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El tiempo devora a Trump

El tiempo devora a Trump

"China no podrá mantener indefinidamente los costos de esa guerra comercial, pero es Trump quien se ve apremiado por una opinión pública implacable en las urnas".

El presidente de Estados Unidos, Donald TrumpEFE

Las tesis proteccionistas de Trump son de una simpleza desconcertante. En realidad, las principales leyes económicas son de fácil comprensión, pero para que se pueda colegir el futuro a su través con cierto realismo, es necesario que se apliquen sin hacer trampas.

Trump cree, en efecto y con bastante razón, que si limita las importaciones de bienes que no produce su país mediante aranceles suficientemente disuasorios terminará consiguiendo que el capitalismo globalizado impulse a los inversores a fabricar tales productos en Norteamérica. La formulación es correcta, en efecto, en el terreno de las hipótesis. Pero el resultado apetecido tardará en llegar porque se producirá antes un largo forcejeo… Y Trump tiene el tiempo tasado. Si los ciudadanos que le sostienen, hoy perplejos ante la evidencia de que el PIB norteamericano se contrae —entre avisos de que los EEUU podrían estar en camino de una recesión— y de que los precios se disparan mientras caen las bolsas, llegan mohínos a las elecciones de medio mandato, los republicanos quedarán inmovilizados con la pérdida del poder legislativo, aunque Trump logre concluir su mandato.

El PIB norteamericano se ha reducido ya un 0,3% el primer trimestre. Y los indicadores chinos también acusan la implantación de aranceles descabellados del 145%: el último Índice de Gerentes de Compras (PMI) oficial del país, que analiza la marcha de las actividades manufactureras y los planes a corto plazo de las empresas, ha registrado la mayor caída en 16 meses ( fue de 50,4 en abril, el menor valor desde enero, frente a 51,2 en marzo), lo que indica una disminución de la producción. Cada vez hay más evidencias de que las fábricas chinas están reduciendo su actividad y de que los trabajadores chinos empiezan a padecer medidas temporales de suspensión de empleo, lo que destapa una situación de incipiente crisis.

Así las cosas, el gobierno americano ha alardeado de llevar ventaja en esta guerra. "Recuerden que, históricamente, nosotros somos el país deficitario en las transacciones. Y el país deficitario tiene ventaja. Los otros son los países con superávit. Y los países con superávit, tradicionalmente, siempre pierden ante cualquier escalada comercial", declaró el secretario del Tesoro, Scott Bessent, el 2 de abril tras el anuncio de aranceles del "Día de la Liberación" de Trump.

No cabe duda de que China se resentirá del boicot comercial de su principal comprador. La teoría económica explica el funcionamiento del llamado comprador monopsonista, que es el comprador único en un mercado, lo que le otorga una gran influencia sobre los precios y la cantidad del producto o servicio que adquiere (los Estados Unidos no son el único comprador de China pero sí el líder destacado). A diferencia de lo que ocurre en un mercado competitivo, donde hay múltiples compradores, el monopsonista puede influir en el precio al que compra debido a su posición dominante. Algunos economistas han valorado el efecto de esta guerra comercial en un desfase chino de unos 300.000 millones de dólares anuales.

Desde este punto de vista, Trump tendría razón. Pero como han detectado algunos economistas, hay un problema grave: el desarrollo de esta guerra comercial requiere tiempo. Y, en palabras de José C. Sternberg en The Wall Street Journal, « Pekín tiene tiempo. El Sr. Trump, no».

El equipo de Trump dispone de muchas buenas cabezas a su servicio; la Heritage Foundation es un ‘think tank’ soberbio con un gran servicio de prospectiva. Pero nadie parece haber caído en la cuenta de que esta gran batalla comercial representará, a corto plazo, un ingrato trayecto azaroso para los consumidores norteamericanos, que sufren ya en la práctica relevantes subidas de precios, una caída creciente de la oferta —China exporta un gran cantidad de componentes de procesos industriales— y un empobrecimiento masivo sin horizonte cercano. Cambiar el modelo industrial de los Estados Unidos no es algo que se pueda hacer en unos meses.

Por el contario, China, que es un estado autoritario, dispone de un gran margen de maniobra interna sin temor a que su población se soliviante y plantee exigencias que acaben teniendo efectos políticos. Con una economía estatalizada, es más fácil improvisar temporalmente estímulos fiscales que sostengan el empleo y las rentas durante un tiempo. Por supuesto, China tampoco podría mantener indefinidamente los costos de esa guerra comercial, pero es Trump quien se ve apremiado por una opinión pública implacable en las urnas. En esto consiste, después de todo, la grandeza de la democracia.

El afán de perennidad y el consiguiente olvido del tiempo suele ser una característica enfermiza de los autócratas. Y Trump, que cumple 79 años en junio, parece no contar con el tiempo en sus proyectos, algunos descabellados, otros ofensivamente arrogantes, algunos simplemente ridículos. Porque además de ignorar que la política norteamericana marca plazos inapelables para rendir cuentas ante el electorado, él mismo está envejeciendo hasta extremos inquietantes. Biden tuvo que renunciar a presentarse de nuevo por los efectos evidentes de su avanzada edad; Trump sin embargo especula con concurrir a una segunda reelección para un tercer mandato. Con independencia de que la Constitución se lo prohíbe, Trump se adentraría en el próximo cuatrienio con 83 años y lo concluiría con 87. No parece prudente, ni respetuoso con los norteamericanos, hacer grandes planes para edades tan provectas. No en vano el tiempo es siempre la ultima ratio en la política de los seres mortales.