La buena educación sexual

La buena educación sexual

El sexo entra a la escuela por su lado menos carismático, como lo hace también la lectura. Ponderamos estereotipadamente y punimos en lugar de acompañar y respetar. No sabemos dejar ser. Si la educación sexual se planteara desde una redefinición de la palabra educación, otra sería la historia.

GTRES

Me vuelve a parecer sintomático y significativo el uso que se le da a la palabra educación cuando se la asocia a lo sexual. ¿De qué hablamos cuando hablamos de educación sexual?

Parece evidente que, en referencia a lo sexual, la educación se piensa básicamente como información. Educación sexual suele querer decir, para casi todo el mundo, información sexual. Es una iniciativa que se aceleró en los tiempos del HIV y está muy ligada al lado profiláctico de lo sexual. También guarda relación -aunque no tan directa- con el embarazo precoz y, antes, con las enfermedades venéreas. La información sexual que nos protege de los riesgos que el sexo supone.

Y así se ha ido imponiendo.

No soy un experto ni un estudioso de los temas HIV, venéreas y embarazo precoz, pero tengo entendido que hay alguna relación directa entre información y control. Tal vez.

Pero mi problema es otro. Eso de que educación sea tan naturalmente un sinónimo de información me incomoda. Estamos ante un gran peligro (tan grave como los referidos antes, me parece): que los sistemas educativos en general sean remitidos y reducidos a sistemas informativos. Es decir, que entendamos la escuela como un centro informativo.

También me inquieta -debo reconocer- que lo sexual en la escuela sea remitido y reducido a profilaxis. No es ingenuo ni neutral. La escuela se vuelve a lo sexual para dominarlo, para domesticarlo, como suele hacer con todo lo demás (con lo digital, para citar otro ejemplo). O para pretender dominarlo, por lo menos. Una sexualidad educada es una sexualidad dominada, aplastada por su profilaxis; abordada desde sus riesgos. La escuela no enfrenta lo sexual como una práctica humana básica y constitutiva, apoyada en la trama de valores que organizan y dan sentido a las personas o los grupos sociales. No digo que deba exaltarla (porque se exalta sola), sino simplemente que la acompañe. Pero no lo hace. Entra cercándola. No nos habla del placer, de las posiciones relativas entre los enamorados, del amor en general, del goce, del extravío vital. Insiste con preservativos, sangres, ciclo menstruales, prostitución, homosexualidades, edades, maduraciones, zonas erógenas autorizadas y esas cosas. El sexo entra a la escuela por su lado menos carismático, como lo hace también la lectura. Ponderamos estereotipadamente y punimos en lugar de acompañar y respetar. No sabemos dejar ser.

Si la educación sexual se planteara desde una redefinición de la palabra educación, otra sería la historia. Educación como un proceso formativo, constitutivo. Educándome, me constituyo en quien soy. Soy más yo mismo. Me formo. Y la educación sexual sería abordada como la constitución sexual de los alumnos o, más aún, como la constitución de los niños; su formación, también a partir de lo sexual. Lo sexual me constituye.

Y entonces lo sexual se vuelve una instancia estructural de formación de las personas. En lo sexual se juegan los valores y las competencias fundamentales de la vida social. Las culturas se manifiestan en lo sexual y se ponen en juego en lo sexual. Lo sexual como una práctica social básica de la vida humana. Lo sexual en su más amplio sentido.

Y que todo eso entre en la escuela. Con todita su complejidad, su diversidad, su amplitud y su transversalidad. El componente sexual de esa comunidad es parte de esa comunidad; es un condensador social. Y que la escuela lo aloje, lo dinamice, le abra espacios y sobre todo lo respete. Como la dimensión digital de nuestros niños.

No busquemos escuelas que nos devuelvan niños sexualmente educados. No se trata de eso. Exijamos escuelas que eduquen a nuestros niños también mediante su vida sexual. Los forme en su sexualidad y para su sexualidad plena. Les enseñe lo sexual y sus sexualidades. Los abra al mundo vital de la vida sexual humana. Los acompañe, uno por uno, en su recorrido propio. Los reconozca como sujetos sexuales.

Es curioso, pero pensándolo mientras escribo me viene el recuerdo de que así como con lo sexual la escuela usa la palabra educación, educación sexual, con lo cívico o lo ético la escuela opta por la palabra formación, formación cívica, formación cívica y ética, formación ciudadana... Es curioso. Creo que esto también se explica por aquella consuetudinaria pacatería que caracteriza a la escuela, que intuyó que si hablaba de formación sexual se habría metido en problemas de los que no hubiera conseguido salir ilesa.

Cambiemos -quiero decir- la ubicua lámina del aparato reproductor femenino y la infografía del condón y sus mecanismos por imágenes de los besos, los abrazos, los cuerpos, los deseos, las vergüenzas, las caricias, lo erótico en general. Saquemos lo sexual de la clase de biología, ¡por amor de dios! Reconozcamos que lo sexual ya está presente en la escuela y que si se lo trabaja bien, jalará de los otros procesos porque es significativo aunque no queramos, por presencia o por ausencia.

Si educar es formar, la escuela debe formarnos sexualmente. Ayudarnos a ser plenos en aquello. En rigor, la expresión más adecuada sería así: no se trata de formarnos sexualmente sino de, sexuales como somos, ayudarnos a ser. (Siento, muchas veces, que las frecuentes sexólogas de la TV y la radio dan mucho mejor con la posición y el tono que estoy proponiendo que la escuela.) Ayudarnos, que es un poco de guiarnos y otro poco de dejarnos ser. Ir sacando a lo sexual de su nicho y volviéndolo -como es- un eje transversal de la constitución subjetiva de los niños; una problemática que regresa todo el rato, a propósito de casi todo, y le da sentido a muchas de las cosas que hoy la escuela no consigue darle sentido. Toda una oportunidad.