Camino de Santiago: etapas y tramos de la Vía de la Plata o Camino Mozárabe
De antiguas calzadas romanas hasta los pueblos blancos andaluces, este itinerario ofrece una alternativa menos transitada pero profundamente enriquecedora.

En el corazón de la península ibérica, una red de caminos milenarios sigue atrayendo a miles de peregrinos cada año. La Vía de la Plata y el Camino Mozárabe, dos rutas que se entrelazan en el sur de España, representan no solo una experiencia espiritual, sino también un recorrido por siglos de historia, arquitectura y tradición. Desde las antiguas calzadas romanas hasta los pueblos blancos andaluces, este itinerario ofrece una alternativa menos transitada pero profundamente enriquecedora al popular Camino Francés.
El Camino Mozárabe, que debe su nombre a los cristianos que vivían en territorio musulmán durante la Edad Media, comienza en tres puntos principales: Jaén, Málaga y Almería. Estas rutas convergen en la localidad cordobesa de Baena, desde donde el camino continúa hacia Mérida, punto de unión con la Vía de la Plata. Desde Almería, por ejemplo, el peregrino atraviesa localidades como Santa Fé de Mondújar, Abla, Guadix y Granada, en un trayecto que combina desiertos, sierras y valles fértiles. Desde Jaén, el camino pasa por Martos y Alcaudete antes de llegar a Baena, mientras que desde Málaga se atraviesan pueblos como Antequera y Encinas Reales.
Una vez en Mérida, el Camino Mozárabe se funde con la Vía de la Plata, una ruta que parte desde Sevilla y se extiende hasta Astorga, donde se puede enlazar con el Camino Francés o tomar el desvío hacia el Camino Sanabrés en Granja de Moreruela, Zamora. La Vía de la Plata, con más de 700 kilómetros, se divide habitualmente en 27 etapas. La primera de ellas comienza en la Catedral de Sevilla y finaliza en Guillena, atravesando el barrio de Triana y las ruinas romanas de Itálica en Santiponce. A partir de ahí, el camino serpentea por Andalucía y Extremadura, pasando por localidades como Zafra, Cáceres y Salamanca.
En Extremadura, el camino se caracteriza por largas jornadas bajo el sol, con escasa sombra y servicios limitados, lo que exige una buena preparación física y logística. Sin embargo, la recompensa es inmensa: paisajes de dehesas, vestigios romanos, fortalezas medievales y una hospitalidad rural que marca profundamente al peregrino. En Castilla y León, la ruta se vuelve más suave en cuanto a desniveles, pero no menos rica en patrimonio. Ciudades como Zamora y Salamanca ofrecen una pausa cultural antes de afrontar los últimos tramos hacia Galicia.
El Camino Sanabrés, una de las variantes más elegidas desde Granja de Moreruela, lleva al peregrino por Puebla de Sanabria, Ourense y finalmente Santiago de Compostela. Esta opción evita el paso por Astorga y el Camino Francés, ofreciendo una experiencia más íntima y menos concurrida. El paisaje gallego, con sus bosques húmedos y aldeas de piedra, contrasta con la aridez del sur, cerrando el viaje con una transición emocional y geográfica que muchos describen como transformadora.