A finales de 1942 o principios de 1943, relata Llibert Tarragó, comenzó a llegar un gran número de franceses, y en menor medida italianos, que pertenecían a la resistencia a la ocupación nazi en sus países, y nada más llegar a Mauthausen los SS les despojaban de todo. Aquello que no fuera de valor era incinerado.

Cuando Joan Tarragó supo que entre lo que acababa en las llamas había libros, propuso a la dirección de resistencia española en el campo rescatarlos y montar con ellos una pequeña biblioteca.

"Estos libros llegaban por diversos caminos a sus manos, porque había dos españoles que estaban allí en el almacén, en el exterior del campo donde llegaban los transportes", explica su hijo.

UNAS 200 OBRAS

En total lograron reunir alrededor de 200 libros, la mayoría de ellos escritos en francés, como novelas de Émile Zola, de Víctor Hugo, de Fiodor Dostoievski, y una de las que más éxito lector tuvo fue "La madre" de Maxim Gorki.

"Si los hubiesen descubierto los hubiesen o matado o dado una paliza como las que solían dar" los fanáticos SS, recuerda Llibert Tarragó, que afirma que para los prisioneros leer un libro era como escapar durante un tiempo de Mauthausen.

Otros español, de apellido Picot, se encargaba de arreglar los libros porque solían llegar en muy mal estado por las penalidades que pasaban sus dueños, y los volúmenes se escondieron en un armario del barracón 13 del campo.

Un año después, cuando Joan Tarragó comenzó a trabajar en la cocina de suboficiales de las SS fue otro prisionero, "un tal Juanco Sánchez" quien continuó con la biblioteca con la ayuda del mismo Picot, afirma Llibert Tarragó.

"Él contaba que al principio, como se puede entender, la gente no tenía la fuerza de leer, pero a medida que las condiciones en el año 43 mejoraron algo, si se puede decir así, porque el infierno es el infierno, la biblioteca se usó más", rememora.

Pese a esta historia paterna tan novelesca, Tarragó aún no ha escrito sobre la vida de su padre debido a la dificultad para expresar el dolor que presenció como hijo de un deportado en Mauthausen.

"Ser hijo de deportado es, lo que he vivido, que cada mañana mi padre se despertaba con pesadillas", recuerda.

Llibert Tarragó considera "un escándalo político e histórico" que en España no haya un reconocimiento institucional pleno a los supervivientes, de los que sólo unos 25 quedan con vida, y que sus vivencias no se reflejen en la enseñanza, como sí pasa en otros países.

"Viví en medio de una comunidad de exiliados españoles que cuando llegó la democracia pensaron que serían reconocidos rápidamente, sobre todo los deportados, que se hablaría de ellos, pero estaban muy doloridos al ver lo que pasaba con su propia memoria", describe.

"Me alegro de un posible reconocimiento, pero pocos lo conocerán y eso les hubiera gustado", concluye.

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MOSTRAR BIOGRAFíA

Soy redactora centrada en Global y trato de contar el mundo de forma didáctica y crítica, con especial atención a los conflictos armados y las violaciones de derechos humanos.

 

Sobre qué temas escribo

Mi labor es diversa, como diverso es el planeta, así que salto de Oriente Medio a Estados Unidos, pero siempre con el mismo interés: tratar de entender quién y cómo manda en el siglo XXI y cómo afectan sus decisiones a la ciudadanía. Nunca hemos tenido tantos recursos, nunca hemos tenido tanto conocimiento, pero no llegan ni las reformas ni la convivencia prometidas. Las injusticias siempre hay que denunciarlas y para eso le damos a la tecla.

 

También tengo un especial empeño en la actualidad europea, que es la que nos condiciona el día a día, y trato de acercar sus novedades desde Bruselas. En esta ciudad y en este momento, la defensa es otra de las materias que más me ocupan y preocupan.

 

Mi trayectoria

Nací en Albacete en 1980 pero mis raíces son sevillanas. Estudié Periodismo en la Universidad de Sevilla, donde también me hice especialista en Comunicación Institucional y Defensa. Trabajé nueve años en El Correo de Andalucía escribiendo de política regional y salté al gabinete de la Secretaría de Estado de Defensa, en Madrid. En 2010 me marché como freelance (autónoma) a Jerusalén, donde fui corresponsal durante cinco años, trabajando para medios como la Cadena SER, El País o Canal Sur TV.

 

En 2015 me incorporé al Huff, pasando por las secciones de Fin de Semana y Hard News, siempre centrada en la información internacional, pero con brochazos de memoria histórica o crisis climática. El motor siempre es el mismo y lo resumió Martha Gellhorn, maestra de corresponsales: "Tiro piedras sobre un estanque. No sé qué efecto producen, pero al menos yo tiro piedras". Es lo que nos queda cuando nuestras armas son el ordenador y las palabras: contarlo. 

 

Sí, soy un poco intensa con el oficio periodístico y me preocupan sus condiciones, por eso he formado parte durante unos años de la junta directiva de la ONG Reporteros Sin Fronteras (RSF) España. Como también adoro la fotografía, escribí  'El viaje andaluz de Robert Capa'. Tuve el honor de recibir el XXIII Premio de la Comunicación Asociación de la Prensa de Sevilla por mi trabajo en Israel y Palestina y una mención especial en los Andalucía de Periodismo de la Junta de Andalucía (2007). He sido jurado del IV Premio Internacional de Periodismo ‘Manuel Chaves Nogales’.

 

 


 

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