Europa en solitario
"No tendrá más remedio que convencerse de que ya no puede contar con el respaldo sistémico de la que hasta hacer poco fue una gran democracia"

Cuando Biden ganó las elecciones presidenciales en 2020, la frase de aquel retorno que mas impactó en Europa fue “America come back”, América vuelve. Con ella se significaba que quedaba aparcada, se suponía que definitivamente, la deriva que había emprendido Trump, que se manifestó con tuda su acritud mediante la amenaza de dejar de preocuparse por la seguridad de Europa si los países europeos de la OTAN no incrementaban su participación financiera en la Alianza Atlántica. Pese a la victoria de Biden, que era en cierta manera una garantía para los europeos, Putin, que se había apoderado por la fuerza de Crimea en 2014, atacó a Ucrania un año después. Y, efectivamente, Washington se puso al frente de la defensa de país agredido. Con Biden funcionó el vínculo trasatlántico y la OTAN, desplegada en las dos orillas del Atlántico, ha prestado a Kiev la ayuda precisa para frenar al menos la invasión rusa.
Infortunadamente, el mal cálculo de los republicanos, que pretendieron la continuidad en la Casa Blanca de un anciano incapaz de soportar ya el peso de la responsabilidad, nos ha devuelto a Trump, con una primera consecuencia evidente: América se ha alejado de nuevo. Y esta vez, con mucho mayor ímpetu. Lo que significa que se acaba de congelar la ‘relación especial’ que han mantenido durante la mayor parte del siglo XX los Estados Unidos y el continente europeo. Algún analista ha dicho, con razón, que con Trump en el poder, EE.UU. regresa al siglo XIX.
El odioso multimillonario ha sido franco y descarado en su segundo aterrizaje. Los intereses de su país tienen absoluta preferencia en todos órdenes, y no solo en el político: también en el comercial, en el militar, en el estratégico. Su vicepresidente, el ‘halcón’ Vance, que asistió a la Conferencia de Seguridad de Múnich, condenó la falta de voluntad de los gobiernos europeos para frenar la “inmigración descontrolada” y arremetió contra los partidos liberales democráticos alemanes por negarse a cooperar con la extrema derecha. “He oído mucho sobre aquello de lo que hay que defenderse”, señaló. “Pero lo que a mí y, desde luego, creo que a muchos de los ciudadanos de Europa no me ha quedado del todo claro es de qué exactamente se están defendiendo”, dijo en apoyo de AFD, la neonazi ‘Alternativa para Alemania’.
Para los presentes, aquellas manifestaciones fueron un ataque directo a los valores que sustentan la Alianza. Vance ofreció la alternativa nacionalista iliberal al irrenunciable (para casi todos nosotros, los europeos) orden liberal internacionalista que ha sustentado las relaciones intraoccidentales –y los debates en la Conferencia de Seguridad de Munich– durante muchas décadas.
Los europeos respondieron a Vance en Múnich como era debido. Irritados por la procacidad del americano que hablaba en representación de un país que está librando una oscura guerra contra el estado de derecho y la libertad de prensa (acaba de saberse que Jeff Bezos, dueño de Amazon y del The Washington Post acaba de intervenir la sección de Opinión de este periódico para que guarde el debido respeto a Trump), rechazaron el intento de Vance de interferir en sus asuntos políticos internos. “No sólo sabemos contra quién estamos defendiendo a nuestro país, sino también por qué”, respondió el ministro de Defensa alemán, Boris Pistorius. Y añadió: lo hacemos “por la democracia, por la libertad de expresión, por el estado de derecho y por la dignidad de cada individuo”.
Es bien claro que Trump no entiende este idioma. El malcriado y putero multimillonario ni siquiera utiliza las normas mas elementales de educación y con frecuencia humilla a sus huéspedes, a quienes no le ríen las gracias (el secretario de Estado USA, Marco Rubio, ha dado plantón a la jefa de la diplomacia europea, Kaja Kallas, por ‘problemas de agenda’). No ve que algunos de sus amenazas, como la de intervenir el comercio mundial, perjudicará sobre todo a sus propios ciudadanos, que creen ingenuamente haberse librado de la inflación futura votando a Trump. Y Europa no tendrá más remedio que convencerse de que ya no puede contar con el respaldo sistémico de la que hasta hacer poco fue una gran democracia, forjada en la estela del modelo inglés y de la Revolución Francesa.
Es lógico que la UE se haya visto sorprendida por la escenificación irracional del retorno de Trump, que parece buscar la familiaridad con Putin, que no se inmuta ante la matanza genocida de palestinos -más de 50.000- y que ve a Europa como un odioso competidor al que hay que meter en vereda. Pero no hay tiempo para más dilaciones: ya es hora de que Bruselas organice una vía rápida a una mejora de sus sistemas defensivos -es muy atinada la propuesta francobritánica de que una parte del arsenal nuclear de ambas potencias resida en Alemania-, de que tome medidas para revitalizar su industria y su economía, de que se abra a las economías emergentes de Asia… Y, sensu contrario, es patente que Europa ya no puede hacer planes contando con la tácita cercanía de los EE.UU.: un país que ha reelegido a Trump no es de fiar. Europa esta sola y debe resolver en solitario sus grandes definiciones esenciales.
