Soy gay y me gusta el sexo (y resulta que esto es un problema)

Soy gay y me gusta el sexo (y resulta que esto es un problema)

Podemos casarnos, ser padres, ser miembros respetables de la sociedad y podemos, con alegría y orgullo, follar hasta que se nos seque el cerebro, tan duro y a menudo como queramos y por cuantas personas deseemos, y todo sin que nos intenten hacer sentir culpables por arruinar la sociedad.

Sexy man with lean abdominals unzips his jeans on white backgroundshakzu via Getty Images

¡Aah, cuantísimas horas, tardes, días y findes enteros habré pasado buscando sexo y practicándolo! Mmm... ¡y a qué niveles de placer me ha transportado!

Pero no estás demasiado sorprendido, ¿verdad? Claro que no. Después de todo, los hombres gais siempre hemos tenido cierta reputación con respecto al sexo. Pero bueno, y ¿por qué no? Libres de las ataduras de las relaciones tradicionales y ajenos (hasta hace muy poco para un estadounidense como yo) a las instituciones exclusivas de los heteros, como el matrimonio y la familia tradicional, hemos disfrutado largo y tendido de los encuentros sexuales donde, cuando, como y con quien fuera que quisiéramos compartir nuestras amorosas maneras.

Incluso ante la amenaza del sida, que ha causado estragos en nuestra comunidad y provocado que muchos gais -yo incluido- hiciéramos la horrible asociación de sexo igual a muerte, no dejamos de buscar oportunidades para tener relaciones, aunque buscamos formas más seguras de practicarlas.

No, el placer nunca ha sido una palabra sucia para nosotros, aunque algunos de nuestros homólogos heteros crean que sí lo es. Pero seamos claros, los heteros están igual de interesados en el deleite de las artes carnales pero, gracias a las recias costumbres puritanas de nuestra sociedad, se les sigue prohibiendo o imposibilitando ceder al placer o, como muy poco, admitir que se abandonan a él en secreto.

Y lo cierto es que, en cierta forma, me parece bien. Por mucho que quiera que los heteros se nos unan para andar juntos la nueva y valiente senda de la liberación sexual, entiendo que todo cambio necesita su tiempo y que, debido a ese puñado de tóxicas normas (como las de la religión, del sexismo o del patriarcado), no les resulta fácil participar del sexo de la misma forma que han hecho los homos tradicionalmente.

Pero hay una cosa que no puedo entender, es más, que me saca de mis casillas: que otros gais jueguen a ser policías de la corrección sexual, y esto es algo cada vez más frecuente.

Ejemplo: un artículo del New York Times titulado Chelsea's Risque Businesses de principios de este año, que destaca la opinión de una serie de padres gais que viven en, casi con toda seguridad, uno de los barrios gais más famosos del mundo y que ahora se lamentan porque sus hijos tienen que criarse al lado de unas tiendas eróticas.

Algunos de los que participan en el artículo se preocupan por los maniquíes y sus "abultadas entrepiernas", los condones desparramados por las aceras del barrio y el desafío de tener que explicar a sus hijos los anuncios de un lubricante llamado Boy Butter [algo difícil, ya que literalmente significa mantequilla para chicos, pero también es una palabra informal para semen y oculta un juego de palabras con butt, que significa culo]. Pero os propongo una idea radical: ¿qué tal si en vez de demonizar el sexo y a las personas que lo buscan y lo practican, demonizamos a una sociedad que etiqueta la imagen de un paquete abultado (de plástico o real) como algo indecente, embarazoso y amenazador? Y si me permitís otra humilde sugerencia: ¿y si contamos a nuestros hijos la utilidad real del Boy Butter y cuál es su razón de ser? Ya basta de actuar como si fuera algo de lo que avergonzarse. (Pero me voy a guardar mi charlita de educación sexual para otra ocasión).

Ahora que los maricones podemos casarnos y nuestra paternidad está siendo cada vez más aceptada, parece que hemos olvidado que la liberación sexual siempre ha sido, a mi entender al menos, la piedra angular de la liberación gay. Y parece que algunos maricones creen que todo el sexo que hemos tenido y todas las barreras sexuales que hemos derribado durante todos estos años han sido sólo una forma de pasar el tiempo hasta que pudiéramos vivir como los heteros. En plan "Mmm... no podemos casarnos todavía, ¿qué podemos hacer? ¿Punto de cruz? Nah. ¿Repostería profesional? Mejor no. ¡Ya lo tengo! ¡Vamos a follar!".

Y por si el artículo del New York Times no fuera lo suficientemente malo, a comienzos de esta semana, en un artículo de opinión del diario Elite Daily, Thomas Caramanno sintió la necesidad de despotricar contra "ciertos hombres gais que cosifican a otros hombres y cambian de pareja sexual tan pronto como cambian de calzoncillos" que, según él, están dando una mala imagen a los miembros de la comunidad gay que "actualmente tienen una relación romántica o buscan una activamente, [y] respetan las nociones de monogamia y familia".

A Caramanno le pone nervioso la "mirada masculina" y la forma en que le han toqueteado en los gay clubs, y también "los ojos que se le clavaban como se clavan los de un atleta de élite en un paquete de beicon" (algo que, si me preguntas, me parece bastante sexy). Pero lo que más le sorprendió es que algunos hombres le dijeron que "ese comportamiento es normal, aceptable e incluso atractivo" (pues no veas lo que va a disfrutar leyendo esta pieza, ¿a que sí?).

Básicamente, lo que quiere es que nos esforcemos "en dar un valor diferente al sexo, de tal modo que no sea la única base de nuestra identidad colectiva y nuestra forma de comunicación", algo que, obviando la hipérbole (porque por mucho que me guste el sexo, evidentemente no es la única base de mi identidad y de mi forma de comunicarme), es exactamente lo que tantísimos de nuestros colegas heteros quieren de nosotros. Y no sólo los heteros. No tengo suficientes dedos para contar las veces que he escuchado a otros maricones decir cosas como: "¿No va siendo hora de que maduremos y dejemos de ir en tanga en la cabalgata del Orgullo?" o "¿cómo vamos a exigir igualdad de derechos si no podemos parar de ser tan promiscuos?". Y esta forma de pensar... bueno..., además de apestar a sexofobia y a homofobia interiorizada..., es directamente repugnante.

Yo creo que el sexo es un regalo que nos permite conectar con otros y con nosotros mismos, durante una noche, durante una vida o durante los veinticinco minutos que dura la pausa del almuerzo. Creo que el sexo y el placer no están lejos de ser mágicos y transformadores. Creo que los maricones han sido elegidos por algún poder superior para ayudar a cambiar la forma en que nuestra sociedad piensa sobre el sexo. Y me niego a creer que sólo por el hecho de que los maricas seamos cada vez más parte del mainstream, debamos ceder en las conquistas de tantos años de lucha. El objetivo nunca ha sido obtener los mismos derechos que los no maricas para que podamos ser como los no maricas, a pesar de que algunos como Caramanno argumenten lo contrario. Deberíamos liderar con el ejemplo y demostrar que el sexo no da miedo, el sexo no es sucio, el sexo no tiene por qué ser sólo con una pareja. En una sociedad sana y feliz, el sexo debería ser una destacada forma de motivar y profundizar el contacto entre las personas. Si de mí dependiera, habría sex shops en todos los barrios al ladito del McDonald's, se hablaría de sexo en todas las escuelas y no etiquetaríamos como "no aptas" las películas con contenido sexual mientras se acepta como normal que los menores puedan ver violentas películas que no hacen sino embrutecer la mente.

Sin embargo, para aquellos que ya estén dirigiéndose a la sección de comentarios al final del artículo para decirme que os encanta el sexo pero que creéis que es algo que debería mantenerse en privado, estoy de acuerdo. No necesito veros en XTube inclinados sobre vuestra mesita de Ikea (aunque vería el vídeo si me mandarais el link). Pero hay una diferencia entre mantener la privacidad y la negativa a aceptar y entender el sexo y dialogar sobre su práctica como el acontecimiento natural, hermoso (y sí, tremendamente cachondo, estimulante y a veces un poco guarro) que debería ser.

¿Puedes ser maricón y desear una relación monógama y dos hijos y un labrador negro y leal y tener sexo misionero una vez a la semana en la misma cama donde ves las reposiciones de Seinfeld? Claro que puedes. Mientras, yo seguiré luchando por tu derecho a poder hacerlo. La liberación sexual significa eso, elegir entre todos los formatos, sabores y colores y poder hacer lo que queramos (siempre y cuando sea con consentimiento de los participantes y nadie sea agredido a no ser que lo pida). Pero en el momento que empiezas a criticar mi comportamiento -o peor, mi comportamiento como gay- porque no "respeto las nociones de familia y monogamia", entonces tenemos un problema.

Así que lleguemos a un acuerdo: yo no te pediré que practiques más sexo con más personas ni que lo hagas igual que lo hago yo ni que te pongas un tanga en público ni que entres en los sex shops ni que pruebes el Boy Butter. Pero tú tienes que dejar de decirme, a mí y a todo el mundo, que es despreciable querer sexo sólo por el placer del sexo, o si está o no está bien la forma en que lo busco o la frecuencia con la que lo practico, o con quién o dónde follo. Porque si lo haces, estás cayendo en la misma pesadilla retorcida contra la que hemos estado luchando durante años. En lugar de eso, celebremos el gran paso que acabamos de dar en EEUU en favor del progreso y démosle la bienvenida con los brazos abiertos y la cremallera bajada. Podemos casarnos, ser padres, ser miembros respetables de la sociedad y podemos, con alegría y orgullo, follar hasta que se nos seque el cerebro, tan duro y a menudo como queramos y con cuantas personas deseemos, y todo sin que nos intenten hacer sentir culpables por arruinar la sociedad.

¿Te parece? ¡Pues vale!

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Este post fue publicado originalmente en la edición estadounidense de 'The Huffington Post' y ha sido traducido del inglés por Diego Jurado Moruno

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