Después del 25 de noviembre: no tomarás la palabra de las mujeres en vano
La voz de las mujeres es en muchas ocasiones desvalorizada, obliterada. Esta desconsideración es una violencia más que sólo acabará si sabemos detectar el machismo en los ámbitos donde nos movemos y en nuestras propias vidas, y actuamos allí en consecuencia.
Foto: EFE
Este texto también está disponible en catalán
El día siguiente al 25 de noviembre --Día internacional contra la violencia hacia las mujeres-- escucho el editorial de un periodista del diario ara.cat de curioso y largo título: «Un caso de violencia sutil contra una chica explicada a un padre» (no sé si era relevante que se lo contara a su padre). El caso: un día en clase alguien preguntó que de cuántos puntos ganaba el Barça al Madrid en la Liga; la chica en cuestión contestó la pregunta, pero un compañero puso en tela de juicio la respuesta; en realidad, no le dio crédito hasta que un chico, un macho, la corroboró.
El editorialista se hacía cruces de esta desconsideración hacia la voz de una mujer, este rebajarla a voz de segunda o tercera. Como hace ya años que ejerce de periodista, me hago cruces con que este fenómeno le sorprenda: seguro que en muchas reuniones en cualquiera de las redacciones en que ha trabajado ha sido testigo de que una opinión no se ha considerado hasta después de que un hombre la repitiera, por mucho que previamente la dijera una mujer, una profesional. Es decir, la voz de una mujer no se había tomado en cuenta, no se había percibido o no se había querido percibir.
¿Cuántas veces no hemos visto a un hombre desautorizar o acallar a una mujer, propia o ajena, en la vida cotidiana o en la profesional? Puesto que es del oficio, ¿se ha detenido nunca a calcular el tanto por cierto de tertulianas en los medios, la poca voz que se les da (o cómo se las corta)?; es decir, el poco valor que se da a sus voces. ¿Se ha detenido a analizar por qué en los anuncios se opta por voces graves en detrimento de las agudas especialmente cuando se recomienda algo? ¿O que para ridiculizar a alguien se remede cómo habla pero con una voz más aguda? ¿No ve el periodista ninguna conexión entre todo ello y el hecho de que el testimonio de las mujeres todavía no se considere en juicios según la legislación de algunos países, o que su palabra valga la mitad que la de un hombre?
Aunque no se lo recomiendo --puede herir su sensibilidad; su inteligencia, a buen seguro--, si quieren ver un caso llevado al extremo y extremadamente grosero de la agresión machista que recibió la chica que sabía de fútbol, cliqueen aquí.
Justamente el día fue desgraciadamente generoso en ejemplos. Por un lado, la tarde antes Mariano Rajoy había acudido a un programa deportivo de radio a hablar de fútbol y a explicar batallitas, y no a debatir de política o a hacerla --a pesar de que es para esto que le pagamos--. Por otro, Pedro Sánchez fue a hablar de interioridades y intimidades sin sustancia a un espacio de entretenimiento en vez de debatir de programas o de hacer política --a pesar de que para esto le pagamos--.
Lamentable. Hagan la regla de la inversión e imagínense qué habría pasado, qué se habría dicho, si dos políticas se hubieran comportado de tal guisa. Si quieren leer un excelente artículo sobre la inanidad de ambos personajes, sobre el corporativismo y coleguismo masculino --en general poco percibido y menos criticado-- hagan clic aquí.
Como estoy segura de que el editorialista que contaba el caso del descrédito de la chica que sabía la clasificación de la Liga no es ni cínico ni insensible ni tonto, la pregunta pertinente es: ¿cómo puede ser que le cueste, que nos cueste tanto ver el machismo de nuestro medio, de nuestro entorno más cercano --en fin, el que nos afecta directamente-- y, en cambio, nos demos cuenta, percibamos en mucho mayor grado el que se da en ámbitos algo más alejados? Si se considera que el problema es en otro lugar, no en tu ámbito, no cerca de ti, ¡salvada!, no tienes por qué modificar tu comportamiento, actitud, prácticas, etc.
(Es un fenómeno emparentado en cómo actuamos, por ejemplo, ante el cambio climático. Se puede decidir que no puedes hacer nada para zurcir el enorme agujero de la capa de ozono o contra el incremento de las emisiones contaminantes; pero también puedes optar por no tener coche y desplazarte en transporte público, dejar de consumir (aunque sea paulatinamente) sin ton ni son o, cuando menos, reciclar, rechazar bolsas de plástico en las tiendas, colocar baratísimos aireadores en los grifos para ahorrar agua, apagar las luces de tu casa en las habitaciones donde no estés...)
Volviendo al caso. Por ejemplo, cuando se habla del machismo en los centros de enseñanza, es un clásico que la mayor parte de docentes digan que en la escuela no se da, que el machismo es cosa de las familias, de los anuncios, de la sociedad...; si se pregunta a las familias, la culpa se desplaza y se atribuye a la escuela, a los medios, a la sociedad... Se obvia que todo es sociedad y que todo está conectado. Justamente por eso, por amargo que sea decirlo y saberlo, no hay ámbito libre de machismo o de agresiones contra las mujeres.
Supongo que es la misma desconexión que hacen, que hacemos, las mujeres, las víctimas (qué feo, qué duro, qué debilitante autodenominarse con la palabra «víctima») del machismo, sobre todo de las agresiones machistas: es más fácil ver, enfrentarse, hablar, manifestarse, tratar de eliminar, las que se hacen a otras mujeres, en otros ámbitos, las que no «te afectan» personalmente, que las que recibes directamente. El día que dejemos de hacer estas dos desconexiones, empezaremos a ir bien.