Recuperación selectiva

Recuperación selectiva

Las fanfarrias del Gobierno pregonan estos días una verdad incontestable y, dicen, esperanzadora: la recesión se terminó y los inversores internacionales vuelven. La devaluación interna ha producido sus frutos, y lo ha hecho, además, en dos direcciones.

Las fanfarrias del Gobierno pregonan estos días una verdad incontestable y, dicen, esperanzadora: la recesión se terminó y los inversores internacionales vuelven a ver a España como un destino idóneo para sus inversiones. La devaluación interna ha producido sus frutos, y lo ha hecho, además, en dos direcciones.

Por un lado, hay que decir que las empresas españolas están muy baratas, de modo que resultan un bocado apetecible para los tiburones de las finanzas. No hay nada de malo en ello, ni mucho menos de indigno. Podríamos hablar incluso de justicia poética, pues fue el mismo argumento, su condición asequible, el que permitió al capitalismo español extenderse en otros mercados, sobre todo en Latinoamérica. Si ahora se produce el proceso contrario, resulta hipócrita expresar queja alguna. En segunda instancia, la rebaja de salarios se traduce en un incremento de la competitividad general de nuestra economía; porque la hora de trabajo en una gran empresa española se paga la mitad que en Noruega, por ejemplo, y mucho menos que en Alemania.

La recuperación hay que ubicarla, por tanto, en este escenario, y es también por esa vía por la que fluirá el dinero abundante que vuelve a mirar con aprecio a las oportunidades que generan las grandes empresas de este país. Pero hay un problema, y es el riesgo cierto de que la corriente de crédito se vea acotada a un escenario que ni mucho menos representa a la mayoría del tejido productivo español.

El gran problema de nuestro entramado político, el que se teje entre las grandes patronales, la CEOE, la banca y un Gobierno con ministros acostumbrados a la puerta giratoria -de la política a las multinacionales, y viceversa- es el hecho de contemplar la realidad sólo desde la perspectiva de una plutocracia condicionada por los intereses creados. Esta evidencia no ha hecho otra cosa que crecer durante las últimas décadas de nuestra joven democracia, con ejemplos sangrantes y un resultado evidente: el incremento de la desigualdad.

Deberíamos atender las sugerencias de Roberto Mangabeira, jurista y politólogo nacido en Brasil, no obstante un analista certero sobre nuestra doliente realidad: "El problema para España no es: ¿más o menos mercado? Es qué tipo de economía de mercado, y en base a qué reglas e instituciones. La tarea es democratizar el mercado, descentralizando radicalmente el acceso a las oportunidades económicas y profesionales, y atenuando las barreras entre los sectores más avanzados y los más atrasados de la economía española". Si el crédito vuelve a fluir, pero solamente en una sola dirección, en la digestión de la empanada inmobiliaria y los valores del Ibex-35, entonces estaremos hablando de una recuperación a la carta.