En sus fotografías se ve cómo los protagonistas, con leotardos de un azul o un morado brillante, con los brazos y las piernas estirados, contrastan con su entorno: paredes y suelos monocromáticos y ni un solo adorno. El fotoperiodista sueco no se sintió atraído por estos bailarines porque fueran famosos (ni siquiera profesionales). En sus fotos sólo aparecen jóvenes alumnos que estudian danza para divertirse.
Lo hacen gracias a un programa de la organización Anno's Africa, con sede en Reino Unido, que ofrece a más de 800 niños en Kenia una formación en artes alternativa. Mike Wamaya, que anteriormente trabajó como bailarín por Europa, ejerce de profesor de ballet y centra sus clases tanto en el bienestar físico como mental de sus aproximadamente 40 alumnos. Wamaya trata de promover en estos niños la confianza que necesitan para llegar a la edad adulta.
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"Entré en contacto con los bailarines cuando estaba trabajando en otra historia", explica Lerneryd a la edición estadounidense de The Huffington Post, "y me movió mucho lo que vi".
Su serie, todavía en curso, está llena de imágenes de cuerpos flotando y caras expresivas. Lerneryd no pone tanta atención en el rigor del trabajo como en la visible determinación de los jóvenes. Algunas de estas fotos también ofrecen una perspectiva de la realidad de los asentamientos informales en Nairobi, una ciudad que es hogar de más de 2,5 millones de personas en aproximadamente 200 barrios suburbiales.
Lerneryd narra cómo un aula pobre se transforma en una clase de ballet cada semana después del colegio: los estudiantes y profesores retiran bancos y sillas, barren el suelo y convierten la clase en un espacio para el arte. "Después de mi primera visita supe perfectamente que quería volver y seguir su progreso y ver cómo evolucionaban", cuenta al HuffPost.
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A lo largo de más de un año, Lerneryd observó cómo la confianza de los bailarines crecía a medida que iban dominando nuevos movimientos. "El hecho de que sientan y vean cuánto pueden lograr si alguien les da la oportunidad hace que mejore su autoestima y les dé fuerza en su vida diaria", añade Lerneryd.
Según el fotógrafo, cuatro de los bailarines del programa de ballet en Kibera se mudaron recientemente a un internado fuera del barrio. Ahora ensayan en un estudio de ballet en Karen, un barrio más avanzado de Nairobi. En diciembre participaron en la producción de El Cascanueces en el Teatro Nacional de Nairobi.
"El cambio en su vida y lo lejos que han llegado en sólo un año resulta realmente impresionante", concluye Lerneryd.
Puedes ver más obras del fotógrafo en Instagram. A continuación, una selección de la serie de Lerneryd:
Aplausos del público tras el estreno de El Cascanueces en el Teatro Nacional de Nairobi.
Mike Wamaya es un ex bailarín profesional y profesor de ballet. El ballet es parte de Anno's Africa, una organización benéfica que también ofrece, entre otras, clases de arte, de música y danza tradicional en los barrios marginales de Kenia.
Shamick, de 13 años, es uno de los estudiantes más mayores. Se encarga de sustituir a Mike, el profesor, cuando este tiene que atender una llamada o salir de clase unos minutos.
La mezcla de música clásica, la voz de Mike con su "un, dos, tres, cuatro" y los coloridos vestidos convierten la sala fría y gris en un verdadero estudio de ballet.
Cooper Rust es la directora artística del Dance Center Kenya. Dice que aunque los niños de Kibera ensayan en una pequeña sala vieja y sin zapatillas, apenas hay diferencia con los niños que acuden a su estudio varias veces por semana. En est...
"Cuando era pequeña, veía el ballet en la tele y me gustaban la danza y las puntas. Quise ser bailarina desde entonces", cuenta Pamela, de 13 años, una de las alumnas más veteranas de la clase.
Algunos de los alumnos mayores van una vez a la semana a una clase superior en la escuela de ballet de Karen, en Nairobi. Las rutinas son las mismas que en Kibera, pero aquí el suelo es de madera y la sala es mucho más luminosa.
Las zapatillas de ballet son objetos muy preciados para el grupo. Los niños se ocupan de almacenarlas y mantenerlas en buen estado. Aunque los alumnos practican descalzos, utilizan las puntas para mejorar su técnica.
Las bailarinas hacen sus deberes entre clase y clase para que sus notas no flojeen. Saben que las buenas notas y la danza son dos cosas que las pueden sacar algún día de Kibera.
Pamela, en la obra El Cascanueces. Gracias a su talento, la vida de Pamela ha mejorado mucho: ahora baila en un estudio de ballet y se ha mudado a un internado fuera de las chabolas de Kibera.