La izquierda y la clase trabajadora
"Hemos de convencernos de que es muy difícil disfrutar de las libertades cuando se está hambriento o en grave necesidad".
El reciente premio Nobel de Economía Daron Acemoglou, autor de varios libros fundamentales para comprender el desarrollo político y económico de nuestras sociedades actuales, ha publicado un brillante artículo en el que culpa al Partido Demócrata del desastre que supone para sociedad de su país el regreso de Trump, un personaje que pondrá en riesgo los fundamentos del régimen. Este juicio no es apresurado ni infundado porque, por desgracia, el mundo ya tiene la experiencia de una legislatura a manos de este multimillonario malhumorado.
La tesis de Acemoglou es simplicísima y fácil de comprender. Al término del mandato de Biden, los electores USA no están satisfechos con el funcionamiento de la democracia en su país. Una encuesta de Gallup del pasado enero certificaba que solo el 28% de los estadounidenses (un mínimo histórico) dijo estar satisfecho con “la forma en que está funcionando la democracia” americana.
La democracia estadounidense se ha basado desde sus orígenes en cuatro acuerdos tácitos: prosperidad compartida, voz para la ciudadanía, gobernanza basada en la experiencia y servicios públicos eficaces. Pero últimamente el régimen americano, como otros muchos de su ámbito político y cultural, está frustrando este compromiso. Pero no siempre fue así. Durante los treinta años de consenso socialdemócrata posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la democracia dio resultados, especialmente en lo referente a la prosperidad compartida. Los salarios reales (ajustados a la inflación) aumentaron rápidamente para todos los grupos demográficos y la desigualdad disminuyó. Pero esta tendencia llegó a su fin en algún momento a fines de los años 1970 y principios de los años 1980. Desde entonces, la desigualdad se ha desbocado y los salarios de los trabajadores sin título universitario apenas han aumentado. Aproximadamente la mitad de la fuerza laboral estadounidense ha visto cómo se disparaban los ingresos de la otra mitad. Como dice el sociólogo Arlie Russell Hochschild -explica el flamante Nobel-, muchos estadounidenses, especialmente los que no habían logrado título universitario, que vivían en el Medio Oeste y el Sur, llegaron a sentirse como "extranjeros en su propia tierra".
Aquella desigualdad lacerante entre la clase trabajadora y la mitad superior de la escala social duró casi cuarenta años pero se detuvo -explica Acemoglou- en torno a 2015. Por más que la percepción de que la sociedad americana volvía a equilibrarse, a conseguir loables objetivos de equidad, se desvaneció de nuevo cuando, a raíz de la pandemia, se produjo una oleada de inflación, que, con razón o sin ella, la ciudadanía atribuyó al gobierno en ejercicio.
Y el Partido Demócrata no supo ni apreciar la situación ni ponerle remedio. Había pasado
de ser el partido de los trabajadores a convertirse en una coalición de empresarios tecnológicos, banqueros, profesionales y posgraduados que comparten muy pocas prioridades con la clase trabajadora. Y con una particularidad: las élites que habían de establecer una gobernanza basada en la experiencia y en las buenas prácticas, que diseñaron el sistema financiero encargado de procurar el bien común, acabaron provocando la gran crisis de 2008, de la que salieron casi indemnes los más ricos mientras las clases medias se hundían y en gran número los trabajadores perdían sus medios de vida e incluso sus propios hogares.
El dibujo de lo sucedido en Estados Unidos es convincente y fiel, y explica la ira de los votantes tradicionales del Partido Demócrata que han desertado de él cuando les ofrecía sutilezas de la llamada política woke en lugar de ocuparse de satisfacer las legítimas aspiraciones de una clase trabajadora que todavía no ha conseguido los niveles de bienestar de antaño y que no disfruta de unos servicios públicos, sanidad y educación, satisfactorios.
La lección que se desprende de este relato es simple: la principal tarea de la izquierda democrática es trabajar por todos los medios en pro del bienestar de la clase trabajadora, de los estratos inferiores de la comunidad, que no hoy no pueden emancipar a sus hijos ni disponer en muchos casos de una vivienda digna. Todo lo demás, el acúmulo de los derechos necesarios, llegará por añadidura, pero hemos de convencernos de que es muy difícil disfrutar de las libertades cuando se está hambriento o en grave necesidad.