No más gasto militar
La Defensa europea debe organizarse globalmente desde Bruselas, y ha de hacerse con recursos del presupuesto común, aunque este haya de ampliarse.

La exigencia norteamericana de que los países de la OTAN eleven su presupuesto nacional de Defensa hasta el 5% es un auténtico dislate que ni siquiera merece discusión. La negativa española, que ha abierto brecha y ha complacido a la mayoría de países occidentales de la Alianza, es perfectamente oportuna, si bien la oposición a este disparatado rearme ha de concretarse: el absurdo de una duplicación o triplicación de los actuales ejércitos occidentales no se mitiga mediante un simple aplazamiento a varios años. Tampoco es de recibo la formula intermedia propuesta por el secretario general dela OTAN, Mark Rutte, que consiste en un incremento cercano del gasto militar puro hasta el 3,5%, al que se sumaría un 1,5% de gastos relacionados. La paz global ha de conseguirse por otros medios y no incrementando la potencia de la guerra convencional.
Conviene un repaso a las cifras para precisar de qué estamos hablando: según precisó recientemente el propio Sánchez, España invertirá 10.471 millones más de euros en defensa en 2025, hasta llegar a un total de 33.123 millones, y “cumplirá este año con el objetivo del 2%” de gasto militar comprometido con la OTAN, adelantando en cuatro años la fecha fijada hasta ahora por el Gobierno, que era 2029.
La inversión en Defensa es ya gigantesca, y, como se ha recordado en medios solidarios, sin este incremento ya consolidado España hubiera podido destinar a cooperación y desarrollo el 0,7% del PIB, que es el objetivo que se ha marcado hace tiempo la comunidad internacional.
El gobierno afirma que esta subida podrá realizarse sin tocar el gasto social. Pero como los milagros no existen, parece lógico pensar que no se podría ir más allá sin debilitar el bienestar de los ciudadanos y la cooperación internacional. El 5% del PIB español representa más de 80.000 millones de euros, una cantidad que no es razonable detraer de las partidas destinadas a los grandes servicios públicos ni al sistema de protección social.
La frialdad con que la Norteamérica de Trump efectúa sus planteamientos es absolutamente inhumana: su decisión de recortar drásticamente el gasto estatal —para lo que ha contado con la colaboración del genio Elon Musk— ha incluido el desmantelamiento de la USAID, la agencia norteamericana de cooperación al desarrollo, que manejaba un presupuesto del orden de los 30.000 millones de dólares anuales, y de la que han vivido hasta ahora millones de personas en las zonas más desfavorecidas del planeta. Se han publicado trabajos espeluznantes sobre los efectos catastróficos que esta cancelación producirá, con millones de víctimas a corto plazo, entre ellas, muchos muertos materialmente de hambre física.
Ante esta presión norteamericana, la Unión Europea no puede actuar como un mosaico de países, cada uno de los cuales se sentirá abrumado por el desatino de Trump (la carta de Sánchez ha abierto brecha, y hay varios países que se han alineado con ella, pero el asunto no está zanjado y la próxima reunión de la OTAN será tormentosa). La Defensa europea debe organizarse globalmente desde Bruselas, y ha de hacerse con recursos del presupuesto común, aunque este haya de ampliarse.
Bruselas ha de ser, en fin, el parachoques potente que se siente a negociar con Trump no solo la capacidad militar occidental sino también la gestión de los conflictos. Washington actúa con absoluta autonomía en Ucrania, que está en el corazón de Europa, pero también en Oriente Medio. No es, pues, lógico que imponga sus condiciones militares a sus aliados. La culpa de que Europa sea un cero a la izquierda en la defensa occidental es sobre todo de los europeos, pero la irrupción de Trump ha de ser el estímulo que ponga fin a esta situación absurda.
Por resumir: pocas veces una decisión como la de congelar el gasto militar había obtenido tanto consenso en nuestro país, por lo que no solo este gobierno está obligado a cumplir su propio criterio: también los futuros habrán de contar con la voluntad popular al respecto. Ahora es preciso que España convenza a sus socios comunitarios de que es preciso implantar una política de defensa común, perfectamente organizada y en manos de las instituciones europeas, para que se empiece una nueva era que deje definitivamente atrás los viejos tics que derivan de la Segunda Guerra Mundial.