¿Estamos viviendo una oleada de fascismo en Nicaragua?

¿Estamos viviendo una oleada de fascismo en Nicaragua?

El presidente nicaragüense Daniel Ortega, en la conmemoración del 39º aniversario de la Revolución sandinista en la capital, Managua, el pasado 19 de julio.MARVIN RECINOS via Getty Images

Por segunda vez en una generación, Nicaragua está al borde de una guerra civil. Sin embargo, esta vez hay algo que parece ligeramente diferente.

Después de vivir en Nicaragua casi dos años, mi familia y yo hemos huido hace poco en medio de una situación de creciente violencia e inseguridad. Como académico latinoamericanocon años de experiencia reflexionando sobre los cambios políticos en la región, me enfrento a una aterradora cuestión.

¿Es así como comienza el fascismo?

El pasado 19 de julio se celebró el 39 aniversario de la Revolución sandinista, que puso fin a una batalla de una década en la que un grupo de jóvenes guerrilleros conocidos como sandinistas derrocaron a uno de los dictadores más brutales de Latinoamérica, Anastasio Somoza. Desde entonces, el 19 de julio es un día para venerar a los héroes de la revolución, pero las celebraciones de este año tuvieron un tono muy diferente.

En Masaya, una de las principales ciudades de Nicaragua, un grupo de aproximadamente 70 sandinistas conocidos como Juventud Sandinista se reunieron el 18 de julio en un patio de colegio. Casi todo el mundo llevaba máscaras y muchos llevaban rifles automáticos sobre sus cabezas, mientras cantaban al unísono:

"¡Se queda, se queda, mi comandante se queda!"

"¡Ni un paso atrás! ¡Ni un paso atrás!¡Ni un paso atrás!"

"¡Daniel, Daniel, Daniel!"

Se referían al presidente de Nicaragua, Daniel Ortega, que volvió al poder en 2006 con una reñida victoria en las urnas, y desde entonces se niega a irse. Ortega se subió a la ola del amplio crecimiento económico y al apoyo popular para consolidar su autoridad. A día de hoy controla casi todos los tribunales municipales, la asamblea nacional, la prensa y la corte electoral. Ha amañado elecciones y aplacado a sus seguidores con propaganda producida en masa por medios de su familia durante años, pero en los últimos meses su liderazgo ha tomado un oscuro giro hacia el fascismo.

Los líderes fascistas confían en persuadir a los ciudadanos para ceder sus derechos civiles, pero el fascismo no suele aparecer de la noche a la mañana. En primer lugar, como Ortega, los líderes fascistas amañan elecciones y calientan las máquinas de la propaganda. En segundo lugar, crean un enemigo común que pueda servir como chivo expiatorio durante momentos de crisis. En tercer lugar, deshumanizan sutilmente a sus enemigos a través de la prensa y, por último, cuando se han disuelto las barreras morales, empiezan a aniquilar sistemáticamente a sus adversarios. Eso es exactamente lo que está ocurriendo en Nicaragua.

La crisis

El 19 de abril de 2018, la estabilidad del régimen de Ortega de repente se puso en duda cuando los jóvenes estudiantes empezaron a echarse a las calles para protestar contra la mala gestión de su Gobierno ante un incendio forestal masivo y una reforma de la seguridad social a destiempo. Cuando el régimen respondió con represión violenta, cientos de miles de nicaragüenses tomaron las calles para pedir la dimisión de Ortega. Desde entonces, Ortega ha aumentado la violencia en las calles, donde los choques entre la Policía y los grupos paramilitares han producido más de 360 muertes, más de 2000 heridos y cientos de abusos a los derechos humanos.

  Manifestantes, en una marcha para demandar la destitución de Ortega. Managua, 22 de julio.Jorge Cabrera / Reuters

El enemigo común

Ortega y su mujer han utilizado durante años los medios para controlar la información pública y reprimir a la sociedad civil, pero desde que comenzó la insurrección, han empleado un lenguaje muy calculado para criminalizar principalmente a los manifestantes pacíficos. Al principio, fueron descritos como "delincuentes" y "vándalos". Luego el Estado empezó a etiquetarlos como "maras", una palabra usada habitualmente para referirse a miembros de bandas. En las últimas semanas, el Estado ha vuelto a usar el término "terroristas".

El filósofo italiano Antonio Gramsci, que pasó una buena parte de su vida adulta en la cárcel, escribió: "La realidad está definida con palabras. Por lo tanto, el que controla las palabras controla la realidad". La reflexión de Gramsci era una crítica al padre del fascismo, Benito Mussolini, que utilizó su experiencia como periodista para consolidar su poder en los años 20 en Italia. Mussolini usó con cuidado carteles, artículos de periódico, películas y anuncios de radio para crear un universo paralelo en el que se presentó ante las masas italianas como un salvador nacional en medio de un período de crisis nacional.

Casi un siglo después, Ortega ha forjado un mundo paralelo sorprendentemente similar en el que la ideología suplanta los hechos y la lógica.

Deshumanizando al enemigo y socavando los límites morales

El 13 de julio, el líder rural y desde hace tiempo adversario de Ortega Medardo Mairena fue detenido en el Aeropuerto Internacional Augusto C. Sandino. El Gobierno no ofreció pruebas a la hora de acusarlo de asesinato y terrorismo. Tras la detención de Mairena, el Estado lanzó una serie de ataques mortales en fuertes de la oposición en la capital de la nación, Managua, y las localidades aledañas. Los ataques fueron llevados a cabo por agentes de Policía y paramilitares, y se les bautizó como Operación Limpieza. "Los ataques desembocaron en un fin de semana de represión violenta, incluido el brutal asedio a una iglesia.

  Miembros de un grupo paramilitar en Masaya, Nicaragua, el 18 de julio después de los choques con los manifestantes contra el Gobierno.MARVIN RECINOS via Getty Images

El 16 de julio, mientras sus seres queridos seguían llorando su muerte, la asamblea nacional aprobaba una serie de leyes antiterroristas, en teoría diseñadas para proteger a los nicaragüenses contra terroristas internacionales. En la práctica, la ley ya se utiliza, ex post facto, para procesar a opositores como Mairena. La ley, que pide penas de prisión que van de los 15 a los 20 años para cualquier culpable de apoyar directa o indirectamente actividades terroristas, se está usando para detener y encarcelar a manifestantes.

¿La nueva norma?

Aunque el Gobierno de Ortega sostiene que la represión de libertades individuales es necesaria para restaurar la paz en Nicaragua, la historia sugiere que estamos asistiendo a la consolidación de la máquina de totalitarismo del presidente. En las últimas semanas, Ortega ha sido descrito como el único líder capaz de guiar a los nicaragüenses a través de la actual crisis. La deificación de Ortega ha ido acompañada de una casi completa fusión del Partido Sandinista con el Estado de Nicaragua, lo cual ha facilitado un mayor control de las actividades diarias.

Aunque seguramente Ortega seguirá hablando de una vuelta a la normalidad, a menos que haya algún tipo de intervención, es muy probable que el ambiente actual de Nicaragua se convierta en la nueva norma.

Este artículo fue publicado originalmente en el 'HuffPost' EEUU y ha sido traducido del inglés por Marina Velasco Serrano