Eurófobos, un viaje de ida y vuelta

Eurófobos, un viaje de ida y vuelta

Hay que ser críticos, muy críticos, con el funcionamiento de las instituciones europeas. Es la única forma de cambiarlas para mejorarlas. Pero la crítica destructiva, tal y como hacen los eurófobos, es tramposa: su objetivo no es tanto acabar con la UE como llegar a los Gobiernos nacionales. Que no nos tomen el pelo.

Qué alegría más efímera. El grupo liderado por el eurodiputado británico Nigel Farage en el Parlamento Europeo ha estado a punto de disolverse. Europa de la Libertad y la Democracia Directa, EFDD por sus siglas en inglés, perdía hace unos días el apoyo de una de las diputadas que lo componían. Sin ella, no cumplía los criterios que demanda el Parlamento Europeo para la formación de un grupo parlamentario (25 eurodiputados de 8 países distintos). A unos cuantos, aquellos que estamos a favor de la construcción de un proyecto europeo más democrático y eficaz, se nos puso una sonrisa en la boca. Duró poco. El polaco Robert Jaroslaw Iwaszkiewicz, del KNP, partido de extrema derecha, se unía a los pocos días al EFDD, que vuelve a cumplir los requisitos por la mínima.

Entre las conocidas frases de Iwaszkiewicz figura una que pone los pelos de punta: "Estoy seguro de que hay unas cuantas mujeres que volverían a tener los pies en el suelo si los hombres les pegasen". No sólo es que sea contraria a los valores de la Unión Europea, sino también a los Derechos Humanos, a la dignidad y al sentido común. Allá Farage con sus compañeros de viaje. Lo que realmente nos preguntamos es si los votantes del Movimiento 5 Estrellas italiano, segundo en importancia en este grupo, son conscientes de dónde se han metido. El Movimiento 5 Estrellas es muy crítico con el sistema de partidos en Italia y con la situación de la UE, pero no extremista ni racista. Su base de votantes anticasta es transversal, y quizá Grillo no era consciente del riesgo que corría al compartir grupo con personajes de la talla del propio Iwaszkiewicz.

El Movimiento 5 Estrellas decidió su pertenencia al EFDD mediante una votación online. Las opciones entre las que elegir eran tres: unirse al EFD (se añadió posteriormente la D por "directa", debido a una petición expresa de los italianos), al ECR (grupo liderado por los conservadores británicos) o permanecer como no inscritos. Votaron menos de 30.000 personas. Un total de 23.121, correspondientes al 78,1%, eligió al EFD de Farage. En las elecciones europeas de mayo el Movimiento 5 Estrellas obtuvo 5.807.362 votos. Una pequeña diferencia de votos entre una y otra de nada más que 5.777.778.

Muchos, tras el resultado electoral de mayo se lanzaron a diagnosticar el triunfo de los populismos y de la eurofobia. Un análisis más acorde con la realidad nos invita a preocuparnos por el antieuropeísmo que presentan los partidos eurófobos, pero no a darle más importancia de la que realmente tiene. El desarrollo de los acontecimientos desde los comicios ha demostrado que la capacidad real de toma de decisiones de los contrarios al proyecto europeo es muy limitada. Juncker ha sido elegido presidente y ha podido formar su Comisión Europea con el apoyo de una coalición popular-socialdemócrata-liberal, con un apoyo no sustancialmente menor al que obtuvo Barroso en sus dos comisiones, a pesar del aumento de eurodiputados críticos con el funcionamiento de la UE.

El Parlamento Europeo seguirá funcionando en su lógica habitual. Los eurófobos ni siquiera han conseguido unirse entre sí, pues es más lo que los separa que lo que los une. Dábamos cuenta por aquí hace tan sólo unos meses de la boda eurófoba de Wilders y Le Pen. Pues bien, a pesar de ese anuncio a bombo y platillo, estos líderes no pudieron formar grupo y no lograron ponerse de acuerdo con Farage para integrarse en el suyo.

Pero hay un lugar donde el peligro es más que evidente y preocupante que en el Parlamento Europeo: la política nacional. No seamos ingenuos. Wilders, Le Pen o Farage no están buscando cambiar la política europea. No. Lo que están intentando es, sistemáticamente, poner los temas que les interesan encima de la mesa, jugando con el miedo de los ciudadanos, y buscando lograr una repercusión en su ámbito de origen nacional. Su objetivo no ha sido nunca Bruselas, ni por supuesto lo es ahora. Siempre han tenido el foco en la capital de sus respectivos países.

En este tablero se desenvuelven perfectamente, especialmente en el caso de Marine Le Pen. La eurodiputada francesa se está beneficiando de la gravísima crisis de confianza que está sufriendo el presidente francés, François Hollande. Su "presidencia normal" se está convirtiendo en una pesadilla, como demuestran las encuestas de opinión. Hollande está bajo mínimos y no hay muchas alternativas en su partido, más allá del primer ministro Valls, que ha abierto el debate sobre la denominación del Partido Socialista, y que es partidario de modificar las prioridades y objetivos del centro-izquierda francés. Por la derecha existe igualmente una crisis de liderazgo enorme, a pesar de la nueva aparición de Nicolás Sarkozy. Todo ello resulta en una mezcla explosiva que puede aupar a Le Pen al Elíseo, con mayores posibilidades aún si la situación económica del país galo no mejora y las exigencias desde Bruselas les obligan a tomar más medidas de ajuste.

En el Reino Unido la situación, si bien no es igual, tiene ciertas similitudes. Es verdad que ninguna encuesta vaticina una victoria de un UKIP que, por otra parte, venció en las elecciones europeas. Pero aún sin darle la victoria, sí que le consolida en la tercera posición, con un 15% de los votos, muy por encima de los liberal-demócratas, que siguen en caída libre. El UKIP ha logrado hacer suyo el debate público. El resto de partidos se ve obligado a reaccionar ante lo que ellos plantean. Dos ejemplos claros: a) El primer ministro, David Cameron se ha visto "obligado" a fijar un referéndum para 2017 en el caso de que los Tories logren ganar las elecciones; b) El debate sobre la inmigración, a pesar de las cifras empíricas que demuestran su importancia para la economía británica, está sobre la mesa y en la boca de todo político británico. Tintes xenófobos en el ambiente, incluso hacia los ciudadanos comunitarios para los que hay libertad de movimiento según deja claro el Tratado.

En los próximos meses, en un contexto de crisis de crecimiento en Europa y de falta de confianza en las instituciones, nos seguiremos encontrando con declaraciones grandilocuentes, que critican todo el proyecto comunitario y que se pretenden la panacea. No buscan construir un mejor proyecto para los europeos. Nosotros preferimos ser críticos, muy críticos, con el funcionamiento de las instituciones. Es la única forma de cambiarlas para mejorarlas. La crítica destructiva, tal y como hacen los eurófobos, es tramposa: su objetivo no es tanto acabar con la UE como llegar a los Gobiernos nacionales. Que no nos tomen el pelo.