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Precariedad laboral y futuro sin certezas: así (mal)viven los jóvenes en España

Precariedad laboral y futuro sin certezas: así (mal)viven los jóvenes en España

La ausencia de respuestas a los problemas que sufre la juventud, en una crisis de salud mental sin precedentes, es otro de los motivos por los que aumenta el apoyo a los populismos de extrema derecha.

Cartel en una manifestación por la educación pública.Fernando Sanchez/Europa Press via Getty Images

Circula por internet desde hace años una afirmación sobre la juventud atribuida a Sócrates. La viralidad ha puesto en boca del filósofo una opinión poco estimable de las personas jóvenes. “La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores y chismea mientras debería trabajar”, recoge la sentencia, con diferentes matices cada vez que alguien la publica. Pero no es suya. Según la web Quote Investigator, pese a que la cita ha circulado incluso por diferentes medios de comunicación, desde el Oakland Tribune en 1922 hasta el Sydney Morning Herald en 2008, en realidad las palabras son de un estudiante, Kenneth John Freeman, que las utilizó para su tesis doctoral en Cambridge en 1907. La mención exacta dice: “Los cargos de la acusación son lujo, mala educación, desprecio a la autoridad, falta de respeto a los mayores y amor por la charla en lugar del ejercicio”. Sí es verdad, no obstante, que Freeman se quejaba de los modales de la juventud en la antigüedad.

Derribado el argumento de autoridad, sirva de igual modo la opinión del estudiante en Cambridge para observar un comportamiento habitual del adulto hacia el joven, sea cual sea la época vivida. Venimos, por ejemplo, de unos años en los que han proliferado expresiones como nini (ni estudia ni trabaja) o generación de cristal para definir a las personas jóvenes, a quienes también se evidencia por asuntos culturales. Se censura la música que escuchan y/o se les reprende por atender e informarse a través de redes sociales u otros medios, como YouTube o Twitch, y no reparar en lo que hasta ahora era costumbre, leer el periódico o ver la tele. Es casi una costumbre de la época adulta, no de la madurez, juzgar todo lo que hace la juventud. En última instancia, además, se les culpa de su situación, una ofensa que no hace más que ensanchar la brecha. ¿Resulta entonces tan extraño que luego suceda esto que publicamos hace una semana?

Entre los diferentes motivos que explican la aproximación de la juventud hacia la extrema derecha, quizás el principal es el de la precariedad. Por eso, como defendía Lucas Gotzzén, profesor de Estudios sobre la Infancia y la Juventud en la Universidad de Estocolmo, de poco vale enfangarse en la batalla cultural si no se apuesta por “políticas económicas que aborden la precariedad de los jóvenes”.

En España, las personas jóvenes de entre 15 y 29 años representan el 16% de la población, casi 7,5 millones. Y no están bien. Según el informe Equilibristas, del Consejo de la Juventud de España, las personas jóvenes en España enfrentan “una crisis de salud mental sin precedentes”. En 2023, “casi el 60% ha experimentado problemas psicológicos y el número de quienes los sufren con frecuencia (17,4%) se ha triplicado desde 2017 (6,2%). Además, casi la mitad de las personas jóvenes (48,9%) declara haber tenido ideaciones suicidas en algún momento en 2023”.

Pese a reconocer que la reforma laboral de 2022 ha mejorado “significativamente la temporalidad”, el informe del Consejo de la Juventud detallaba que, “desde la Gran Recesión [como se conoce a la crisis económica de 2008], y especialmente tras la reforma laboral de 2012, el mercado de trabajo ha sido un lugar hostil para las personas jóvenes. El mercado laboral juvenil ha estado marcado por elevadas tasas de desempleo y por la precariedad laboral, entendida esta como una realidad multidimensional compuesta por, al menos, alguno de los siguientes elementos: temporalidad, jornadas parciales involuntarias y sobrecualificación”. Antes del estallido de la burbuja inmobiliaria, en 2007, el desempleo juvenil se situaba en el 18,6%. Ahora, aunque haya ido descendiendo, el desempleo de los menores de 25 años está en el 25,3%, dieciséis puntos porcentuales más que la tasa de paro de las personas mayores de 24 años. 

Además, los trabajadores menores de 24 años son el único grupo de edad que cobra menos ahora que en 2008. Mientras el salario medio en España ha subido un 18% en los últimos quince años — publicaba El País —, el sueldo de las personas jóvenes se ha congelado en los 1.102 euros mensuales de media, una situación “que se prolonga durante todos los años siguientes en los que se incorporan a sus primeros trabajos. El sueldo medio de entrada (el que se cobra el primer año) para los trabajadores entre 25 y 34 años es de 2.011 euros brutos mensuales, frente a los 2.504 del sueldo promedio”.

1.102 euros de media cuando el precio del alquiler, por ejemplo, se sitúa en un precio récord de 1.080 euros de media al mes, según un reciente estudio de Fotocasa. No es de extrañar, entonces, que España tenga su peor dato de emancipación joven desde 2006. Solo el 15% vive fuera del hogar familiar, y de ellos, el 87% no tiene más remedio que compartir vivienda con otras personas en su misma situación ante la imposibilidad de hacer frente a los gastos mensuales. Con todo, y según se recogía en ‘Equilibristas’, en 2023 “el 54% de las personas jóvenes manifestaron tener dificultades para llegar a final de mes, frente al 48% de la media estatal”.

Las personas jóvenes no se sienten escuchadas, no sienten que sus representantes, los hayan votado o no, atiendan sus demandas. ¿El resultado? La manida desafección, una palabra que se ha convertido más en lema que en preocupación objetiva. Como se explicaba en el libro Presente y futuro de la juventud española. Una perspectiva socioeconómica, “esta realidad contribuye a la insatisfacción de una parte creciente de la ciudadanía sobre el funcionamiento de las instituciones, la confianza en la eficacia de los gobiernos y su capacidad de solución de los importantes problemas planteados”. “El resultado — proseguía la publicación dirigida por Francisco Pérez García, director del IVIE — en muchos países, incluido España, es la pérdida de apoyos de los partidos de gobierno, la fragmentación del mapa político, el ascenso de los populismos y una menor participación electoral, en especial de los jóvenes. Esto sucede al tiempo que los mecanismos de la opinión pública están cambiando profundamente y las redes sociales disputan a los medios de comunicación su papel. Las personas jóvenes actuales, nativas digitales y ampliamente conectadas a las redes sociales, no se informan ni reaccionan colectivamente siguiendo los patrones del pasado, lo que dificulta adicionalmente la articulación de sus respuestas a los problemas”.

En España, el momento 15M, que supo aprovechar Podemos mediante el populismo de izquierdas, ha derivado en un contexto reaccionario en el que el populismo de extrema derecha es ahora el que coopta la desafección política. Lo mismo que en el resto del mundo. La advertencia antifascista o las alertas acerca de lo que Pedro Sánchez llama internacional ultraderechista son percibidas por una buena parte de la juventud como el dicho de “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Donald Trump no ha ganado por ser un autócrata racista y machista, sino porque enfrente tenía a lo que muchos consideran “élites políticas”. Los de siempre. Ya no es que no sirva el dicho de “malo conocido es mejor que bueno por conocer”, sino que, para cada vez más gente, malo conocido es peor que malo por conocer. Así se explica también la victoria, por ejemplo, de Javier Milei en Argentina. Se trata de una ola “que crece entre la confusión, la inconformidad y las ganas de patear el tablero”, explicaba Pablo Stefanoni, autor de ¿La rebeldía se volvió de derechas?

El auge de la extrema derecha y su apoyo cada vez más joven se explica también, como acostumbra a señalar Stefanoni, por la incapacidad de la izquierda, y de los partidos tradicionales, de presentar la utopía de un futuro mejor. “Si [la extrema derecha] crece es justamente porque no parece haber un futuro, al menos uno deseable. Así es como crecen sensibilidades más nihilistas y revanchistas. La falta de futuro es el caldo de cultivo para un tipo de derecha más asociada a los discursos antisistema", decía. La extrema derecha ha convertido el futuro en una vuelva a un pasado supuestamente más honroso, mientras los partidos tradicionales y la izquierda se estancan en un presente que no es favorable para los jóvenes, a quienes además no trasladan la idea de un futuro mejor, como el que sí vieron, por ejemplo, sus padres.

El doctor por la Universidad Autónoma de Madrid Francisco José Martínez Mesa explicaba en un artículo que plantear el futuro como un horror “funciona como un mecanismo activador del miedo con efectos inmediatos en nuestro cálculo de expectativas. [...] La amenaza de un mañana dominado por la creciente presencia de conflictos y problemas puede retrotraernos al presente pero ya no desde la consideración de este como espacio de intervención sino como lugar de refugio a cuidar y preservar”. En 2016, Bernie Sanders, el candidato desechado por las élites del Partido Demócrata en EEUU, hablaba, para contrarrestar esta idea, de “un futuro en el que creer”.

El politólogo Oriol Bartomeus, director del Institut de Ciències Polítiques i Socials (ICPS) y autor del libro El peso del tiempo: Relato del relevo generacional en España, reafirma, en conversación con El HuffPost, esta idea del futuro distópico. "Uno de los motivos que ha hecho que ahora el malestar lo gestione la extrema derecha es que está muy instalada la idea de que, aunque siempre haya habido problemas en la juventud, por primera vez los jóvenes están seguros de que su futuro será peor que el de sus padres", dice. Bartomeus considera además que la izquierda no ha sabido contrarrestar el señalamiento de culpabilidad de la extrema derecha. "La izquierda, además, les ha dicho sobre todo a los hombres jóvenes blancos, que son los que más se están yendo hacia la extrema derecha, que no tienen derecho a quejarse porque son unos privilegiados. Y puede que algunas de sus quejas sean injustas, pero el malestar no es mentira. Es una realidad que no solo se ha ignorado sino que se ha combatido. Mientras la extrema derecha ha sabido señalar culpables, diciéndoles a estos jóvenes que la culpa de su situación es de las mujeres, de los inmigrantes... La izquierda no ha insistido, por ejemplo, en la idea de que la culpa es de la desigualdad económica", argumenta el politólogo.

Para Bartomeus, es esencial que se produzca un "cambio en la dieta informativa" para contrarrestar este aproximamiento al populismo de extrema derecha. "Las redes sociales, el único canal por el que se informan los jóvenes, son de la extrema derecha. Es importante que a la juventud comience a llegarle un discurso alternativo, uno que les diga, por ejemplo, que el problema no es que Elon Musk piense lo que piense, sino que es el hombre que concentra el 40% de la riqueza mundial, que las grandes empresas son las que no pagan impuestos... El problema es que hemos dejado la socialización en manos de redes como TikTok, y luego nos sorprendemos de que los jóvenes piensen así. Es como cuando nos quejamos de la educación sexual después de haberla dejado en manos de la pornografía", lamenta Oriol Bartomeus.

A pesar del cada vez mayor apoyo entre los jóvenes a los partidos populistas de extrema derecha, los datos contradicen la idea de que todas estas personas compartan la totalidad de las ideas de dichas formaciones. Por ejemplo, un estudio de septiembre de 2024 del Centro Reina Sofía de Fad Juventud reveló que casi 9 de cada 10 jóvenes se mostraban muy preocupados por el medioambiente, aunque el 95% aseguraba enfrentar barreras para poder vivir una vida sostenible por culpa del alto coste de los productos, la falta de incentivos económicos, la percepción de que sus acciones individuales no tienen impacto suficiente o por la información insuficiente o escasa. Recientemente, además, se han publicado estudios que demuestran que, pese a que la extrema derecha sitúa la inmigración como el mayor de los males, la visión de las personas jóvenes respecto a las migrantes no es, todavía, tan peyorativa (con algunas diferencias según los países).

No atender las demandas de la juventud sí trae consecuencias, y están relacionadas de manera muy íntima con el avance hacia el extremismo, acaso la erosión democrática. Las personas jóvenes han nacido en democracia y pueden terminar culpando a la democracia de sus problemas. Algunos ya lo hacen, aunque todavía no es la mayoría.