Volver a los noventa sin haberse ido de esa década

Volver a los noventa sin haberse ido de esa década

Entrevista con Eduardo Maura, autor de 'Los 90'.

En la imagen, fotografía de archivo del 11-7-1997 de la manifestación que miles de personas llevaron a cabo en Ermua (Vizcaya) para pedir la libertad de Miguel Angel Blanco secuestrado por ETA.EFE

La década de los noventa es una clave interpretativa fundamental para entender la sociedad española, el meridiano de Greenwich analítico de una generación que ahora tiene en torno a cuarenta años. Para indagar en este periodo hay que leer Los 90: Euforia y miedo en la modernidad democrática española. Su autor, Eduardo Maura, me ha hecho viajar en el tiempo para volver a los noventa, aunque en cierto modo nunca me fui de esa década. Escuchen, rebobinen y vuelvan a oír este casete cultural lleno de ideas:

ANDRÉS LOMEÑA: Nací en 1982, un año después que usted. Los noventa, a su juicio, configuran un periodo que es simultáneamente estable (frío, tranquilo) e inestable (caliente, tenso): la violencia en Euskadi, la crisis del 93, Barcelona 92, la Expo, la integración europea, etcétera. Los recuerdos que conservo de esos primeros años son de estudiantes universitarios a quienes oía decir que los licenciados no siempre conseguían escapar del desempleo. Se hablaba de las ETT como un ataque a la línea de flotación del trabajo estable. Ahora mismo esas reivindicaciones laborales parecen ingenuas porque la situación económica empeoraría de forma notoria. En esencia, ¿fueron los noventa una propedéutica del precariado o fue mucho más? ¿Por qué ese vacío explicativo en los noventa?

EDUARDO MAURA: No soy partidario de las explicaciones lineales del presente, la verdad. No creo en los hilos mágicos que van de una época a otra sin interrupciones. Si uno lee el siglo XX desde el punto de vista de la precariedad actual, es fácil encontrar elementos que apuntan en esa dirección desde mucho antes de los noventa, en España y en el mundo. Te puedes ir hasta Felipe II si quieres. Al mismo tiempo, cada época, con sus conflictos, sus contradicciones y sus potencias, proyecta diferentes líneas, no solo una. No hay un solo resultado posible de los noventa o de cualquier otra década. No hay un solo partido en juego y un solo marcador final.

Te cuento esto porque creo que es importante para comprender mejor los noventa. Durante bastante tiempo se los ha tratado como si fueran una década superficial que no hacía falta investigar a fondo, una “década sin cualidades” en la que todo estaba claro: globalización, Maastricht, modernización, aznarismo, privatización y homologación definitiva de España con el entorno. Por supuesto, pasaron cosas muy relevantes que desafiaron y enriquecieron estos procesos, de Chiapas a Ermua y de internet a Seattle, pero la línea de interpretación estaba clara y era una línea continua. Esto es lo que se está cuestionando ahora tanto a nivel histórico-político como audiovisual, literario, cultural en sentido amplio. Y se está cuestionando de muchas maneras, tanto por parte de personas que crecimos en esa época y que estamos produciendo otras miradas, como por parte de personas que están sociosituando lo que quieren contar en aquellos años. Ahí tienes Veneno, El año del descubrimiento, Feria, Simón, Las niñas, Estiu 1993, los diarios de Beatriz Navas, el ensayo de González Férriz, algunas cosas de Listas, guapas, limpias y Cambiar de idea, que leí seguidas y tiendo a vincular, etc.

A.L.: Su libro plantea que los noventa no tienen por qué leerse exclusivamente en clave global, sino también nacional, aunque lo cierto es que para mí los noventa marcaron un momento de máxima permeabilidad a la industria del entretenimiento. Mi educación sentimental se forjó con la violencia creciente de Bola de Dragón y con el erotismo de Paul Verhoeven o el terror psicológico de El silencio de los corderos y El cabo del miedo. Esas nuevas realidades sociológicas (la hipersexualización como algo mainstream, los asesinos en serie, etcétera) desempeñaron un papel importante, quizás como una anestesia, un fármaco para el olvido o como un puñado de productos culturales que aplastaban otros posibles referentes nacionales. ¿No siente que esa globalización de la cultura y el entretenimiento fue, de alguna forma, una especie de aldabonazo a las tesis de Fukuyama, aunque en los últimos años le haya estallado el fin de la historia en la cara?

E.M.: La gran tendencia globalizadora de la cultura a la que te refieres hizo posible que nuestra generación tuviera acceso directo a la cultura que se hacía en otros países, con los debidos matices socioeconómicos. Pero eso no explica la época ni explica las diferencias de acceso que hubo. Ni todo el mundo accedía ni se accedía al mundo entero. Se accedía a media docena de fuentes culturales como mucho, con Estados Unidos y Reino Unido a la cabeza, y se dejaban de lado todas las demás. Esto vale para el cine y la música, pero también para los escándalos y la violencia. Sin embargo, mi propósito en el libro y en mis trabajos posteriores es ubicar la teoría en la vida cotidiana, intentar captar la época no a través de sus grandes discursos, sino de las cosas de cada día. Pero es que las cosas de cada día son inseparables de las ficciones que las configuran. Por eso me interesan más la publicidad de la época, Médico de familia y Compañeros que Fukuyama. También El silencio de los corderos, por cierto.

Por otro lado, con lo que llamas “clave nacional” me refiero a redescubrir las cualidades específicas de los noventa españoles sin reducirlas a un mero fruto de procesos globales, anónimos, lejanos. No me refiero a desconectar España del mundo, política o analíticamente. Me refiero a que el aterrizaje español de las grandes corrientes económicas y socioculturales de los ochenta-noventa tiene características propias realmente potentes que debemos seguir tratando de comprender. Las experiencias personales que tú compartes, algunas de las cuales me resultan familiares, no las leo en clave de fin de la historia. No creo que la hipótesis del fin de la historia explique los noventa, pero tampoco pienso que a Fukuyama le haya explotado su hipótesis en la cara. Fukuyama dibujó un campo de fuerzas teórico y práctico en el que, a favor o en contra, se siguen moviendo muchas personas.

A.L.: ¿Qué me dice de la música de los noventa? La banda sevillana Reincidentes vivió su apogeo en los noventa, y ellos mismos recuerdan que a menudo eran considerados vascos porque se movían en esa escena del rock. En un aspecto puramente social, los noventa parecían un crisol de tribus urbanas y tengo la sensación de que esa diversidad se ha perdido. Me encantaría tener una lectura política de muchos estilos musicales que florecieron y murieron con la piratería informática. ¿Cuál es su hilo musical?

E.M.: No soy un especialista en historia de la música contemporánea y tengo importantes lagunas y sesgos al respecto. Mi sensación, y esto lo digo solo a título autobiográfico, es que hubo un periodo inmediatamente anterior a internet en el que la industria musical se dejó muchos flancos por cubrir. Creo que ellos sí se creyeron un poco lo del fin de la historia. 

Por ejemplo, la importancia del rock radical vasco, en su sentido amplio, fue grande fuera de Euskadi tanto a nivel de directo como de trasiego de cintas grabadas, no sé si de ventas porque no tengo el dato en la cabeza ahora mismo. También están los casos de crossover político-cultural, como el que mencionas tú mismo de Reincidentes. El indie español e internacional y el brit-pop tuvieron cierto recorrido comercial vía Pepsi y con los primeros FIB’s, pero nunca llegaron a lo que consiguieron bandas como Rage Against the Machine, que a su vez estaban en una frontera extraña entre una cultura más mainstream y otra más de resistencia. 

Es una época extraordinariamente rica en bandas, en propuestas y en densidad del tejido musical. Mi socialización fue muy musical, por ejemplo. Hablábamos todo el tiempo de música. Leíamos todo el tiempo sobre música. Viajábamos con y por ella todo lo que podíamos. No es que eso haya dejado de ocurrir, por otra parte. El acceso se ha incrementado exponencialmente y los entornos digitales son extremadamente productivos musicalmente.

A.L.: Recuerdo que acudí a una manifestación por Miguel Ángel Blanco en mi ciudad, Málaga. Era la primera vez que acudía a un acto así sin mis padres. Tras el asesinato de Martín Carpena, y como soy hijo de un político socialista, recomendaron a mi familia mirar debajo del coche por precaución. Viví ese peligro con una extraña incredulidad, como si aquella realidad fuera demasiado ajena a nuestras vidas. Me imagino que no tendrá mucho que ver con su experiencia.

E.M.: La hipótesis que propongo en el libro, y que desarrollo en dos textos posteriores titulados “Alcàsser, Marbella, Ermua” y “La democracia y los hijos del terrorismo”, respectivamente, es que los noventa son una década de reconstitución y redefinición de la democracia en España. Lo desarrollo más allí, pero por contarlo muy concisamente: siempre que se habla de democracia se mira al 78, para bien o para mal, para obnubilarse, admirar, cuestionar o denostar, pues opiniones las hay de todo tipo. Sin embargo, creo que la democracia actual no se entiende desde el 78, sino que es una democracia noventera, cuyo paradigma se forja en 1994 (ETA aprueba la ponencia Oldartzen), 1997 (asesinato de Blanco), 1998 (Sumario 18/98 del juez Garzón) y 2002 (Ley de Partidos).

Me explico: el referente polémico del 78 era el franquismo. Ser demócrata era ser antifranquista. A partir de los noventa, por muchos motivos, ser demócrata deja de tener que ver con el franquismo y pasa a tener que ver con el terrorismo: ser demócrata es ser antiterrorista. Nosotros somos más hijos del 97 que del 78, a mi entender, y eso tiene muchísimas consecuencias culturales y de sentido común. Consecuencias que llegan hasta nuestros días. La extraña incredulidad a la que te refieres con el asesinato de Carpena, y que yo por ejemplo viví con el de Buesa el mismo año, tiene que ver con que lo que estábamos viviendo era un cambio de paradigma, nada menos. Una nueva definición de qué significa la democracia. La irrealidad que mencionas yo la llamaría incertidumbre constituyente.

El periodo que va de Oldartzen a la Ley de Partidos es extraordinario desde el punto de vista de la teoría crítica porque todo lo que estamos hablando no pasa solo a nivel macro, sino también, sobre todo, a nivel micro. La misma España que se siente aliviada por acceder a la modernidad en 1992 se muere de miedo con las niñas de Alcàsser, teme por el futuro de la generación de la ruta y contempla atónita el asesinato de Miguel Ángel Blanco y los consiguientes movimientos de placas tectónicas. Es una carga muy intensa en muy poco tiempo.

A.L.: Usa casi como leitmotiv el hecho de que el padre del escritor Javier Cercas votara a Adolfo Suárez. ¿Por qué considera usted que lo hizo?

E.M.: Efectivamente, me gustan algunas cosas de Anatomía de un instante. De esa anécdota me interesa que Cercas reconstruya uno de los pilares del 78 en una sola frase, en algo que en el libro llamo un “bloque de imágenes-palabras”. Es la imagen de su padre contándole que en tiempos de incertidumbre, y los setenta españoles lo fueron, a veces uno necesita sentir que quien está al volante le resulta familiar, que no va a hacer nada malo, como él mismo dice. Que, en definitiva, todo va a salir bien. Esto no solo le ocurre a las personas de derechas, también a las de izquierdas. Más que una cuestión ideológica, es una “estructura de sentimiento”, por usar un conocido término de Raymond Williams.

A.L.: En las solapas de su libro, que es de 2018, aparece que es portavoz de “Unidos Podemos” en la Comisión de Cultura del Congreso. Han pasado dos años y ha habido cambios tan profundos y rápidos que ni siquiera su formación se llama ya así [ahora es Unidas Podemos]. Le animo a publicar una segunda edición. ¿Se lo ha planteado?

E.M.: Sí, parece increíble que hayan pasado ya más de dos años del libro. Me alegra que siga interesando y que me haya permitido dialogar con otras obras sobre los noventa, sin ir mas lejos las que he mencionado antes. Algunas, por cierto, mucho más logradas que la mía. En todo caso, encantado de hacer una segunda edición cuando sea oportuno. Sin duda, añadiría un capítulo sobre todo lo que se ha hecho desde entonces y retocaría algunas cosas. Quizás haría una nueva introducción. No lo sé. Ojalá.

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Andrés Lomeña Cantos (Málaga, 1982) es licenciado en Periodismo y en Teoría de la Literatura. Es también doctor en Sociología y forma parte de Common Action Forum. Ha publicado 'Empacho Intelectual' (2008), 'Alienación Animal' (2010), 'Crónicas del Ciberespacio' (2013), 'En los Confines de la Fantasía' (2015), 'Ficcionología' (2016), 'El Periodista de Partículas' (2017), 'Filosofía a Sorbos' (2020), 'Filosofía en rebanadas' (2022) y 'Podio' (2022).