Jeremy Corbyn: el hombre que ha revuelto al laborismo británico

Jeremy Corbyn: el hombre que ha revuelto al laborismo británico

RUSSELL CHEYNE/REUTERS

No fue hace tanto: era 1995 y la cláusula 4 de los estatutos del laborismo británico decía que el objetivo del partido era "asegurar a los trabajadores manuales e intelectuales los frutos completos de su industria y la más equitativa distribución que sea posible sobre la base de la propiedad común de los medios de producción, distribución e intercambio". Con aquella afirmación de aroma tan marxista ya no se ganaban elecciones en un Reino Unido transformado por el thatcherismo, así que el recién elegido líder laborista, un joven Tony Blair de 42 años, decidió cambiarla con el apoyo de buena parte de la militancia. Nacía el Nuevo Laborismo, que le iba a dar al partido la victoria en tres elecciones consecutivas, los elogios del mundo financiero y hasta el apoyo del periódico conservador The Times. Pero si Blair pensó que aquello era un camino de no retorno, puede que se equivocara: 20 años después, y tras dos victorias del conservador David Cameron, un diputado izquierdista de toda la vida, el veterano Jeremy Corbyn, de 66 años, podría convertirse, según dicen algunos sondeos, en el nuevo líder laborista. Pura ley del péndulo.

Porque, ¿qué consultor en comunicación política, qué asesor de imagen habría dicho que Corbyn era una marca ganadora? A su edad y con su trayectoria política, ningún gurú de teorías vaporosas habría apostado por él.... Jeremy Corbyn es un clásico de la izquierda británica: activista contra el apartheid en Sudáfrica, la guerra, las armas nucleares, defensor de la causa palestina, abierto detractor de la monarquía, se mueve en bicicleta, no tiene coche y es vegetariano por convicción. Tampoco le tiembla el pulso por votar en contra de lo que dice la dirección de su partido, como ha hecho más de quinientas veces desde 1997, cuando Tony Blair se convirtió en primer ministro del Reino Unido. La última vez, hace unas semanas, cuando se opuso a la decisión de la líder interina de los laboristas británicos, Harriet Hartman, de abstenerse en la Cámara de los Comunes en la votación del presupuesto presentado por el Gobierno conservador.

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Imagen: GETTYIMAGES

Hijo de un ingeniero y una profesora de Matemáticas que le regalaron a los dieciséis años un libro del escritor y periodista George Orwell (en la foto) que marcó profundamente su pensamiento, Corbyn no terminó sus estudios superiores. Estuvo de voluntario en Jamaica, antigua colonia británica, trabajó en un sindicato, fue elegido en 1974 miembro del distrito municipal de Haringay, Londres, y en 1983 se convirtió en miembro del Parlamento por la circunscripción londinense de Islintong North, puesto que ha mantenido hasta ahora. Casado en tres ocasiones, la última con una mexicana que importa productos de comercio justo, se divorció de su segunda mujer, entre otras cosas, porque ella quería que su hijo fuera a un colegio privado y no a uno público, como defendía Corbyn, según explicó en una entrevista a The Guardian.

Nadie daba un duro por su candidatura. De hecho, consiguió los avales necesarios a última hora. Algunos, como la exministra del Gobierno de Tony Blair, Margaret Beckett, se lo dieron para asegurar cierta vidilla a la carrera por el liderazgo laborista, pero sin ninguna intención de votarle. Y quizá se arrepientan el resto de sus días. Pero lo cierto es que la candidatura de Corbyn ha conectado con una profunda corriente de insatisfacción después de cinco años de austeridad del Gobierno conservador y los años previos de nuevo laborismo, con sus constantes apelaciones al "centro político". En sólo unas semanas, Corbyn ha generado más ilusión entre la gente, sobre todo entre los jóvenes, que el anterior líder laborista, Ed Miliband, en los cuatro años que estuvo al frente del partido y que acabaron con la apabullante victoria del conservador David Cameron en las pasadas elecciones de mayo. Desde entonces hasta ahora, los afiliados al partido han pasado de 200.000 a 299.000, y hay más de 600.000 personas registradas, entre militantes y simpatizantes, para poder votar hasta el 12 de septiembre. Este vídeo de The Guardian es un buen ejemplo de ese entusiasmo.

No se trata exclusivamente de un movimiento ideológico que se nutre de las clásicas lealtades políticas del siglo XX, sino también de un proceso de contornos más desdibujados, más al estilo 15M, Occupy o Podemos, como bien reflejaba Lyndsay, una música entrevistada hace unos días por la BBC, que antes votaba a Los Verdes y que se acaba de registrar como “simpatizante laborista”: “Nunca antes pensé en votar a los laboristas, y no me mantendré vinculada al partido a no ser que Corbyn sea el líder”.

La afluencia de nuevas personas al Partido Laborista ha hecho que algunos líderes hablen de “intrusismo” de sectores radicales con el objetivo de condicionar el resultado, pero lo cierto es que hasta el inicio de la corbynmania nadie había cuestionado este sistema de primarias abiertas para la elección del líder. Claro que es posible que ninguno de los otros tres contendientes al liderazgo pensara nunca en una situación como la actual. Tanto Andy Burham -cercano al sector de Ed Milliband, como Yvette Cooper -apoyada por el periódico The Guardian- y Liz Kendal -la más cercana a Tony Blair- tratan de desacreditar a Corbyn sin sonar demasiado estridentes, no sea que los perciban más todavía como parte del establishment y sigan perdiendo apoyo.

Corbyn ha recibido ataques de los conservadores, que empezaron riéndose de él y ahora empiezan a temerle. También del mundo judío, que lo acusa de ser antisemita por situarse claramente del lado palestino en el conflicto de Oriente Medio. Y sobre todo, de muchos compañeros laboristas, con Tony Blair a la cabeza, que hace un par de días afirmaba: "Incluso si me odiáis, no llevéis al laborismo al borde del abismo". En la mente de algunos está la profunda crisis que vivió el laborismo en el periodo entre 1980 y 1983, con el izquierdista Michael Foot como líder del partido, que se saldó con unos pésimos resultados electorales frente a Margaret Thatcher y con una ruptura del ala moderada del laborismo, que fundó el Partido Socialdemócrata Británico.

Corbyn se defiende de los ataques de Tony Blair diciendo que no va a entrar en cuestiones personales y que "hay quienes tienen miedo de los votos de la democracia". Pero también tiene el apoyo de gente bien conocida, como el activista, periodista y escritor Owen Jones, que se ha enfrentado en algún que otro intenso debate televisivo a las críticas de los periodistas conservadores sobre Corbyn.

Hace unos días le preguntaron a Jeremy Corbyn si pensaba restablecer la vieja cláusula 4 del Partido Laborista, y fue deliberadamente ambiguo: “Creo que deberíamos debatir sobre cuáles son los objetivos del partido, tanto si se trata de restaurar la cláusula tal cual estaba o si hay que escribirla de manera diferente”. Ante el revuelo que se formó, concretó un poco más y dijo que no estaba entre sus intenciones, que de lo que hablaba era de defender que el sector público debe estar presente en algunos ámbitos importantes de la economía. Lo intente o no, lo que está claro es que si el 12 de septiembre Jeremy Corbyn se convierte en líder laborista y los militantes y simpatizantes rompen definitivamente con el Nuevo Laborismo, algo serio podría pasarle a Tony Blair en su telegénica sonrisa.