Soy médica y tardé más de seis semanas en darme cuenta de que estaba embarazada

Soy médica y tardé más de seis semanas en darme cuenta de que estaba embarazada

Era un embarazo querido y planeado, pero no lo vi venir. Esta fue mi experiencia.

KATLEHO SEISA VIA GETTY IMAGES

Una mañana lluviosa de noviembre del año pasado, unos días antes de Acción de Gracias, até a mi hija de 11 meses a su sillita del coche y me la llevé conmigo al ginecólogo. Había dejado de darle el pecho hacía seis semanas y ya estaba otra vez embarazada.

Mi revisión era con un ginecólogo que nunca había visto en una clínica afiliada al hospital católico local. Era la mayor clínica de la ciudad y el primer sitio en el que conseguí que me dieran cita.

“¿Última menstruación?”, me preguntó la asistente mientras me abrochaba el manquito para tomarme la tensión.

“No lo sé”, suspiré.

Me miró a mí y seguidamente a mi hija, que no dejaba de balbucear y menearse en su sillita. “Así que no ha sido planeado”, dijo. Conocía ese tono. Lo había oído mil veces.

“He venido a hacerme una eco”, le dije, manteniendo la calma. “Solo quiero saber de cuánto estoy”.

Una novedad en materia de legislación contra el aborto en Estados Unidos ha sido la aprobación de la llamada ley del latido, que prohíbe el aborto después de que se pueda detectar el primer “latido” (los inicios de la actividad cardíaca de un embrión) con una ecografía. En 2019, aprobaron estas leyes en seis estados (Georgia, Kentucky, Louisiana, Missouri, Mississippi y Ohio). Los defensores del derecho al aborto señalan que esa ley es directamente una prohibición del aborto, ya que esta actividad cardíaca temprana se puede detectar mediante una ecografía vaginal desde las seis semanas, cuando muchas mujeres ni siquiera saben que están embarazadas.

A menudo me retuerzo cuando pienso en estas palabras: cuando muchas mujeres ni siquiera saben que están embarazadas, porque imagino cómo lo interpretan muchas personas antiabortistas, sobre todo los hombres: como una prueba de que las mujeres son ignorantes y descuidadas. Me viene a la mente un famoso político estadounidense de pelo blanco mofándose: ¿Cómo es posible que una mujer no sepa que lleva seis semanas ¡enteras! embarazada?

Esa ley es una prohibición del aborto, ya que esta actividad cardíaca se puede detectar desde las seis semanas, cuando muchas mujeres ni siquiera saben que están embarazadas

Pero en realidad, la tecnología que se utiliza para detectar un embarazo (y el método contraintuitivo para determinar la fecha del embarazo) hace que sea casi imposible para cualquier mujer saber que está embarazada antes de que se produzca esa actividad cardíaca. Lo sé por experiencia, y no solo experiencia propia.

Lo que no le dije a la enfermera ese día es que soy médica. Gran parte de mi trabajo consiste en detectar embarazos tempranos, determinar si son normales y viables y explicarles a esas mujeres las opciones que tienen. (Por suerte, en mi estado, California, mis pacientes tienen la opción de poner fin a su embarazo, por cualquier motivo, hasta las 24 semanas de embarazo).  Así pues, si alguien podría haber sabido que estaba embarazada desde muy pronto, debería haber sido yo.

Después de dar a luz a mi primera hija, tomé la decisión de no tomar la pastilla anticonceptiva. Tenía 34 años y pensaba que tardaría más en volver a quedarme embarazada, pero estaba segura de que quería volver a ser madre. Di el pecho a mi hija hasta que tuvo 10 meses y fui introduciendo gradualmente algunos alimentos sólidos y leche en polvo hasta que la desteté del todo. Dormía muy bien y mi marido y yo habíamos vuelto a practicar sexo. Era consciente de que podía quedar embarazada en cualquier momento, pero no sabía cuándo.

Al igual que muchas mujeres en diversos momentos de su vida (o a lo largo de toda su vida), no tenía una menstruación regular. Todavía no había vuelto a tener la regla mientras daba el pecho (no es infrecuente, pero tampoco es, como muchas personas creen, un indicador fiable de si una mujer vuelve a ser fértil). Así pues, no tenía ninguna señal a la que estar atenta y mi carencia de menstruación no tenía por qué indicar que quizás estaba embarazada.

No tenía los síntomas habituales. Fue más bien una premonición, una corazonada

En algún momento de noviembre, tuve un presentimiento. No tenía los síntomas habituales: no me dolían los pechos, no tenía un humor inestable ni encontraba manchas de sangre en mi ropa interior. Fue más bien una premonición, una corazonada, una sospecha.

Por suerte, en mi trabajo tengo tests de embarazo en el escritorio como si fueran pósits. Me llevé uno a casa y oriné en él: positivo. Me emocioné. A la tarde siguiente, dando un paseo con mi marido y con mi hija en el carrito, entramos al bar de un hotel. Pedí dos copas de champán y le di la noticia. Me dio un beso. ”¿Cuándo?”, me preguntó. Le dije que no lo sabía.

Tenía que hacerme una ecografía. La semana siguiente, de vuelta en el trabajo, le pedí a una enfermera que me hiciera una eco entre una paciente y la siguiente. Le llevó cinco minutos, pero lo que vimos nos preocupó.

En la fase temprana de un embarazo, antes de que se hayan juntado suficientes células para formar un embrión, solamente hay un saco diminuto de fluido llamado saco gestacional, que se ve como un pequeño óvalo negro en el útero. Ese saco aparece justo antes de la quinta semana de gestación. Justo antes de las seis semanas, aparece un halo blanco, llamado el saco vitelino, que va a ser la primera fuente de nutrición del embrión. El embrión surge uno o dos días después. Al cumplirse las seis semanas (día arriba, día abajo), aparece el primer indicio de actividad cardíaca, eso que los antiabortistas llaman “latido”, lo que confirma que el embarazo es viable y va por buen camino.

Lo que hay que destacar es que esas semanas no coinciden con el tiempo que la mujer lleva embarazada, sino con las semanas que han pasado desde su última menstruación, en el caso de que tuviera una menstruación regular. La ovulación, la concepción y la implantación tienen lugar dos semanas después del inicio del ciclo menstrual. Los niveles hormonales del embarazo, los que hacen que un test de embarazo dé positivo, no son detectables con fiabilidad hasta varios días después.

Muy pocas mujeres pueden conseguir cita para una ecografía en menos de dos semanas desde ese test de embarazo, y mucho menos citarse para un aborto

Así pues, la referencia de esas “seis semanas” a las que aparece ese primer “latido” es clínicamente útil, pero engañosa. El tiempo que pasa desde que una mujer puede darse cuenta de que está embarazada (si cuenta con un test de embarazo) son menos de dos semanas. Muy pocas mujeres pueden conseguir cita para una ecografía en menos de dos semanas desde ese test de embarazo, y mucho menos citarse para un aborto.

Pero yo no buscaba abortar. Solo quería saber más sobre mi embarazo: cuánto tiempo llevaba embarazada y si iba todo bien.

Ese día, en mi clínica, no sabía cuándo me había quedado embarazada y no sabía qué podía esperar al mirar el monitor. Lo que vi fue lo siguiente: nada. Mejor dicho: un saco gestacional vacío, sin saco vitelino y sin embrión. Me di cuenta de que estaba viendo la primera fase de un embarazo; es decir, llevaba cinco semanas y faltaba poco para que apareciera el embrión. Eso o estaba viendo algo diferente, un embarazo que había empezado a crecer y luego se había detenido y que nunca llegaría a ser feto. Este suceso es bastante común y se conoce como embarazo químico o, más correctamente, gestación anembrionada.

Intenté mantener la calma. Esa noche le dije a mi marido que solo había una cosa que pudiéramos hacer: esperar.

Una semana más tarde, fui a la consulta del obstetra-ginecólogo. Había decidido que si me iban a dar malas noticias, prefería que me las diera un profesional sin vínculo emocional conmigo, alguien a quien no conociera ni trabajara conmigo.

Gran parte de mi trabajo consiste en detectar embarazos tempranos, determinar si son normales y viables y explicarles a esas mujeres las opciones que tienen

El doctor entró a la habitación, sacó el transductor y le echó abundante gel. Me preguntó por mi última regla. Le dije que ni me acordaba de la última vez ni sabía cuánto tiempo llevaba embarazada. Miró a mi hija, aún dormida en su sillita y con la barbilla pegada al pecho. “No estaba planeado, ¿eh?”, me dijo.

Le dije que era médica y que me había hecho una ecografía la semana anterior, pero que no había visto ningún embrión.

“¿Dónde ejerce?”, me preguntó. “Nunca había oído su nombre”.

Le mencioné una clínica de una ciudad cercana muy famosa por sus servicios para abortar.

Alzó una ceja.

“Mire”, empezó, “comprendo que ya tiene una niña muy pequeña. Sé lo que es. A veces uno intenta planificar estas cosas, pero es más complicado de lo que parece. El cuerpo de la mujer tiene su propia forma de funcionar, pero ya sabe que aquí no hacemos abortos”.

Le dije que lo comprendía y le aseguré que quería tener otro bebé. “Solo quiero saber si estoy preparada”.

No pareció muy convencido, pero introdujo el aparato entre mis piernas. “Ya conoce la sensación: hay presión, pero no duele”.

Una imagen apareció en el monitor; mi útero, un óvalo negro (el saco gestacional) y, en su interior, una manchita blanca (el embrión) con un ligero titileo dentro.

“Ahí lo tiene”, dijo.

Noté una sensación de calidez en la nariz y detrás de los ojos. Algo parecido a un jadeo se quedó atrapado en mi garganta.

Con el calibrador digital, empezó a tomar medidas del embrión. “Seis semanas y un día”, dijo. Debía de saber que yo misma podía ver lo mismo que él, pero aun así lo dijo: “Tenemos latido. Es un embarazo viable. Es eso lo que quería?”.

“¡Sí!”, respondí.

Le sonreí sin darle importancia a su tono paternalista y a su insistencia por juzgarme. La única posibilidad que tenía en ese momento era que el mundo entero, incluido ese médico sonriente que no sabía nada sobre mí ni sobre mi familia ni sobre mis decisiones, formara parte de mi alivio y mi felicidad.

Esta fue mi experiencia como médica de planificación familiar: era un embarazo querido y planeado, pero aun así no lo vi venir. No fue un milagro detectar el embarazo tan pronto, fue gracias a las pruebas de embarazo que tenía a mi disposición en el trabajo, a la compañera que me hizo una ecografía cuando se lo pedí y, cuando recurrí a los canales corrientes, gracias a que tengo un buen seguro y pude acceder con relativa facilidad a la consulta del obstetra. Con servicios limitados, eso sí.

Esto fue en una zona suburbana de California bien provista de servicios médicos. Habría sido muy distinto en la Louisiana rural. Por no hablar de quienes no pueden acudir a un médico. Imagina qué probabilidades tiene una mujer de confirmar su embarazo para tener la opción de decidir si quiere o puede seguir adelante antes de que sea demasiado tarde, según las leyes de su estado.

La respuesta es simple: no puede.

Este post fue publicado originalmente en el ‘HuffPost’ Estados Unidos y ha sido traducido del inglés por Daniel Templeman Sauco.