Feijóo y la moción de censura
El líder del PP se expone a que su constante clamar en el desierto adquiera una insoportable monotonía.

En la séptima manifestación contra Sánchez que lleva organizadas el PP contra Pedro Sánchez a lo largo de la legislatura, el líder popular pidió por enésima vez el pasado domingo la colaboración de las minorías para poder presentar con ciertas posibilidades de éxito una moción de censura con la que expulsar a este gobierno del poder y convocar nuevas elecciones.
La solicitud de Feijóo es muy osada porque encierra un sinsentido flagrante: el de pedir ayuda —aunque sea por una buena causa— a unas organizaciones con las que se ha ensañado en el pasado. En le misma manifestación citada, la presidenta de Madrid llamaba todavía etarras a los miembros de EH Bildu, afiliados a una izquierda abertzale que renunció en 2011 a la violencia y que, en respuesta a la invitación de las fuerzas democráticas (el famoso pacto de Ajuria Enea), se ha insertado en la vida democrática. La actual beligerancia del PP con el ultranacionalismo vasco rehabilitado perturba la paz vasca, de la que la inmensa mayoría de los ciudadanos de allá se siente orgullosa.
Con respecto a las fuerzas nacionalistas catalanas, la petición de Feijóo es también impertinente: Rajoy, padre político del actual aspirante, se negó a negociar con Artur Mas su propuesta de Pacto Fiscal (ni siquiera se paró a debatirlo: echó a su interlocutor con cajas destempladas); aplicó el artículo 155 C.E.; y el PP se opuso al indulto de los independentistas y recurrió la amnistía, lo que significa que su verdadero afán consistía en encarcelar a la cúpula nacionalista durante muchos años y mantener en el exilio a los huidos hasta el fin de los tiempos.
Es cierto que Feijóo solo pide a estas organizaciones un apoyo concreto que le sirva para ganar una moción de censura que le permita convocar elecciones. Pero ya se sabe: en democracia, el fin no justifica los medios. Y es muy comprensible que ERC, Junts, EH Bildu e incluso el PNV se nieguen a dar facilidades a un partido conservador que gobierna con VOX en las comunidades autónomas en que tal alianza es posible. Conviene no olvidar que en el programa de VOX figura el regreso al Estado unitario y centralista.
Así las cosas, la machacona insistencia de Feijóo en su demanda, para que las minorías le ayuden en un designio que las urnas no le han concedido, y por añadidura con la sobrentendida intención de pactar con VOX para gobernar el país desde la ultraderecha, es un afán poco decente. Tanto es así que sectores de la derecha democracia han comenzado a balbucir, además de su incomprensión, la idea de que la moción de censura, por parte de un líder que tanta animadversión siente hacia la actual mayoría de gobierno, debería provenir de una decisión incondicional. Como, sin ir más lejos, hizo González, junto con Alfonso Guerra en la tribuna, en mayo de 1980 contra Adolfo Suárez.
Era obvio que la correlación de fuerzas de entonces no permitía a los socialistas ganar la moción. Pero el afán de González era otro: pretendía que con aquella ceremonia parlamentaria, el PSOE convenciera a la ciudadanía en general de que disponía de un bagaje político e intelectual muy sólido, y desde luego capaz de sostener sobre los hombros al Estado.
Es evidente que Feijóo no dispone de este bagaje político e intelectual, capaz de seducir a un auditorio muy maduro y escéptico, buen conocedor de las mañas de unos y otros. Por lo demás, una iniciativa de esta clase le obligaría a hacer ciertas definiciones, que fatalmente le enemistarían bien con VOX, bien con otras fuerzas democráticas.
Así las cosas, acierta seguramente Feijóo cuando elude comprometerse de este modo. Pero se expone a que su constante clamar en el desierto adquiera una insoportable monotonía: no tendrá facilidades para alcanzar el gobierno, no tanto por su propia posición en abstracto cuanto por la evidencia de que, hoy por hoy, la presidencia de Feijóo incluye la vicepresidencia de Abascal. Y nadie puede extrañarse que los demócratas pongan pie en pared y fuercen la máquina todo lo posible para evitar esta sinrazón, que podría causar una dramática ruptura constitucional. De donde se infiere que seguirán las manifestaciones estériles, que no sirven más que para arropar la decadencia de un discurso conservador que se queda viejo a pasos agigantados.
