Nunca tenemos suficiente salud
Haber equiparado salud a bienestar nos ha metido en un callejón sin salida. No basta con tener agua corriente en el grifo, alimentos abundantes en la nevera o vacunas y fármacos que nos protegen de un sin fin de problemas. Pareciera que una antigua maldición hace surgir nuevas dificultades según se van resolviendo las anteriores.
¿Alguien conoce a alguna persona que no tenga problemas de salud? Cada vez es más difícil, sobre todo en una época en la que basta un catarro o una indisposición intestinal para que salten todas las alarmas, pidamos cita urgente en el médico y experimentemos una completa alteración de nuestros hábitos y rutinas. Quien no tienen un dolor tiene un agobio, quien no tiene sobrepeso tiene problemas de sueño... Basta con rascar un poco y cualquiera te contará su lista de miserias.
Nadie nos explica que la vida lleva inevitablemente aparejadas pequeñas molestias que no requieren asistencia sanitaria alguna y se resolverán con algo de tiempo y cuidados sencillos. Al disponer de servicios de salud muy accesibles terminamos sobreusándolos y con ello nos acostumbramos a que para cualquier cuestión menor lo normal sea hacer una visita al centro de salud o al servicio de urgencias de turno.
Esto condiciona que los padres sobreacudan a las consultas por cualquier mínima cuestión que presenten sus hijos, los más mayores acudan incontáblemente por lo mismo y los jóvenes consulten por cualquier síntoma que noten. Estamos perdiendo la habilidad de cuidarnos a nosotros y a nuestros seres queridos y eso está haciendo entre otras cosas que seamos una de las sociedades que más fármacos consume o que más visitas al médico hacen.
La cuestión además de ser económicamente insostenible es socialmente inadmisibible. Delegar algo tan importante como la autonomía en el autocuidado a servicios externos nos inmunosuprime socialmente. Y el mazazo vendrá cuando aparezcan elementos que limiten la accesibilidad a estos servicios. Cuando uno se acostumbra a un grado de consumo es duro ir a menos.
Por eso invito a reflexionar sobre cómo manejamos y asumimos las dificultades de la vida ordinaria y las pequeñas cuestiones que afectan la salud. Sin una toma de conciencia personal de esta situación será imposible mejorar la gestión de estos problemas, mucho menos de las crisis vitales que inevitablemente vendrán. El papel educativo que deberían tener los profesionales de la salud está muy limitado por el poco tiempo disponible por paciente. Llevamos años sin hacerlo de forma suficiente. Por eso hace falta que sea la propia sociedad la que se dé cuenta y actúe en consecuencia. Hay mucho más en juego de lo que imaginamos.