Pekenikes, la vida en un hilo de seda

Pekenikes, la vida en un hilo de seda

La historia del primer grupo que recibió un disco de oro en España y el único que compartió escenario con The Beatles en Madrid.

El grupo musical Los Pekenikes, en una actuación en Madrid en 1965.Gianni Ferrari via Getty Images

Solo la pandemia ha conseguido detenerlos en sus más de 60 años de trayectoria. Los Pekenikes pueden presumir de ser una de las bandas más veteranas del mundo y todavía les queda cuerda para rato porque Ignacio Martín Sequeros, uno de los fundadores, acaba de renovar la propiedad de la marca por otra década. No es el único hito en la historia de este grupo, el primero en recibir un disco de oro en nuestro país por Los cuatro muleros y el único que compartió escenario con The Beatles en su única actuación en Madrid.

A finales de 1958, los profesores del instituto madrileño Ramiro de Maeztu fueron de aula en aula pidiendo voluntarios para actuar en un festival navideño. Con el dinero que le habían regalado en la primera comunión, Ignacio Martín Sequeros, se había comprado una armónica. Poco después, sus padres le regalaron una Hohner que todavía conserva.

Al escuchar en clase el ofrecimiento, Ignacio no se lo pensó dos veces y levantó la mano. Junto a los hermanos Alfonso y Lucas Sainz, que también habían tocado en el espectáculo navideño, Pepe Nieto y Eddie Guzmán, formó un grupo con el que unos meses más tarde se presentó en el estudio de Radio Intercontinental. El responsable de la emisora fundió dos palabras al bautizarlos: peque, por la edad que tenían, y nique, como se conocía a una moneda fraccionaria del peso argentino. Como mandaban los cánones, el nombre definitivo quedaría estampado en la batería, Pekenikes.

De radio en radio, de festival en festival, el grupo alcanza una cierta popularidad que no pasa desapercibida para Enrique Martín Garea, entonces ejecutivo de Hispavox, una todavía modesta discográfica nacional que, incluso, carece de estudios propios. Las primeras grabaciones, entre ellas una versión rockera del célebre Madrid de Agustín Lara, las realizan en teatros y platós cinematográficos. Al quinteto se ha incorporado Tony Luz, “estudiante de selectivo —rama de ciencias— como guitarra y en algunos momentos solista”, según la presentación que acompaña al disco. Juan Pardo o Junior también pasarán por el grupo en esa época.

Tras varios EP con versiones de los ritmos del momento, rock, twist o madison, el primer éxito importante llegará en 1964 de la mano del programa televisivo Escala en Hi-Fi que adopta como sintonía Los cuatro muleros. “Era la primera vez que se llevaba al pop a una figura proscrita, como la de Lorca”, según Martín Sequeros.

Avalados por el todopoderoso Ministerio de Información y Turismo, ese año se instituyen los discos de oro, un galardón que reconoce la venta de una determinada cantidad de ejemplares de una grabación. Ante el éxito obtenido, Los Pekenikes se atreven a modernizar otras canciones populares, La tía Vinagre, que ellos titulan El tururururú o Tengo una muñeca.

Sin embargo, uno de los momentos más excitantes de la historia del grupo llega en la primavera de 1965. El representante Francisco Bermúdez les anuncia que van a ser teloneros de The Beatles. “¿Entonces vamos a ir a Estados Unidos?”, preguntan los muchachos con ingenuidad. “No, en la plaza de Las Ventas”, dice el empresario.

“Con el tiempo —recuerda Martín Sequeros—, aquel concierto sería más importante que cuando se celebró. Nosotros habíamos escuchado las canciones de The Beatles gracias al locutor de La Voz de Madrid Ángel Álvarez, que trabajaba también como radiotelegrafista en los aviones de Iberia y traía discos que tardaban mucho en editarse aquí. Cuando Bermúdez, que era también el promotor del concierto, nos dijo que íbamos a actuar con ellos nos quedamos alucinados. ¿Cómo iba a venir a España una gente que estaba rompiendo moldes con espectáculos en estadios de más de 40.000 personas? Aquí, casi nadie sabía quiénes eran. Lo más que decían de ellos es que tenían los pelos largos. La mitad de los que acudieron al concierto venía de la base americana de Torrejón. La entrada era cara, no todo el mundo podía pagarla”.

¿Cómo iba a venir a España una gente que estaba rompiendo moldes con espectáculos en estadios de más de 40.000 personas?
Ignacio Martín Sequeros

En el cartel, que tuvo a Torrebruno como presentador, había otros artistas: el trompetista Juan Cano o la Steel Band de Tobago, con Phil Trim, futuro vocalista de los Pop-Tops, para alargar la velada porque los de Liverpool no solían actuar más de 40 o 50 minutos.

“No llegamos a tener relación con ellos”, continúa Martín Sequeros, que contaría los entresijos de aquel concierto en su libro Pekenikes, su auténtica historia (Editorial Atlantis). “Aquel fue uno de los primeros espectáculos de ese tipo que se hicieron en Las Ventas y no había camerinos. A ellos los metieron en la enfermería porque era la única habitación que podían custodiar la policía para que nadie los molestara. Algunos del grupo sí consiguieron entrar y al menos los vieron de cerca. Yo no, así que me situé junto a la escalerilla que daba al entarimado. Primero pasó Paul y luego los otros tres. Desde arriba, Paul se giró, me miró y dijo en inglés: ¡un niño con barba! Es verdad, yo tenía cara de crío. Todavía hoy no represento los años que he cumplido. Fue una anécdota bonita”.

Al parecer, The Beatles habían rebajado su caché para venir a España. Bermúdez aseguraba, según Martín Sequeros, que las actuaciones en Madrid y Barcelona le habían salido por unos tres millones de pesetas de la época, un gran negocio. Para los británicos y sus admiradores, sin embargo, el paso por Las Ventas no fue ni mucho menos un éxito.

“Tocaron con unos amplificadores de válvulas Vox de 100 watios. Contando con que utilizaran tres, y otro de voces, tenían 600 watios para sonorizar toda la plaza de toros, algo de risa. Ahora, un equipo de monitores, por ejemplo, emplea 20.000 y fuera puede haber 100.000. Era imposible, como si hubieran querido hacerlo con un teléfono móvil. Elevaron mucho los volúmenes y el sonido estaba distorsionado. El batería no escuchaba nada, tenía que fijarse en el pie de Lennon para llevar los tiempos”.

Meses después, Los Pekenikes publican Hilo de seda, el primer sencillo de dos canciones que edita Hispavox. Le sigue un elepé cargado de éxitos, Lady Pepa, Frente a palacio o Arena caliente. El grupo apuesta por un estilo instrumental elegante que concreta el sonido que el nuevo director artístico, Rafael Trabucchelli, y sus colaboradores, el ingeniero Mike Lewellyn Jones y el arreglista Waldo de los Ríos, quieren imprimir a las producciones de la compañía.

Martín Sequeros colabora en las grabaciones de otros artistas, como en Cállate niña de Pic-Nic, donde puede escucharse su armónica. Alfonso Sainz compone nuevos éxitos para el grupo, Embustero y bailarín, Hechizo, Cerca de las estrellas, Nostalgia, con arreglos de Waldo, pero también para Raphael, Karina, Donna Hightower o Rocío Dúrcal.

A final de la década de los 60, las relaciones entre los componentes del grupo, por un lado, y de estos con la discográfica, por otro, se enrarecen. Algunos miembros graban un elepé, Ss. Ss. Ss. Q. E. S. M. con Hispavox, mientras el resto firma con el sello Movieplay. En ambos aparece el mismo nombre, cuya titularidad pertenece a Ignacio Martín Sequeros. Al final, y con la intervención del escritor y abogado Fernando Vizcaíno Casas, la primera desistirá de seguir editando nuevas grabaciones del grupo.

Marín Sequeros y los hermanos Sainz se reencontrarán en Tren a Menphis, en 1986, y en Diáspora, 10 años después, que cierra la trayectoria discográfica del grupo.

“La música es la amalgama de mi vida —resume Ignacio, que ahora, mientras espera el momento de volver al escenario, disfruta colgando sus composiciones en Youtube—, lo que ha hecho que mi vida se mantenga firme y fuerte.”

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Miguel Fernández (Granada, 1962) ejerce el periodismo desde hace más de treinta y cinco años. Con 'Yestergay' (2003), obtuvo el Premio Odisea de novela. Patricio Población, el protagonista de esta historia, reaparecería en Nunca le cuentes nada a nadie (2005). Es también autor de 'La vida es el precio, el libro de memorias de Amparo Muñoz', de las colecciones de relatos 'Trátame bien' (2000), 'La pereza de los días' (2005) y 'Todas las promesas de mi amor se irán contigo', y de distintos libros de gastronomía, como 'Buen provecho' (1999) o '¿A qué sabe el amor?' (2007).