La sentencia del TC cristaliza de inmediato en la realidad social y en el imaginario colectivo de nuestra convivencia, de nuestra conciencia, y hasta de las palabras con las que la describe.
Llevo dieciséis años con mi marido, aunque casados sólo siete. El mismo tiempo que el TC ha tardado en dar un veredicto positivo para nuestra causa al recurso que presentó Rajoy. En diciembre podremos celebrar nuestro séptimo aniversario como matrimonio.
El fallo del TC es un triunfo para la democracia de este país y para la historia de los derechos civiles. El reconocimiento de la igualdad es la mejor herramienta de lucha contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género.
La visibilidad ha llevado a la aceptación. Muchos de los comentarios que se hacían con tanta tranquilidad hace sólo siete años, resultan hoy intolerablemente homófobos. Pero el desconocimiento sigue ahí, a juzgar por la cantidad de explicaciones que uno tiene que dar.
No hay democracia ni Constitución del siglo XXI que pueda permitirse esta involución en derechos. Y, pensad conmigo, ¿cómo se explica esto, todo esto, a nuestros hijos? ¿Cómo evitamos nuestro desasosiego, nuestra preocupación?
A la luz de las lámparas mineras que han inundado la noche de Madrid se ha visto clara y nítida la hartazón ante tanta injusticia, tanta ineficacia, tanta improvisación. Y los porrazos. A porrazos.