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Una mujer se deja 1.600 euros por una escapada de fin de semana con su madre y todo acaba en decepción absoluta

Una mujer se deja 1.600 euros por una escapada de fin de semana con su madre y todo acaba en decepción absoluta

Cuatro días, muchas quejas y una lección sobre el verdadero descanso.

Vista aérea de la isla de Terschelling, en Países Bajos.
Vista aérea de la isla de Terschelling, en Países Bajos.Getty Images

Sophie, 45 años, pensó que regalarle unas vacaciones a su madre sería una forma bonita, y práctica, de compensar los años de visitas fugaces, cenas rápidas y llamadas que siempre acaban con un “ya quedaremos con calma”. Lo que no imaginaba es que el gesto acabaría costándole 1.600 euros y una buena dosis de paciencia.

La protagonista de esta historia, contada al medio neerlandés AD.nl, quiso sorprender a su madre con una escapada de cuatro días a la isla de Terschelling, en los Países Bajos. “Me parecía bonito que saliera un poco de casa, desde que murió mi padre no había vuelto a irse de vacaciones”, explica. Entre la emoción y el impulso, reservó una cabaña en plena temporada alta. “Sabía que tendría que convencerla, pero no pensé que se resistiría tanto”.

Al principio, todo pintaba bien. La madre reaccionó con entusiasmo y Sophie se llevó también a su hija de nueve años: tres generaciones, una isla, un plan perfecto. Hasta que bajaron del ferry. “Había alquilado bicicletas para ir hasta la casa. Pero mi madre se negó. ‘Straks val ik, dan ben ik verder van huis’ (‘Si me caigo, peor para mí’), me dijo. Y eso que en casa va a todas partes en bici”.

A partir de ahí, todo fue cuesta abajo. “Nada le parecía bien. La habitación le dolía la espalda, la cama estaba dura, el viento era insoportable y las dunas demasiado empinadas”, resume Sophie. En uno de los paseos, la madre directamente se plantó: “No quiso seguir andando. Me enfadé. Mi hija se quedó callada todo el día. Y claro, me sentí fatal”.

El último intento por salvar el viaje fue casi poético: llevarla a ver a Hessel, el mítico cantante del bar local. “Le brillaron los ojos cuando se lo dije. Pero al llamar al sitio me dijeron que hacía años que no actuaba. En ese momento supe que no había nada que hacer”.

Al volver a casa, la madre la llamó para agradecerle el viaje. Y entonces, la revelación. “Me dijo que lo había pasado mal, que ya no tiene ninguna necesidad de salir de vacaciones, que su cama y su casa son lo que más valora”, cuenta Sophie.

La conclusión llegó con el mismo tono que el precio de la factura: “Podía habérmelo dicho antes de que me gastara 1.600 euros. Pero también aprendí algo: a veces, la escapada que tú sueñas es justo la pesadilla del otro. A ella lo que le hace feliz es que vayamos a jugar al rummikub a su casa. Supongo que es una lección cara… pero efectiva”.