El flechazo

El flechazo

En algún momento del viaje que aquí cuento, tuve la certeza de que me había enamorado, y de que mi relación con Grecia no era cosa pasajera. Miraba con atención algo que fui constatando en mis sucesivos regresos al país: la capacidad de autogestión de esta gente. El Estado griego era pobre, hoy miserable, pero ellos inventaban una forma alternativa de funcionar que suplía esas carencia.

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Foto: Mayte Piera

Cuando nos enamoramos de algo o de alguien, lo hacemos por un conjunto de cosas, no una sola. Pero hay un momento, un hecho, un instante, que nos hace caer en la cuenta de que nuestra química ha cambiado y que a partir de ese segundo la separación se alzará ante nosotros como una montaña inconmensurable, incomprensible, absurda.

Grecia fascina a muchos por diversas razones, las tiene abundantes; pero siempre hay un momento, un instante, un hecho...

Hace ya muchos años tuve que coger un autobús desde Préveza hasta Atenas; 7 horas de trayecto estimado, 10 de trayecto real. Los autobuses de la KTEL eran estatales, pero cada municipio tenía los suyos propios. Eran otros tiempos, tiempos de dracmas y tiempos donde a Préveza no iban muchos turistas, y tiempos por tanto en los que había pocos autobuses. Se vendían dos tipos de billetes: completos, con derecho a sentarse y -¿cómo los llamaría yo?- los incompletos. Si el autobús se llenaba, los pobres incompletos iban de pie. El autobús se llenó.

El rechoncho autocar resoplaba en cada curva, subía montañas, bajaba valles, y paraba en toditos los pueblos que encontrábamos. Y paraba si el pope tenía que recoger un paquete, y paraba si alguien le daba el alto por la carretera, y paraba si una madre suplicante que arrastraba a un niño impaciente se lo pedía ("No puede aguantar más la criatura", decía). También paraba frente a ovejas despistadas y temblorosas.

El sol iba subiendo, y la temperatura dentro del autobús subía del mismo modo. Los pasillos estaban llenos de cestas de huevos a punto de implosionar, de garrafas de vino morado, de frutas olorosas, verduras exuberantes y botellas de agua que rodaban por debajo de los asientos. Los incompletos suspiraban, se sofocaban y se apoyaban en cualquier respaldo. El interior del vehículo era una olla de garbanzos.

Pero antes de que alguien sucumbiera o se desmayara, apareció un espontáneo, y le cedió su butaca a uno de los que viajaban de pie:

- "Siéntese usted un rato."

- "Gracias."

Más atrás surgió otro voluntario, y más tarde otro y otro y otro, en una rueda sin final de intercambio de asientos. Todos los incompletos tuvieron su periodo de descanso que agradecían con efusividad, mientras los voluntarios permanecían de pie hasta que alguien les cedía el asiento o volvían al suyo propio.

En algún momento de este viaje, no sé cuál, tuve la certeza de que me había enamorado y de que mi relación con Grecia no era cosa pasajera. Miraba con atención algo que fui constatando a lo largo de mis sucesivos regresos al país, y de lo que podría poner cientos de ejemplos: la capacidad de autogestión de esta gente. El Estado griego era pobre, hoy miserable, pero ellos inventaban una forma alternativa de funcionar que suplía esas carencias; la solidaridad como sistema de sobrevivir en aquel autobús, y que luego exportaban, pude verificarlo, a la vida en general. Descubrí, en ese inacabable viaje, la mezcla de dolor y placer que cabía en dos letras; "Aj" que todo el pasaje exclamaba cuando sonaba su balada favorita en el aparato de radio que un viajero había encendido para amenizar el trayecto. Me aprendí de memoria, sin saber qué decían, las estrofas de una canción de Vasilis Tzitsanis, que se me quedó pegada en la piel. Aún hoy funciona, como un resorte evocador, oír la voz profunda de la legendaria Sotiria Bellou tras los compases iniciales, para transportarme a ese emotivo autobús, como siempre sucede con las bandas sonoras de nuestros primeros romances que nos hacen bailar y reír los huesos:

"...estaba escrito que nuestro amor se rompería en dos trozos"

Los griegos nos dejaron su democracia, pero idearon también cómo sobrevivirla, y yo me enamoré de ellos.

Χωρίσαμε ένα δειλινό

Στίχοι και Μουσική: Βασίλης Τσιτσάνης

Σωτηρία Μπέλλου

Χωρίσαμε ένα δειλινό

με δάκρυα στα μάτια

η αγάπη μας ήταν γραφτό

να γίνει δυο κομμάτια

Πονώ σαν συλλογίζομαι

τα όμορφα τα βράδια

που μου 'δινες γλυκά γλυκά

όρκους φιλιά και χάδια

Με μια λαχτάρα καρτερώ

και πόνο στην καρδιά μου

ίσως γυρίσεις γρήγορα

ξανά στην αγκαλιά μου

Nos separamos un atardecer

Letra y música de Vasilis Tsitsanis

Interpreta: Sotiria Belou

Nos separamos un atardecer

Con lágrimas en los ojos.

Estaba escrito que nuestro amor

Se rompería en dos trozos.

Sufro cuando recuerdo las bellas noches

Cuando me dabas muy dulces

Juramentos, besos y caricias.

Con ansiedad aguardo,

Y con dolor en mi corazón,

A que quizás vuelvas rápido

Otra vez a mis brazos.

Este post fue publicado inicialmente, en una versión ligeramente diferente, en el blog de la autora