Un jubilado consigue el sueño de muchos al tener una islita hermosa solo para él: "En una isla, si no eres manitas, te ahogas"
Francia tiene cerca de 1.200 islas y unas 150 son privadas, pero pocas conservan el aire rústico de la que Alain mantiene en el golfo de Morbihan.

Su “jardín” mide 560 metros de largo por 170 de ancho y pasar el tractor cortacésped le ha llevado dos semanas de trabajo. "He estado con el desbroce y la limpieza anual de la isla para que no me coma la maleza”, explica al informativo de TF1 el jubilado que ha conseguido el sueño que tienen muchos.
Alain es el único habitante de este pedazo de tierra situado en plena Bretaña. Vivie allí un tercio del año y, para no sentirse del todo solo, convive con unas cuantas ocas que hacen de compañeras y, de paso, dee jardineras. “Se comen mucha hierba, me hacen compañía y, además, me gusta, es mi cosa”, asegura entre risas.
La isla no es un búnker. De vez en cuando llegan en cano algunos excursionistas curiosos, que piensan que están en tierra pública. Alain les recibe con simpatía aunque también lo hace con una advertencia: “Si traéis basura, no la dejéis porque al final soy yo el que tiene que recogerla", y les marca los límites: “El terreno empieza en la línea de pleamar; lo de la izquierda es público, lo de la derecha es privado”.
En los días especiales, este jubilado cruza los 20 minutos que le separan del continente para traer a su familia. Su hija Aude describe la experiencia de pisar la isla con un aire poético: “Cuando llegas, hay calma. Apenas oyes un par de barcos a lo lejos, pero es un silencio total que no existe en el continente. Eso es mágico", comenta.
La calma tiene trampa: la vida en la isla exige bricolaje constante. Alain ha equipado su casa con lo básico: una cocina, un comedor y una habitación. La electricidad llega gracias a unos paneles solares que él mismo instaló. El agua la consigue de un pozo centenario al que conectó una especie de castillo de agua casero. Y aquí suelta la frase que lo resume todo: “Es rústico, pero funciona. Es simple: en una isla, si no eres manitas, te ahogas”.
Su hija admite que no se ve siguiendo los pasos del padre. “No soy una verdadera Robinsonne como él, aunque de pequeña me gustaba hacer cabañas en la naturaleza. No me siento capaz de coger el relevo. En cambio, mi hermano sí quiere, para mantener el legado familiar”. Y es que mantener una isla privada no es solo idilio: requiere tiempo, dinero y bastante testarudez.
En toda Francia, unas 150 islas privadas sobreviven gracias a la obstinación de insulares como Alain. Pequeños paraísos verdes donde cortar el césped lleva medio mes, pero donde el silencio compensa cualquier factura.
