Schuman, contigo empezó todo: 75 años de la declaración que allanó la senda a la UE
Este 9 de mayo es el Día de Europa en recuerdo del momento en que el ministro de Exteriores de Francia, allá por 1950, pronunció su famosa declaración. Una revolución que convirtió los intereses nacionales en compartidos, y hasta hoy.

Bruselas. Metro Schuman. Un grupo de jóvenes con las caras tiznadas de azul tratan de parar a los viajeros, entre obras -parecen perpetuas- y prisas, para explicarles quién era el hombre que bautiza los andenes, la rotonda exterior, casi el barrio. Un empleado europeo, con su acreditación al cuello, los aparta con desgana. "Eh, que a lo mejor sin él tú no tenías trabajo!", le grita una de las chicas. Le ha arrancado una sonrisa, al menos.
Schuman, Jean-Baptiste Nicolas Robert para ser más exactos, fue un ministro de Exteriores francés que allanó el camino de la actual Unión Europea (UE) con la declaración que lleva su nombre y que pronunció hace 75 años, el 9 de mayo de 1950. Tan importante fue su discurso que esa fecha se ha convertido, ahora, en el Día de Europa. Fue uno de sus padres, un visionario que quiso asegurar la paz en el viejo continente tras la Segunda Guerra Mundial, sentar las bases de la unificación europea y demostrar que la solidaridad y la cooperación está por encima de la violencia. ¿Y cómo lo hizo? Empezando por el dinero.
Schuman, aconsejado por su amigo Jean Monnet, que sabía de economía y comercio más que él, planteó la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), que se constituyó en 1951 a través del Tratado de París, verdadero texto fundacional de la UE. Francia, Alemania Occidental, Italia, Países Bajos, Bélgica y Luxemburgo aceptaron poner en común su producción de estos bienes, en una colaboración que superaba las desconfianzas mutuas, apenas cinco años después de acabada la segunda gran guerra. Por el dinero, a la paz, porque, como dijo aquel día Schuman, "cualquier guerra entre Francia y Alemania no solo resulta impensable, sino materialmente imposible" si prima la solidaridad y el interés común.
Por el principio: quién fue Schuman
Robert Schuman nació en 1886 en Clausen (Luxemburgo) a una vida en la que fue ejemplo viviente de los cambios que sufría Europa. Su madre era luxemburguesa, por lo que fue en ese país donde realizó la mayor parte de su formación escolar. Su padre, oriundo de Mosela (hoy una región francesa), sirvió en el ejército galo durante la guerra franco-prusiana (1870-1871), tras la cual adoptó la nacionalidad alemana, después de que Alsacia-Lorena fuese anexionada por el Imperio alemán. Así que, técnicamente, Schuman nació germano, creció hablando luxemburgués y alemán. El francés vendría después.
Perdió a sus padres pronto, sin tener ni la Secundaria acabada, así que se refugió en la religión, que era un pilar en su casa, y hasta consideró hacerse sacerdote. Al final, optó por el Derecho, que estudió en Bonn, Berlín o Estrasburgo. Abrió un bufete en Metz, pero el ejercicio de la abogacía se vio interrumpido por la Primera Guerra Mundial, en la que luchó entre 1914 y 1915 en el bando alemán. En el verano de 1919, la zona de Alsacia-Lorena en la que él residía pasó a manos de Francia, la vencedora, y la entrada de la Administración francesa cambió las cosas en su ciudad. Hacía falta un nuevo equipo municipal y Schuman se hizo concejal. A sus 32 años, entraba en política.
Convertido en francés de pleno derecho, ese mismo año se convirtió en parlamentario. siempre defendiendo valores democráticos pero, también, con una confesionalidad que marcaba sus ideas. Por ejemplo, se oponía a la educación laica, "una gran maquinaria de descristianización" (hoy Schuman espera incluso a ser beatificado por sus "virtudes heroicas", un proceso iniciado hace cuatro años por el fallecido papa Francisco). En el hemiciclo estuvo hasta 1940, cuando se convirtió en subsecretario de Estado para los refugiados que estaba generando la Segunda Guerra Mundial, iniciada un año antes. Su primer cargo nacional.

Fue un tiempo convulso que por poco le cuesta la carrera, porque Schuman en esta etapa estuvo bajo las órdenes de Paul Reynaud, un primer ministro legítimo, pero su cargo se renovó en tiempos del mariscal Philippe Pétain, colaboracionista con los nazis. Afirmó siempre Schuman que no supo de esa ratificación y que, al conocerla, dimitió, dos días más tarde. Sin embargo, ese detalle, sumado a que se había mostrado partidario de "deponer las armas" y a que había votado sí a dar plenos poderes a Pétain, lo marcaron para los más críticos como favorable al régimen de Vichy, o sea, los títeres de Berlín.
Schuman se retiró de la vida política en París, pero su departamento, el de Mosela, fue tomado pronto por los nazis. La Gestapo fue la policía secreta oficial de Adolf Hitler, lo detuvo, aunque acabó beneficiado por un arresto domiciliario. Con los meses, logró escapar, cruzar a suelo francés no ocupado de abadía en iglesia y de sacristía en capilla, hasta establecerse en Lyon. Allí ayudó a los refugiados y a la resistencia.
Cuando Francia fue liberada, su expediente estaba manchado, pero la mediación de amigos pasados hizo que el nuevo presidente, Charles de Gaulle, lo dejase estar. La justicia también archivó el caso en su contra por supuesta "indignidad nacional". En septiembre del 45 volvió a la política, primero como diputado (estuvo en su escaño hasta 1962, un año antes de su muerte), y luego como ministro: de Finanzas, presidente del Consejo de Ministros, de Exteriores y de Justicia.
En la etapa como canciller, entre 1949 y 1952, es cuando vio con Monnet la necesidad de que Francia y Alemania occidental fueran aliadas, porque el riesgo de guerra seguía latente entre dos naciones que habían guerreado ya tres veces en menos de un siglo. Elaboraron un proyecto destinado a dar nacimiento a una Federación Europea. El plan fue aceptado en un tiempo récord y se planteó, pues, colocar la producción franco-alemana de carbón y de acero bajo una Alta Autoridad común, en una organización abierta a la participación de los demás países europeos. Un éxito que hoy se llama Unión Europea y no agrupa a seis, sino a 27 países. Y creciendo.
Qué dice la declaración
La Declaración Schuman pretendía, a través de una vía comercial y económica, fusionar los intereses de estados enfrentados históricamente, resacosos de la postguerra más honda conocida. Más negocios lleva a más trabajo común y eso aporta más conocimiento del otro y, con suerte, el roce hace el cariño y no hay que recurrir a las armas. Funciona, porque Europa lleva ocho décadas sin dirimir sus conflictos internos con la guerra.
Los historiadores insisten en que el político francés no aspiraba a levantar, de pronto, un bloque continental como el que ahora conocemos. Aunque se alineaba plenamente con el Consejo de Europa, creado en 1949, que promovía la defensa del estado de derecho, la democracia o los derechos humanos, empezó la aventura de la CECA con un carácter más práctico: lograr que franceses y alemanes se pusieran de acuerdo en un punto, hacerlos socios, aunque fuera sólo con el acero y el carbón (entonces clave para la industria y la reconstrucción), y no enemigos. Hoy se maravillaría si subiera a la superficie en la estación de metro que lleva su nombre y viera a un lado el edificio central de la Comisión, al otro el Consejo Europeo, estrellas amarillas sobre fondo azul por todos lados. En buena parte, gracias a él.
Hay tres ideas fundamentales que se pueden destacar del texto. La primera es que "la paz mundial no puede salvaguardarse sin unos esfuerzos creadores equiparables a los peligros que la amenazan". Algunas traducciones cambian "creadores" por "creativos", pero ambos se entienden: había que pensar fórmulas para la unidad, que eviten el enfrentamiento.
La segunda: "Europa no se hará de una vez ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas, que creen en primer lugar una solidaridad de hecho". Además de ingenio, Schuman pedía pasos firmes y no pájaros en el aire. Concreción y pragmatismo.
La tercera es la ya citada: si hay negocio, la guerra no llega. "La puesta en común de las producciones de carbón y de acero (...) cambiará el destino de esas regiones, que durante tanto tiempo se han dedicado a la fabricación de armas, de las que ellas mismas han sido las primeras víctimas". Por cierto, que justo los bienes que el galo no quería ni nombrar, el armamento, son los que están forzando a la unión de los europeos en los últimos tiempos...
Schuman defiende una Europa "organizada y viva", basada en esa solidaridad palpable, que "aporte a la civilización" y supere la "oposición secular" entre naciones.
Su valor
La mentalidad abierta de Monnet y la valentía de Schuman cuajaron en un plan muy concreto, de aquí y ahora, que se ha hecho grande con los años. Pese a que a países como Reino Unido le hacía arrugar la nariz, por el poder que podía tomar esa Europa continental, el sí del canciller alemán Konrad Adenauer fue el aval definitivo. Empezó la cooperación y llegamos a los Veintisiete.
El europeísta belga Matthias Poelmans explica que la CECA fue importante "por lo que supone en sí misma como organismo de cooperación" y también "por el momentum en que se presentó a través de la Declaración Schuman". "Las ruinas de Europa aún casi echaban humo, pero un grupo de europeos querían sentarse a la mesa, aunque estuviera medio rota, para arreglar las cosas. Es fascinante. Es atrevido", indica. A su entender, es clave que el ministro francés, al hacer el anuncio hace 75 años, añadiese la idea de la "integración europea", aunque fueran a hablar de minería. "Obviamente, no se puede hablar de federalismo ni de acoplamiento o compenetración, pero su mirada no era cortoplacista. Un paso concreto, sí, pero con una dirección y a futuro. Sabía que se podía sacar más, que la economía podía tener consecuencias políticas en un tiempo", destaca.
Otra de sus bondades es la "aparente sencillez" en sí de la apuesta. "Un apretón de manos a seis naciones que es funcional, pero que guarda un objetivo grande como la vida, que es la paz", dice con emoción. "Que nadie nunca vea un interés pecuniario en esta declaración. Es una vía de paz. Si se llega por el bolsillo, bien. Es realpolitik y es, a la vez, bien común".
La mayor, con todo, es la idea de solidaridad que se repite en el texto. "Sin esa base, nada más crece". "La apuesta no es superar los nacionalismos democráticos, sino los hipernacionalismos dañinos, que cristalizaron en regímenes como en nazi. Si hay unas relaciones engrasadas entre socios, más aún entre vecinos como lo eran muchos de los firmantes, la mente se abre. Hay menos violencia", algo, indica el experto, que los grupos opositores internos que tuvo el proyecto "en todos los países" no apreciaba.
Había dudas, expone, sobre si entablar relaciones con el que había sido el contrario durante tantos años dañaba la identidad nacional, si no se estaría cediendo, especialmente en Alemania. "Creo que Schuman, que era un señor discreto y trabajador, supo convencer a todas las partes de la transparencia de su oferta y eso fue un gran avance", añade. "Convertir unos intereses nacionales en una meta común es revolucionario", zanja.
Hoy la Unión suma a más de 447 millones de habitantes, aglutina el 14% del PIB mundial y es la tercera economía más grande del planeta. Se hace fuerte en sus pilares fundacionales de "unidad en la diversidad", "cooperación frente a confrontación" e "integración frente a aislacionismo". "Y todo eso viene de la era Schuman", refrenda Poelmans.
Las amenazas
Siete décadas y media después de aquella histórica intervención, las palabras de Schuman acuden con ansia a las voces de los representantes europeos. Para que sigan vivas, para que se recuerden, para que se actúe en consecuencia, en un momento de crisis múltiples que amenazan la Unión.
Europa, tras los habituales dolores de crecimiento, lleva acumulados años de desgaste importante, por cuestiones internas y externas. Ha sufrido la desilusión de no poder aprobar una Constitución (que se quedó en el cajón en 2004) y la marcha de socios que estuvieron casi desde el principio (el Reino Unido y su Brexit), ha aguantado marejadas como la crisis económica del 2008 al 2012 o la pandemia de coronavirus y ahora afronta un nuevo tiempo incierto por amenazas de otra naturaleza: la guerra en Ucrania, aspirante a la adhesión a la UE; la ruptura del atlantismo por parte de Donald Trump en EEUU en un contexto de dependencia y el crecimiento de la ultraderecha y los populismos, apoyados en fenómenos que hay que abordar como el migratorio.
Un grupo de personalidades, entre las que se encuentra el español Enrique Barón, expresidente del Parlamento Europeo, ha publicado en estos días una tribuna en la que habla incluso de que estamos pasando por un "segundo momento Schuman", ante la necesidad de una defensa común y una unión política en materia de seguridad. Es la mayor urgencia y una amenaza, también, para la unanimidad del club comunitario, donde hay diversas sensibilidades.
Se ha visto esta misma semana cuando la presidenta de la Comisión Europea, la alemana Ursula von der Leyen, insistió en que su objetivo es cumplir las promesas de la UE con Ucrania, incluso si Estados Unidos no lo hace, como amenaza. El miércoles, presentó tres vías para fortalecer la posición de Kiev en las negociaciones de paz impulsadas por Trump: reforzar las defensas del país atacado, dejar de comprar gas ruso y "acelerar el camino de Ucrania hacia la adhesión a nuestra Unión" para brindar "la mayor garantía de seguridad". Ahora el calendario que se maneja acaba "antes de 2030". El veto húngaro (la apertura al este y al entorno postsoviético, si la viera Schuman) de nuevo sobre la mesa.

Para Von der Leyen, el aniversario de la Declaración Schuman y de la claudicación nazi brindan una lección conjunta para la era de Trump: los europeos deben unir fuerzas para poder defenderse, sin depender de nadie más. "Al Día de la Victoria le sigue el Día de Europa, que nos recuerda que la paz y la integración europea van de la mano desde hace 80 años», declaró von der Leyen en declaraciones a POLITICO. "Nosotros, los europeos, hemos construido algo extraordinario: una Unión fundada en la paz, la democracia y la solidaridad, considerada en todo el mundo como un pilar de estabilidad", defiende.
"Nuestra Unión nació como un proyecto de paz y lo sigue siendo hoy -añade-, porque amamos la paz, los europeos debemos, 80 años después del fin de la guerra, prepararnos para defender nuestra libertad, seguridad y democracia en nuestro continente".
El presidente del Consejo Europeo, António Costa, en un un discurso pronunciado en Florencia, ahondó ayer en esa idea de la autosuficiencia. "Esta guerra no es sólo una crisis geopolítica. Es una prueba para la identidad de Europa", afirmó. La paz es algo que Europa debe ser capaz de lograr "con mayor autonomía". Y lanzó también una pregunta capital: "¿Qué tipo de Europa queremos ser? ¿Una que disfrute pasivamente de los beneficios de la paz pasada o una que asuma la responsabilidad de construir la paz ante amenazas reales?".
Esa paz que Schuman afianzó, allanando la senda a los que vinieron y que ahora se pone cuesta arriba.