'Castelvines y Monteses' y 'Las troyanas', ruido y nueces en el Teatro de la Comedia

'Castelvines y Monteses' y 'Las troyanas', ruido y nueces en el Teatro de la Comedia

Dos obras diferentes —una apuesta por el teatro popular y otra por el teatro político— comparten cartelera en la sede de Compañía Nacional de Teatro Clásico.

Escena de 'Castelvines y Monteses'.Bárbara Sánchez Palomero

Lluis Homar, como director artístico de la Compañía Nacional de Teatro Clásico sigue su hoja de ruta, la que propuso a principio de temporada, con el estreno de dos obras en el Teatro de la Comedia. Una es la comedia Castelvines y Monteses de Lope y la otra es un clásico atípico para esta compañía, porque es un clásico romano, Las troyanas de Séneca.

La primera es una apuesta clara y sin reparos por el teatro popular lleno de comedia, amor, enredos, música italiana, muchos personajes y mucha acción en el escenario. El segundo es, claramente, una apuesta por el teatro político y social, el filosófico, sin abandonar la poesía. Se podría decir que el primero es mucho ruido y pocas nueces, del que gusta el público de la Gran Vía madrileña, y el segundo poco ruido y muchas nueces, del que gusta al público de los centros dramáticos nacionales.

Para Castelvines y Monteses, coproducción con Barco Pirata, se ha elegido a Peris-Mencheta como director. Un profesional que ya ha mostrado su capacidad para el gran montaje y el espectáculo. Ese que da gusto ver sentado en la butaca. De nuevo vuelve a cumplir con las expectativas para contar un amor cruzado entre familias enfrentadas en Verona. Sí, como en Romeo y Julieta de Shakespeare. Amores en los que los hijos se enamoran siempre justo de quien no quieren sus padres.

Situación que permite el vodevil, el engaño, el truco, la truculencia, el chiste y la comedia que el director llena de música popular italiana, éxitos del pop del siglo XX. Una música que el espectador conoce bien al haberla oído en la radio o en la tele. Éxitos bailables, coreografiables y cantables, de hecho, dan ganas de hacerlo en las butacas, como si se asistiese a un sing along o karaoke teatral. Por tanto, exige un elenco que sepa decir el verso mientras canta, baila y toca instrumentos. Un elenco joven y lleno de energía, de fuerza, que encabeza Paula Iwasaki como Julia, la Julí o que en italiano se dice Yulí.

La idea es buena, funciona muy bien, sobre todo en los sui generis entremeses, en los que se muestran las escenas del director’s cut. Divertidísimas. El problema, tal vez, se encuentra en que la musicalidad del italiano actual casa mal con la del español de Lope de Vega. Algo que se nota más porque el verso en español está trabajado con la intención de remarcar su musicalidad, el soniquete de toda la vida con el que se identifica el clásico. Y a lo que no ayuda cierta suciedad en la sonorización o cierto apresuramiento o energía en el decir al estilo de una película italiana, como de comedias de Adriano Celentano o Totò, en el que se pierde el verso lopesco o barroco.

Frente a este vendaval cómico musical se presentan Las troyanas de Séneca en la sala pequeña del mismo teatro. Lo primero que impresiona al entrar es la escenografía que ha creado Alessio Meloni. Un gigante busto de mujer que preside el escenario lo que predispone favorablemente a lo que se pueda ver en escena. Un busto al que se ha dotado de posibilidades y que permite crear un puñado de buenas imágenes jugando con la distribución y movimiento de los actores, a modo de un ballet contemporáneo, y un grand finale.

En este caso, la palabra es importante, ya que plantea cómo deben ser tratados los vencidos, mejor dicho, las vencidas. Es decir, las mujeres de Troya, sobre todo las aristócratas, tras la toma de dicha ciudad por los griegos. En esta obra vemos cómo se las somete al capricho del vencedor. Un vencedor de género masculino que las despoja de cualquier derecho, que las convierte en esclavas, incluida su esclavitud sexual, que se sortean o se eligen en suerte como si fuera ganado. Adquiriendo propiedad sobre ellas y sobre sus cuerpos. Una situación que se justifica tanto religiosa como políticamente. Los dioses lo piden y también la polis masculina, tras un tibio debate sobre la legitimidad y la moralidad del asunto.

La actriz Adriana Ozores, como directora de escena, y la directora y guionista de cine Ángeles González-Sinde, como dramaturga, han sido las encargadas de poner esta obra sobre un escenario. Una puesta en que el desgarramiento se confunde con cierta forma en el decir afectado, gritado, lo que influye en la percepción de lo que dicen. A estas troyanas se las oye más que se las escucha.

Esta nota de dirección se advierte aún más en la escena del debate entre Agamenón, interpretado por Javier Lara con calma y sosiego y en voz alta, y Pirro, el hijo de Aquiles, interpretado por Víctor Sainz a la manera desgarrada que se ha descrito antes. Una discusión sobre los límites de la venganza sobre los perdedores, en el que la víctima, el joven hijo de Aquiles que ha perdido a su padre en la batalla, pide la pena de muerte para la única hermana y el hijo de Héctor, príncipe de Troya como la mejor manera de acabar con la estirpe de la aristocracia troyana.

Por tanto, viendo ambos espectáculos, parece que la apuesta de la dirección artística, la que causó tanta polémica por incluir clásicos de otras épocas y de otras geografías, se va concretando. Lo primero en la llegada de nuevos equipos artísticos. Otros directores, otros actores, otras formas de hacer y decir. Ninguno de ellos realmente nuevos, pues ya llevan unos años trabajando, aunque sea la primera vez que Adriana Ozores dirige una obra.

También se va concretando en sus formas. Unas formas que podrían definirse, como se dijo al principio, en ruido o nueces, usando los sustantivos con los que habitualmente se traduce al español el título de la comedia de Shakespeare Much ado about nothing.

Castelvines y Monteses sería una obra de mucho ruido y pocas nueces. Alimenta la vista, los oídos y se sale con el corazón contento, lleno de alegría. Con las ganas de tomarse algo con los amigos y celebrar las mejores jugadas, sus chistes, sus actores (atentos a la joven Almudena Salort, sobre la que Peris nos llama la atención) y, si ha lugar, hasta cantar en italiano y en voz alta cualquiera de los estándares ¡qué idea esta del amor y de salir a ligar! Sí ma quale idea! se dice cosi, Pino D´Angio?

Las troyanas, sin embargo, sería una obra cuyo objetivo es hacer poco ruido y dar muchas nueces. No es que reniegue del espectáculo o que no tenga imaginación, tiene imágenes visualmente buenas, potentes. Pero se entiende que esta tragedia plantea un debate público y sus argumentos. El de los vencedores y el de los vencidos. ¿Cuáles son los límites de la venganza sobre aquellos enemigos que han sido derrotados? ¿Les despoja la derrota de derechos humanos? ¿Dejan de ser hombres y mujeres por el hecho de haber perdido? Esta obra parece decir, escúchalas que también son humanas. No alimentes su deseo de venganza. No sigas alimentando la batalla, porque si no, continuará la guerra.

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Como el dramaturgo Anton Chejov, me dedico al teatro y a la medicina. Al teatro porque hago crítica teatral para El HuffPost, la Revista Actores&Actrices, The Theater Times, de ópera, danza y música escénica para Sulponticello, Frontera D y en mi página de FB: El teatro, la crítica y el espectador. Además, hago entrevistas a mujeres del teatro para la revista Woman's Soul y participo en los ranking teatrales de la revista Godot y de Tragycom. Como médico me dedico a la Medicina del Trabajo y a la Prevención de Riesgos Laborales. Aunque como curioso, todo me interesa.