El derrumbe europeo
En pocas palabras, lo que se conoce del acuerdo, que ni siquiera se debatió en dicho encuentro, establece unos arbitrarios aranceles americanos del 15% (desde el 2% actual), sin contrapartida europea.

El mundo no está en su mejor momento. Los occidentales del Norte nos disponemos a gozar de las tradicionales vacaciones de agosto -de hecho, las calles están ya vacías- mientras tienen lugar dos cruentas guerras que dejan a diario docenas de víctimas, dolor sin tasa y calamidad deprimente. Una de ellas en el Oriente Medio, en llamas desde hace muchas décadas, ahora avanzando hacia la paradójica ‘solución final’ que los judíos se disponen a imponer a los palestinos. La otra, en Ucrania, en el propio corazón de Europa, donde el dictador Putin pretende pasar a la historia como recomponedor de la gran Rusia zarista y Zelenski, por si acaso, se apresura a eliminar los controles anticorrupción, ahora que bien pudiera ser que acabase el conflicto. Y ambas brutalidades se mantienen con sordina al socaire de un sátrapa, Donald Trump, que ha tomado durísimas, desproporcionadas, medidas comerciales contra la gran democracia brasileña porque Lula, el hacedor del Brasil libre y moderno, permite que sea castigado Bolsonaro, el ciudadano que intentó dar un golpe de Estado cuando vio que acababa de perder las últimas elecciones. Por si la intromisión de Trump en la política interna de Brasil no hubiera quedado clara, el presidente USA ha sancionado también al juez que ha adoptado medidas contra al golpista. Washington vuelve a ejercer su dominio sobre Latinoamérica con el mismo desparpajo con que en otro tiempo marcó la pauta a las repúblicas bananeras, que aspiran todavía a dejar de serlo.
Pero si es perturbador el espectáculo de un tirano rubio comandando al mundo sin atender a convenciones ni a reglas establecidas trabajosamente por varias generaciones, también lo es la respuesta europea a estos desmanes. La servicialidad de von der Leyen, quien acude a rendir pleitesía a Trump mientras este juega al golf en sus lujosos campos escoceses, accediendo sin lucha a complacer al sátrapa en todas sus exigencias, altamente lesivas para los europeos. De entrada, ya fue inexplicable que una cumbre de tanta importancia se celebrara informalmente en un tercer país que acaba de salir de la Unión Europea dando un fuerte portazo.
En pocas palabras, lo que se conoce del acuerdo, que ni siquiera se debatió en dicho encuentro, establece unos arbitrarios aranceles americanos del 15% (desde el 2% actual), sin contrapartida europea, y en otras concesiones nunca discutidas ni mucho menos negociadas como la compra de energía USA por importe de 750.000 millones de dólares en tres años. O como la inversión europea en USA de 600.000 millones de euros durante el cuatrienio del presidente americano.
¿Alguien se ha parado a considerar lo que representan estas magnitudes? ¿Cómo una UE que está alineada con los partidarios de la descarbonización y de la lucha contra el cambio climático puede comprometerse de este modo, sin que el asunto haya sido siquiera Enel Consejo Europeo, ni mucho menos en le Europarlamento? ¿Qué habrá pensado y dicho la comisaria Teresa Ribera, que está en el gobierno comunitario para -entre otras tareas- defender el avance de las energías renovables y la descarbonización? ¿Quién es von der Leyen para prometer la luna, sin haber recibido mandato alguno de hacerlo e incluso sin haber consultado con los países miembros su disposición a pactar con Washington en estos términos disparatados?
En definitiva, la Unión Europea se ha suicidado en el terreno de la política internacional y de seguridad, después de que Mark Rutte, sin mandato claro, asegurara que los países de la OTAN incrementarán sus presupuestos defensivos hasta el 5% del PIB y luego de que von der Leyen, en un rapto de inconsciencia, haya aceptado servir en bandeja a Trump gran parte de la competitividad europea y unos recursos que el Viejo Continente necesita para reconstruir su devastada industria, para recuperar el liderazgo moral y para poner en pie su decadente potencialidad política.
Trump no es solo el presidente de los Estados Unidos. También es el primer presidente de los Estados Unidos que desprecia explícitamente la ONU, las instituciones que el mundo ha creado para extender la idea de civilización -como la Organización Mundial de Comercio, la OMS o la UNESCO- y los criterios básicos de un Derecho Internacional cuya existencia mitiga la apariencia de jungla que a menudo adquiere la comunidad global. Frente a este personaje, Europa tenía la posibilidad de afirmar su condición de gran potencia, capaz de hablar de tú a tú al gigante trasatlántico que ha vuelto a extender su pasión colonialista.
Infortunadamente, la política de Bruselas es cada vez más paupérrima, tanto por iniciativa propia cuanto por la evidencia de que los estados miembros no tienen mayor interés en la construcción magnánima de un actor global que no se resigne a las veleidades arbitrarias de un payaso soberbio e inculto como el presidente de los Estados Unidos.
