Por qué nos han hecho creer que las ostras estimulan el deseo

Por qué nos han hecho creer que las ostras estimulan el deseo

¿De verdad comerlas es lo mejor que puedes hacer para disfrutar del sexo?

Lo has escuchado toda la vida, has leído sobre ello y lo has visto en la gran pantalla. Las ostras llevan años siendo sinónimo de erotismo, de sensualidad y prometen obrar milagros con el deseo y el rendimiento sexual. No en vano, se decía que Casanova era capaz de mantener su ritmo de amantes gracias a este bivalvo al que las leyendas urbanas han convertido en el rey de los afrodisíacos. Pero no es nada más que eso: una leyenda urbana, un mito.

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En palabras de Valérie Tasso, “es una gran tontería”. La sexóloga y embajadora de la marca de juguetería erótica LELO cree que como sociedad “siempre hemos soñado con un botón que desatara algo” en este caso el deseo. Y ahí entran el mito de los frutos del amor de Afrodita (los afrodisíacos), la literatura o las historias del Marqués de Sade.

Esto de las ostras se sostiene, en parte, por sus componentes nutricionales. “Las ostras tienen propiedades para el sistema inmunitario, así que si me tomo tres ostras al día me sentiré mejor y estaré más predispuesta a tener sexo, pero no me estimula ni aumenta el deseo. Si funcionaran mi consulta estaría vacía”, bromea Tasso. La experta en salud alimentaria Beatriz Robles coincide con ella: no tienen “ninguna propiedad” que contribuya al deseo. 

La nutricionista apunta que son una fuente de zinc, “un mineral necesario para la producción de testosterona”, pero insiste en que consumirlo no tiene un efecto inmediato sobre el rendimiento sexual. “Si hay un déficit de este mineral sí puede haber problemas de diversos tipos como inmunes, gastrointestinales y hormonales”, señala Robles. 

Si entonces sus propiedades para prender la chispa son nulas, ¿por qué se han popularizado tanto? ¿Por qué se siguen consumiendo? Ambas expertas apuntan a una cuestión sensorial y visual. “Asociamos visualmente los genitales femeninos con los bivalvos”, explica la sexóloga. Robles también destaca que las relacionamos con “ocasiones especiales” y al comerlas “participan otros sentidos, como el tacto”.

La literatura y el exotismo que rodeaba hace siglos en nuestra cultura a las ostras y otro tipo de alimentos como el chocolate o la canela también tienen mucho que ver. “No sabíamos ni siquiera si podíamos comerlos, pero los dotábamos de un halo de misterio”, explica Tasso. Pone como ejemplo la mosca española, un insecto del que se puede extraer un aceite afrodisíaco. “Aristóteles ya hablaba de sus propiedades, y luego fue la estrella de los burdeles en los siglos XVIII y XIX”, apunta la sexóloga.

Todo esto se puede aplicar al resto de llamados afrodisíacos. “Son una leyenda urbana”, sentencia Robles, que cita un estudio publicado en la revista  American Urologycal Association y apunta otras razones por las que se ha dado propiedades milagrosas a estos alimentos. “Su parecido con los órganos sexuales como en el caso de los moluscos bivalvos, el origen marino de esos alimentos que se vinculan al mito de Afrodita [la diosa griega de la belleza, el amor y la sexualidad nació en el mar], las sensaciones trigeminales como las producidas por el picante o las características sensoriales placenteras de otros alimentos como el chocolate”, explica la nutricionista. 

“Es más interesante la literatura que los resultados”, bromea Tasso, que tiene claro que “si no hay deseo no sirven para nada” y que son un mecanismo para “dar esperanza a una sociedad hipersexualizada como la actual”. “Lo mismo sucede con la viagra, por mucha que consuma, el hombre puede tener una erección del copón, pero pocas ganas”, insiste la sexóloga.

¿Qué hacer entonces para aumentar el deseo? Tasso lo tiene claro: “No hay nada más afrodisiaco y más productivo para mejorar el deseo que la masturbación. Y cuanto más lo hagas, más deseo vas a tener”.  

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Soy redactora de LIFE en El HuffPost España, esa sección en la que intentamos contar el lado hedonista de la vida sin dejar de lado otras realidades.

  

Sobre qué temas escribo

Como redactora de LIFE, escribo sobre temas de cultura, moda, belleza o estilo de vida. También he abordado temas de medioambiente, feminismo o sociales, pero donde más cómoda me encuentro es explorando la relación de la moda con otras disciplinas culturales o su impacto social, y sobre todo lo que tenga que ver con el cuidado de la piel.

 

Siempre desde una perspectiva cercana, he tratado cuestiones como la estrategia del Museo del Prado para triunfar a través de sus redes sociales, explicado cómo Melania Trump utilizó su armario como arma política o desmentido bulos relacionados con la protección solar. Es probable que el 80% de los temas que he publicado se hayan escrito mientras sonaban Beyoncé, Oasis y Arctic Monkeys. Además, también me encargo de preparar el boletín de LIFE que enviamos cada sábado intentando resumir la actualidad de la semana.

 

Mi trayectoria

Nací en Vigo en 1992 y desde que tengo uso de razón siempre quise ser periodista. La única excepción fue la época en la que tuve fantasías con ser pintora, pero descarté rápido la idea cuando mis padres me anotaron a clases y me di cuenta de que no era lo mío. Estudié Periodismo en la Universidad de Santiago de Compostela (USC), donde me gradué en 2014 después de pasar un año en Roma que me hizo apreciar todavía más la cultura italiana. Dejé Galicia para mudarme a Madrid en 2015 y cursar el Máster de Periodismo Cultural en la Universidad San Pablo Ceu. Aprendí en Radio Galega y en Pentación Espectáculos, donde descubrí lo que hay detrás de producciones de teatro y de grandes eventos como el Festival de Mérida. Colaboré puntualmente con Guía Repsol o la revista L'Officiel y llegué a El HuffPost en 2016, donde empecé compaginando mi trabajo como redactora de Branded Content con temas para la sección de tendencias, que terminó convirtiéndose en LIFE, donde actualmente soy una de las redactoras. Fui finalista en los Premios Ecovidrio de 2017.

 


 

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