¿Quién pagará las pensiones cuándo nos hayamos ido?
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¿Quién pagará las pensiones cuándo nos hayamos ido?

La situación en Francia no es para tirar cohetes, pero pagar mis cotizaciones sociales al otro lado de los Pirineos me permite ser optimista en por lo menos una cuestión que me preocupa: mis probabilidades de cobrar una pensión de jubilación.

Después de una semana de papeleo y búsqueda de piso, lo tengo ya todo listo para empezar una nueva vida en Francia. Toulouse es una ciudad agradable, se come muy bien, tiene un centro histórico agradable para el paseante y mucha vidilla universitaria. Una suerte de Zaragoza al otro lado de los Pirineos, para entendernos.

Como suelo hacer en estos casos, leo a mi llegada la prensa local para tomar el pulso de lo que se cuece aquí. A pesar de que en la campaña electoral Hollande prometió posicionarse como un adalid de las políticas de crecimiento, el Gobierno encabezado por Jean-Marc Ayrault parece más bien un aplicado seguidor de las políticas austericidas impuestas por la UE. Eso sí, parece que la educación no se toca al contrario de lo que ocurre en nuestra casa, en cambio ciertas inversiones en líneas de alta velocidad consideradas no estratégicas se postergan hasta el 2050 en algunos casos.

La situación en Francia no es para tirar cohetes, pero pagar mis cotizaciones sociales al otro lado de los Pirineos me permite ser optimista en por lo menos una cuestión que me preocupa: mis probabilidades de cobrar una pensión de jubilación, ya que las francesas siguen siendo las campeonas de la natalidad del mundo desarrollado.

La pregunta que encabeza este post la lanzó el Nobel de Economía Paul Krugman en su blog hace unas semanas, y aunque a día de hoy no tiene aún respuesta, nos permite adivinar por dónde se va a aplicar la tijera en la próxima ronda de recortes.

Como Krugman recuerda en su post, existen ciertas condiciones para que una zona monetaria óptima funcione: cierta integración comercial, movilidad laboral y un sistema de transferencias fiscales hacia las regiones más desfavorecidas por las dos condiciones anteriores.

Alemania parece bien dispuesta a beneficiarse de los innegables beneficios que le supone la integración comercial así como a recibir con los brazos abiertos a los sureños que se quieran establecer allí como han dejado bien claro sus ministros de Economía y Trabajo recientemente. Sin embargo, se enroca al considerar la mayor integración fiscal, lo que hace difícilmente viable el futuro del euro, así como el de nuestros futuros pensionistas si no cambia el panorama, o si éstos no cambian de país. Malos tiempos para Europa en cualquier caso.