'Fuenteovejuna', un bello guante ajustado a una mano humana
Una obra que se escribió en otro tiempo, pero que pueda hablar ahora a un público que está en otro momento y tiene otras referencias.

¡Menuda carta de presentación tanto para Laila Ripoll como para la 48 edición del Festival de Almagro! Esa es la exclamación que provoca la nueva producción de Fuenteovejuna de Lope de Vega de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Obra que, versionada por María Folguera y dirigida por Rakel Camacho, ha abierto esta semana el citado festival, donde merece la pena ir a verla pues la directora la ha ajustado al espacio del Teatro Adolfo Marsillach, como un guante a una mano. Y que llegará a Madrid en septiembre.
Primero está la pertinencia actual de esta obra. Que cuenta como un pueblo de lo que hoy es Castilla La Mancha se rebela frente al abusador del Comendador de la ciudad. Un brutal militar que va forzando voluntades, a base de atemorizar a los más débiles y engatusar a los poderosos, como va forzando a mujeres jóvenes del pueblo, a base de regalías, porque él es el poder allí y hace lo que le place.
Pero con Laurencia, la hija del alcalde ha topado. Ella se le resiste. Ella se le niega. Porque ni quiere, ni le apetece, ni, aunque los alcahuetes del Comendador se acerquen para regalarle los oídos y le vayan con presentes.
Pero ese poder brutal y machista, forzado en batallas sangrientas y conversaciones entre tíos bebiéndose un J&B, limpiándose el arma, no entiende de negativas. Lo de limpiarse el arma es literal que aquí sacan brillo a pistolas de verdad que a medida que frotan y se van calentando las van colocando cada vez más inhiestas.

Por eso ocurre lo que ocurre. Y ante tanta brutalidad acumulada, Laurencia y su dolor es capaz de unir a un pueblo, aterrorizado diciendo virgencita, virgencita, que me quede como estoy, y rebelarlo contra un poder injusto y acosador. Algo que hace con un discurso que bien podría haber firmado la activista Greta Thunberg. Consiguiendo que Fuenteovejuna sienta que unida jamás será vencida, qué hermosas las imágenes de conjunto, qué sensación transmite el elenco de que son un pueblo. Desde la imagen inicial con la que comienza la obra.
Sin embargo, lo bueno de este montaje es que las referencias a la actualidad no son directas y si las hay, son artísticas. Por allí no pasarán señales de que este, aquel o aquella, los personajes, se correspondan con personas reales. No. Lo que pretenden es que se reconozcan actitudes, formas de estar en lo público, y, por tanto, en lo político. No solo de los poderes del estado, sino también como colectivos, como pueblo. ¿No resuena en esa escena con tambores las manifestaciones que se ven en las calles?
Así hay un momento que el Comendador gruñe y grita levantando los brazos, en señal de victoria, en el que es imposible no ver al luchador Ilia Topuria celebrando su enésima victoria brutal en el cuadrilátero. Y los cientos de seguidores aprendiendo como se celebra una victoria y que una victoria es machacar al contrario hasta dejarlo KO.
Y en la citada escena de limpieza de armas y dipsomanía de güisqui, que otra cosa no es, es imposible no escuchar el eco de los audios recientemente difundidos de Koldo and friends. Sin que en ningún momento se diga o se haga referencia a esto.
Es ese y no otro el acierto de esta producción. El acercamiento artístico a un clásico. Una obra que se escribió en otro tiempo, en otro momento, con otras referencias sociales, pero que pueda hablar ahora a un público que está en otro momento y tiene otras referencias.

De ahí, la interesante estética al mejor estilo de la saga Mad Max. Desde el vestuario a la escenografía. De nuevo no es una copia ni una reproducción mecánica. Es conocer los referentes de brutalidad que seguramente maneja la audiencia de ahora, que consume películas violentas distópicas a mansalva como la citada franquicia, y ponerla en contexto de una tradición.
Lo que, por ejemplo, hace tan interesante ese cruce de Rosa María Andújar en el vestuario entre la ropa de lagarterana y africana y las formas que los más jóvenes usan en el vestir en la actualidad. O ese espacio creado por Mónica Boromello, tan de arte contemporáneo del bueno que ni siquiera lo parece, y que tan bien marca el espacio y permite los movimientos escénicos de grupo como las escenas de intimidad. Así como, permite presentar la brutalidad en primer plano.
Aunque si por algo destaca esta producción es por el uso de la banda sonora. La parte musical, siendo un pastiche, en el sentido de recurrir desde las llamadas músicas del mundo hasta el folklore, pasando por la copla y el tecno, se usa de manera impresionante. Habiendo asimilado con maestría la semilla plantada por el agitador folclórico Rodrigo Cuevas y las Tanxugueiras. Un componente de esta producción que brilla porque además el elenco sabe cantar y tocar instrumentos. Y sabe bailar esa música bajo la atenta dirección a lo que se oye y sucede en escena de la coreógrafa Sara Cano.
Y es que la elección del elenco es otro acierto. Como lo es saber sacarle partido a sus capacidades y talentos. De tal forma, que se puede decir que el mejor de los mejores Jorge Kent ha vuelto. O que Alberto Velasco hace un arriesgado Mengo desde la discapacidad de su personaje, volviendo a confirmar que es uno de los mejores, y llevándose el corazón del público. Con que naturalidad hacen ambos sonar el verso.

Aunque nombrarlos a todos es imposible, porque son diecinueve intérpretes que asumen sus papeles como si estuvieran haciendo protagonistas, sería injusto citar a los dos anteriores y no nombrar a Cristina Marín-Miró y su Laurencia y a Pascual Laborda y su Frondoso . De los que de nuevo destacan la naturalidad con la que su cuerpo, incluida la voz, se hacen el mejor eco del verso que dicen. Y con los que sin duda se identificarán todos aquellos espectadores que fueron jóvenes o que lo son ahora.
Entre todos, consiguen hacer pensar a la platea que es así como se habla. Que el habla en español tiene esa retórica tan llena de contenido, que apela al sentimiento y al pensamiento, y esa musicalidad que tiene la poesía. Que es el español nuestro de cada día. Solo hay que ver las noticias y las tertulias para darse cuenta de que no. Vana ilusión, pero que bien haberla tenido por un rato. De haber podido salir de la zafiedad del mundo, para poder hablar y entender quién, cómo, dónde, cuándo y para qué se hace zafio.
Por todo lo anterior, como se decía al principio, Laila Ripoll no podía haber tenido mejor carta de presentación como nueva directora artística de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, porque es el primer espectáculo que produce esta compañía bajo su dirección. Como también es una buena carta de presentación para ese aire de festival grande sin olvidar lo local, el lugar donde se hace, que Irene Pardo, la directora de este, quiere darle. Que Fuenteovejuna es una obra que empieza en Almagro.