Europa ante la Estrategia Trump: la hora de los valientes en la era de los depredadores
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Europa ante la Estrategia Trump: la hora de los valientes en la era de los depredadores

"Estados Unidos ya no aspira a liderar Occidente, sino a recolonizar Europa políticamente y desde el flanco extremo derecho".

Donald TrumpFIFA via Getty Images

“Las naciones no tienen aliados permanentes ni enemigos permanentes; solo intereses permanentes.” Esta frase de Lord Palmerston parece inspirar directamente la Estrategia de Seguridad Nacional que Donald Trump presentó hace un par de semanas: un documento que no describe amenazas, las fabrica; que no define un orden, lo impone; que no busca aliados, los subordina.

Por primera vez desde 1945, una estrategia norteamericana trata a Europa no como socia, sino como objeto estratégico. Nos retrata como un continente en decadencia, confundido, incapaz de defenderse, y justifica así una intervención ideológica abierta: apoyar desde Washington a los partidos que pretenden debilitar la Unión desde dentro. Lo que antes se insinuaba ahora se proclama: Estados Unidos ya no aspira a liderar Occidente, sino a recolonizar Europa políticamente y desde el flanco extremo derecho. La pregunta, por tanto, no es qué quiere Trump de Europa, sino qué estamos dispuestos a hacer contra un proyecto que busca reducirnos a protectorado. Porque, nos guste o no, hemos entrado en lo que Giuliano da Empoli ha llamado “la era de los depredadores”: un tiempo donde los fuertes imponen y los débiles justifican. Y Europa debe decidir a cuál de los dos grupos quiere pertenecer.

Nos enfrentamos a un dilema sin maquillaje: unidad o fragmentación, autonomía o vasallaje. La Casa Blanca ha detectado nuestras vulnerabilidades —dependencia militar, divisiones políticas, debilidad tecnológica— y ha decidido explotarlas sin escrúpulos en un proyecto para moldear Europa desde fuera apoyándose en quienes quieren deshacerla desde dentro. Y ahora hay que decidir si queremos seguir siendo los europeos del lamento o convertirnos en los europeos del poder. Porque romper con Estados Unidos sería una torpeza histórica, pero no debemos transigir con el error estratégico que sería la aceptación de su tutela. Entre ambas, existe el único camino compatible con nuestra dignidad: el compromiso crítico. Cooperación cuando conviene, firmeza cuando es necesario, autonomía siempre que sea posible.

Trump necesita triunfos en lo geoestratégico porque algunos datos comienzan a resquebrajar su proyecto en el interior: los aranceles minan a productores del primer sector y grandes masas de población teóricamente alineadas con su proyecto detectan que la crisis de poder adquisitivo no mejora, sino que empeora. Simultáneamente, los votantes han dado victorias insospechadas a candidatos y candidatas demócratas en las recientes elecciones y mandos militares de trayectorias intachables comienzan a plantarse e, incluso, a dimitir por las órdenes manifiestamente ilegales que llegan desde el ejecutivo de Trump. Su economía no crece. Sus universidades y sus centros de investigación básica sufren la retirada del talento internacional. Las estadísticas no mienten y los índices de aprobación del presidente bajan. Es la hora de asumir que la arquitectura geopolítica que nos protegió durante siete décadas ha sido dinamitada desde dentro, y por ello que considero importante poner sobre la mesa cuatro movimientos para dejar de ser la presa del depredador Trump.

En primer lugar, debemos blindar la democracia frente a la injerencia. Europa tiene leyes contra la desinformación y las interferencias electorales, lo que no tiene son mecanismos capaces de aplicarlas con la firmeza necesaria. No se trata de censurar opiniones, hay que impedir que la mentira industrializada —financiada y coordinada— convierta el debate público en un basurero tóxico. Debemos ser exquisitos con la defensa del derecho a opinar, y debemos, también, ser contundentes con la contestación de opiniones contrarias a la igualdad y dignidad de las personas.

En segundo lugar, debemos dotarnos de una Defensa europea real, no retórica. No se puede hablar de autonomía mientras dependamos de Estados Unidos para sobrevivir militarmente. Una Europa sin capacidades propias será siempre una Europa chantajeable. Es así de simple. Necesitamos industria, interoperabilidad, disuasión y una cadena de mando que no colapse ante cada crisis. No se trata de duplicar la OTAN, sino de impedir que la OTAN se convierta en una cadena que nos arrastra hacia decisiones ajenas.

Además, necesitamos soberanía económica, energética y digital. Europa no puede dejar su futuro en manos de quien legisla en Silicon Valley o en Pekín. La dependencia es una forma lenta de derrota. Necesitamos una política industrial común, transición energética ambiciosa, capacidad tecnológica propia y control sobre los datos que sostienen nuestras democracias. Establecer firmemente una gestión humana de la inteligencia artificial. Porque si Europa no escribe las reglas, otros escribirán el código de nuestro futuro. Y no será un código pensado para defender nuestros valores.

Y, por último, debemos garantizar la Europa social como defensa frente a la deriva autoritaria. Si el mercado es europeo y la moneda es europea, los derechos sociales también deben ser europeos. Los derechos deben ser europeos, porque sin cohesión social ninguna economía compite, al contrario, se resquebraja. Por ello, sin mínimos comunes en salud, vivienda y empleo, la desigualdad seguirá siendo la autopista por la que circulan la frustración y el resentimiento que alimentan a las extremas derechas. Quien quiera defender Europa debe defender antes a sus ciudadanos.

Trump cree que entramos en la era de los depredadores y que Europa será su territorio de caza. Su imperio doméstico está entrando en decadencia y busca expandirse como huida hacia adelante. Demostremos que se equivoca. Que este continente también es capaz de convertirse en potencia. Que no somos la herencia agotada de un mundo viejo, sino la promesa democrática de uno nuevo. No está en juego un desacuerdo diplomático. Está en juego si queremos ser presa o actor, si queremos ser sujeto o territorio, si aceptamos la irrelevancia o reclamamos el lugar que nos corresponde.

Si Europa quiere seguir siendo un actor, debe comportarse como tal. Y eso exige actuar ya.

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Vicente Montávez Aguillaume es diputado y portavoz del grupo parlamentario socialista en la Comisión Mixta para la Unión Europea

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