Reinhold, jubilado de 73 años, obligado a retirar su jardín por los gastos que conlleva: "De repente ya no es posible"
La desazón se apoderó del hombre que, tras años cuidando su pequeño trozo de tierra, se vio obligado a deshacer lo que tanto esfuerzo le había costado.

Durante años, Reinhold veía cada mañana un rincón lleno de color justo al otro lado del cristal. Flores que él mismo había cuidado con paciencia, una pequeña obra de amor que daba vida al patio del edificio donde reside junto a otros mayores. Ahora, ese espacio solo es un trozo de tierra infértil y vacío que lo entristece profundamente. A sus 73 años, este vecino de Hamm-Norden no entiende cómo algo que fue motivo de alegría para todos se ha convertido en un problema.
El origen de la situación está en la decisión de la empresa administradora del complejo residencial, Wilczek Immobilien Management, responsable de los pisos subvencionados donde Reinhold y su mujer viven desde hace ocho años. La compañía ha ordenado la eliminación total del parterre que el propio inquilino había creado frente a su vivienda en la planta baja. La razón oficial: los costes de mantenimiento del patio han aumentado y, además, existen dudas legales sobre el uso de las zonas comunes. Para Reinhold, no obstante, la explicación es tan fría como injusta.
Su jardín no apareció de la noche a la mañana. Recién instalados en su nuevo hogar, él sintió que necesitaba un pequeño refugio verde después de haber renunciado al huerto que cultivaba desde hacía años, pero que ya no podía atender por motivos de salud. Antes de plantar una sola flor, preguntó si podía organizar un pequeño jardín. Aunque el contrato de alquiler lo desaconsejaba, su propuesta fue aceptada de manera informal. Sin grandes pretensiones, empezó a cercar el espacio con una valla baja, aportó tierra fértil y plantó dalias, peonías y cualquier planta que aportara vida y color.
Aquella iniciativa personal terminó convirtiéndose en un regalo para todo el vecindario. Los residentes se detenían a charlar con él mientras regaba o limpiaba los cubos de basura del patio. Algunos incluso donaron plantas que habían pertenecido a familiares fallecidos, encontrando en ese rincón un homenaje silencioso. Reinhold también instaló una pequeña plataforma de piedra para recoger el agua de lluvia más fácilmente y, cuando el barril se vaciaba en verano, no dudaba en gastar agua de su vivienda para que las flores resistieran el calor. Su dedicación era evidente.
Todo parecía en calma, hasta que un buen día recibió la notificación: debía desmontarlo todo en un mes. Nada de flores, nada de parterre; solo césped. La orden lo pilló completamente por sorpresa. “He estado cuidando este sitio durante siete años sin que nadie se quejara. Y de repente ya no es posible”, lamenta. La noticia llegó, además, justo después de que comprara nuevos bulbos de tulipán para la temporada siguiente.
Desde la administración aseguran que no tomaron la decisión a la ligera. Explican que el aumento de trabajo para la empresa de mantenimiento del recinto ha sido significativo, lo que se traduce en gastos que acabarían repercutiendo en todos los vecinos. También mencionan problemas añadidos: adornos y objetos abandonados por residentes que ya no viven allí, cifras difíciles de delimitar y responsabilidades que nadie asume. Por todo ello, han decidido prohibir cualquier elemento privado en los espacios comunes para evitar futuros conflictos.
La versión del jubilado es distinta. Él asegura que nadie le comunicó de manera clara la gravedad del asunto. Siente que la decisión le cayó encima sin margen real para negociar. Aun así, ha optado por cumplir: repartió las plantas entre amigos, retiró la valla y planea sembrar césped cuando llegue la primavera. Lo hace con un nudo en la garganta, consciente de que ese pequeño jardín no era solo suyo; era un símbolo de convivencia en un lugar donde la soledad a menudo pesa más que los años.
Hoy, Reinhold sigue mirando por la ventana, intentando acostumbrarse a la ausencia de colores. Lo que antes le arrancaba una sonrisa, ahora le provoca un suspiro. Su mayor tristeza es pensar que aquello que construyó con tanto cariño fue tratado, al final, como si nunca hubiera importado.
