Una indigente que reside en Barajas revela la razón por la que 'reside' allí: apunta a un problema de consumo
Más de 400 personas sin hogar se refugian en el aeropuerto.

Cada noche, más de 400 personas sin hogar buscan refugio entre los bancos y rincones del Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid‑Barajas, uno de los recintos aeroportuarios más transitados de Europa. Lo que a priori es un espacio de tránsito, controlado y climatizado, se ha convertido en todo un albergue improvisado que pone de manifiesto deficiencias en las políticas de vivienda y atención social en la capital española.
Entre quienes pernoctan en Barajas destaca el caso de una mujer que lleva instalada en la planta superior de la T4 desde hace aproximadamente medio año. "Vivo en el aeropuerto desde hace más o menos seis meses, digo más o menos porque ha habido una señora que tiene la posibilidad económica de ayudar a personas en mi circunstancia y ella me ha ofrecido dos meses en su residencia", asegura en un vídeo de YouTube.
La mujer encontró en este lugar una salida a la violencia doméstica y una forma de evadir el ambiente de consumo de drogas que reina en la zona baja de la terminal. Tras separarse de su marido, al que define como “un psicópata perverso”, perdió toda posibilidad de acceder al piso que ambos compartían porque él lo tiene alquilado. Además, al no haber sido reconocida como víctima por la justicia, carece de recursos públicos para rehacer su vida y sus hijos están en un centro de acogida.
Una triste realidad
“Vivir aquí… es algo horrible”, afirma alegando a los numerosos conflictos con otras personas sin hogar, los problemas de adiciones y las tensiones por la falta de espacio propio y de privacidad. Mientras la planta baja se ha ganado la calificación de zona crítica por la proliferación de consumo de drogas, la primera planta ofrece un ambiente relativamente más tranquilo y un mejor ‘colchón’ de seguridad gracias a la presencia policial continua.
"Aquí arriba, ahora mismo no vas a ver un alcohólico. No vas a ver una persona que se está inyectando. No vas a ver el amigueo que hay entre los que consumen", asegura. Sin embargo, deja claro que aunque todos estén en una situación parecida, en el aeropuerto no hay lugar para vínculos. "Yo no tengo amistades aquí. No es un lugar para hacer amistades y te lo avisan", explica sin tapujos.
No obstante, durante sus primeras semanas en la terminal, la mujer recibió la protección de dos compatriotas de gran envergadura que velaban por su seguridad al verla desprotegida y desvalida. “Pero ahora ellos están abajo. Y yo huyo de estar con ellos. Y no por ellos, sino por estar abajo y la situación que implica”, confiesa con cierta pena.
La creciente visibilidad de este fenómeno ha desatado críticas hacia las administraciones. Por su parte, ONG y sindicatos alertan de la falta de un plan de acción coordinado que ofrezca alternativas dignas de alojamiento y atención sanitaria, educativa y psicológica. Mientras tanto, la T4 sigue siendo, para muchos, el refugio perfecto ante el frío de la calle y la amenaza del consumo.