Este mes he cumplido los 25 y, desde entonces, mis amigos, familiares y compañeros de trabajo parecen estar muy empeñados en recordarme que ya soy una adulta de verdad. Cuando no están preguntándome qué se siente al haber cumplido un cuarto de siglo, están recordándome que estoy a medio camino de los cincuenta.
A día de hoy, no sabes qué dirección va a tomar tu vida, sigues buscando el gran amor y pasas de tener desilusiones a tener sueños descabellados. Avanzas tranquilamente, demasiado tranquilamente para tu gusto. En el fondo, ya sabes lo que quieres y lo que no quieres y, créeme, te pueden decir lo que sea, pero ya no tienes ideas tan estúpidas.
Me fui al extranjero hace cinco años, cuando tenía 24. Primero pasé cuatro años en Alemania dando clases de Inglés mientras viajaba por Europa. Cuando me cansé del frío, me trasladé a Costa Rica en busca del calor. Puede que mis decisiones fueran algo alocadas, pero me gusta pensar que son decisiones positivas.
La sensación de pertenencia y de identidad de los jóvenes es cada vez más tribal. No les importa mucho de dónde vienes, el color de la piel ni la religión. Les importa mucho más a dónde vas, si eres racista, cuáles son tus motivaciones, si finges que el cambio climático es un mito, si te mueve el individualismo o la igualdad y la justicia social, el odio o el amor y la integración.
La década de los veintitantos es la del egoísmo, una década en la que te centras en ti mismo, en lo que te rodea y en el mundo exterior. Asegúrate de que en esta etapa inviertes tiempo en ti, te cuidas, le prestas atención a tu salud mental y quieres a las personas que son importantes para ti.
A los 17 lo normal es divertirse y salir con gente, a veces hasta se cambia de pareja más que de camisa. Así era yo cuando fui a la fiesta por el 18 cumpleaños de mi mejor amigo: una chica con muchas ganas de fiesta. Hasta que le vi y mi objetivo cambió. Él tenía el pelo largo y yo llevaba rastas, abalorios y trenzas de hilo. Así empezó nuestra historia.
Una juventud determinada se convierte rápidamente en determinante, y es lo que los políticos y periodistas del antiguo mundo quieren impedir a toda costa. Al amanecer, la Policía evacua la esperanza; pero en las plazas, el pueblo se recompone de forma magnética, como chutado de democratina que circula por su sangre en ebullición, recobrando su orgullo.