Desmoronamiento (¿sin retorno?) de Yemen

Desmoronamiento (¿sin retorno?) de Yemen

Aunque menos mediático que otros escenarios, Yemen es una pieza esencial en Oriente Medio, tanto por su vecindad con Arabia Saudí (y su capacidad para desestabilizarlo), como por su posición avanzada en las rutas marítimas que conectan el Golfo con el Mar Rojo a través del Estrecho de Bab el Mandeb.

Aunque menos mediático que otros escenarios, Yemen es una pieza esencial en Oriente Medio tanto por su vecindad con Arabia Saudí (y su capacidad para desestabilizarlo), como por su posición avanzada en las rutas marítimas que conectan el Golfo con el Mar Rojo a través del Estrecho de Bab el Mandeb. A pesar de los reiterados intentos de pasar página, tras la caída del dictador Abdulah Saleh en 2011 -tanto mediante iniciativas de diálogo como ejerciendo la fuerza contra los distintos grupos de oposición-, hoy Yemen sigue sumido en un generalizado conflicto con, al menos, tres frentes abiertos.

El primero de ellos tiene a los huzis como protagonista destacado. Bajo el liderazgo de Abdelmalik al Huzi, este grupo ha adquirido una preeminencia en la escena nacional que lo asemeja al Hezbolá libanés, en el sentido de que sin necesidad de ocupar directamente el poder -tras su ocupación militar de la capital, en septiembre pasado, renunció a plantear un golpe de Estado contra el debilitado Mansur Hadi- es quien impone crecientemente su agenda en buena parte del país. Con el balance de seis guerras perdidas desde 2004 contra Saná, el grupo Ansar Allah -creado en 1992- parece haber salido definitivamente de su feudo montañoso en la provincia de Saada para imponer su dictado en todo el país, liderando incluso demandas populares como la crítica a la subida de precios de los carburantes o los problemas que plantea la acuciante escasez de agua en buena parte del país.

En su afán por revertir la situación de marginación tradicional que afecta a los zaidíes (un tercio de la población yemení) y de hacer frente al islamismo radical del grupo Islah (rama local de los Hermanos Musulmanes), han sumado a sus propias fuerzas el apoyo apenas disimulado de Irán (aprovechando su común pertenencia al chiismo, aunque los primeros sean septimanos y los segundos duodecimanos). En estos últimos tiempos, también vuelven a contar con el apoyo del depuesto Saleh, quien, desde su posición de presidente del mayoritario Congreso General Popular, trata de recuperar el poder, complicando hasta el extremo la posición de su otrora fiel Hadi. Como resultado de todo ello, y como se ha podido comprobar en estos últimos meses de ofensiva hacia el sur (tomando objetivos tan importantes como la capital y la ciudad costera de Al Hudaydah, segundo puerto yemení) se ha convertido en la única fuerza capaz de mantener unido a Yemen, actuando como un pacificador violento contra quienes, por diversas consideraciones, cuestionan el poder de Hadi.

Entre estos últimos, sobresale la amenaza que representa Al Qaeda para la Península Arábiga, la franquicia más potente de todas las que todavía se encuadran en la red terrorista global de Al Qaeda. Desplazados en su día de Arabia Saudí, este grupo ha aprovechado el vacío de poder generado durante la crisis que finalmente expulsó a Saleh del poder para ampliar sus acciones hasta consolidarse como una amenaza que no se contenta con atacar objetivos locales, sino que también incluye intereses extranjeros. Ni siquiera la creciente implicación militar de Washington (especialmente con ataques selectivos llevados a cabo con drones armados contra sus principales líderes) ha impedido reducir su capacidad operativa).

No menos importante es el reto que plantea el movimiento secesionista localizado preferentemente en el sur del país, encabezado por el grupo Al Hirak al Yanubi, creado en 2007. Recogiendo la pretensión independentista de la antigua República Democrática Popular de Yemen (1962-90) y los rescoldos del último enfrentamiento bélico (1994), que se saldó con la victoria gubernamental. Este grupo pretende representar a una población que se siente discriminada por Saná, contando además con que los principales yacimientos petrolíferos se ubican precisamente en el sur del país.

A pesar de estos poderosos condicionantes negativos, Hadi sigue empeñado en sacar adelante su plan de convertir a Yemen en una república federal, estructurada en seis regiones (cuatro en el norte y dos en el sur), en un intento de encajar las diferentes sensibilidades tribales.

Asimismo, ha conformado un nuevo gabinete ministerial (tras haber aceptado las exigencias de los huzís de cesar al anterior primer ministro), en el que los huzís cuentan con seis carteras, el Congreso General Popular se reserva ocho, otras tres son para Islah, hay un 40% de ministros originarios del sur independentista y 18 quedan en manos de independientes (tecnócratas). En todo caso, la viabilidad de este nuevo equipo queda en manos de Saleh, dado que su condición de presidente del Congreso General Popular (del que el propio Hadi era vicepresidente, y que cuenta con 238 diputados de un total de 301 en la cámara nacional) le permite bloquear la aprobación parlamentaria del nuevo gobierno si no se atienden sus reclamaciones. Y así Yemen se va acercando cada día más hacia el abismo.