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Las derechas tienen ya un nuevo wokismo

Las derechas tienen ya un nuevo wokismo

Quizá el verdadero wokismo haya anidado siempre en la derecha.

El líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijóo, y el de Vox, Santiago Abascal.Europa Press via Getty Images

La obsesión antiwoke de la derecha trumpista, con sus filiales correspondientes en cada país, como Vox en España, ha alumbrado un wokismo inverso. O un wokismo de signo conservador. Como si la nueva derecha autoritaria proyectara en el otro sus propios males. Ahí está la cancelación de los programas televisivos molestos con los valores y el poder de la derecha autoritaria.

Es más, quizá el verdadero wokismo ha anidado siempre en la derecha, si entendemos el wokismo como la prevalencia de la identidad por encima de la ciudadanía o la defensa del tribalismo en detrimento del universalismo. En este campo, la derecha es imbatible.

Es cierto que el ser humano no puede desprenderse de su identidad personal, en relación a su vez con una identidad colectiva. La diferencia está en que la nueva derecha apuesta por una identidad cerrada e impermeable, mientras que la izquierda debería defender una identidad abierta y trascendental, es decir, abierta al otro y al mundo.

En este sentido, la tarea de la izquierda para defender los derechos de la clase media y trabajadora, junto a los de las mujeres, de las personas LGTBI o de los migrantes, se deriva por la injusticia sufrida por las víctimas de la historia. De los más vulnerables de ahora y de siempre, a favor de una subjetividad inclusiva.

El nuevo wokismo de derechas lo sabe, y por eso sustituye la vieja lucha de clases por la guerra intergeneracional, cuestionando la sostenibilidad del sistema de pensiones, a la vez que desvía la crítica al capital acumulado sembrando la cizaña entre trabajadores autóctonos y extranjeros. La verborrea contra la inmigración es clave para el apuntalamiento de su proyecto de identidad pobre, excluyente y de clase. Su origen se remonta a la idea de la preferencia nacional, cuyo último hito es el visado por puntos propuesto por el señor Feijóo.

El error del PP en este asunto no reside solo en hacerle el juego a la ultraderecha, viendo la inmigración como una amenaza contra toda evidencia. Cuando realmente se debe ver como un fenómeno global e histórico que hay que gobernar a favor de la cohesión social. Porque lo que plantea la extrema derecha es, en el fondo, un cambio antropológico de consecuencias imprevisibles.

También en el ámbito impositivo. La crítica a los impuestos que ha proliferado en los últimos tiempos no solo es consecuencia de un planteamiento utilitario de la cuestión —pagamos impuestos para tener mejores servicios públicos y un Estado de bienestar con cobertura sanitaria y educativa—, sino antropológica —¿para qué pagar impuestos si no quiero saber nada de mi prójimo? En fin, su propuesta destierra al humano de su ser social y relacional.

La democracia del siglo XX era el correctivo individualista al Estado totalitario. Hoy, en un proceso inverso, prende la llama individualista de una batalla contra la existencia no sólo del Estado sino de la misma sociedad, como sostienen destacados teóricos neoliberales.

En efecto, las derechas extremas han decidido librar una guerra cultural, de valores, que afecta no solo a los cimientos de las sociedades democráticas, sino de la misma concepción del ser humano. Una guerra que se lleva por delante la sociedad, sin la cual no hay ni política ni democracia, solo la ley del más fuerte. La izquierda tiene una enorme responsabilidad para restablecer los lazos perdidos de una sociedad necesitada de certezas y esperanza. Sin duda. Pero, ¿está el PP dispuesto a dejarse arrastrar por esta renacida contrarrevolución?

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Es diputado por Lleida y portavoz de Deporte del Grupo Parlamentario Socialista.