Femen: por qué feminismo al desnudo

Femen: por qué feminismo al desnudo

Luchamos desnudas para retar la perfección del patrón de lo que se considera una mujer, para liberarnos de cualquier cliché, somos la encarnación de la negación al patriarcado, del no a la tiranía de la dicotomía 'santa-puta'. Queremos independencia en solitario en esta guerra mundial.

Esta es la pregunta que asalta a gran parte de la sociedad cuando es testigo o lee en la prensa sobre una protesta de FEMEN. ¿Por qué en topless? "¿Es que no se dan cuenta de que están usando el cuerpo otra vez como reclamo?" Sí, por supuesto que lo sabemos, pero el porqué responde a algo mucho más complejo de lo que a priori piensan, tanto determinados sectores del feminismo, como la opinión pública en general.

A la hora de abordar esta cuestión en un artículo decido teclear en Google "topless y feminismo", automáticamente cientos de resultados aparecen, todos sobre FEMEN. Aún cuando se sabe perfectamente que el cuerpo de la mujer ha sido centro del discurso feminista desde los setenta especialmente, es ahora el activismo FEMEN el que resuena y genera un conflicto cargado de tensión.

Las causas por las que el uso del desnudo para la protesta política feminista se hace tremendamente lícito bebe de las tres grandes cuestiones contra las que se posiciona el movimiento: dictadura, religión e industria del sexo.

Dentro de la dictadura, se podría aplicar una frase de Judith Butler, que sostiene que el feminismo ha de ser entendido siempre como una lucha contra la violencia. Los regímenes dictatoriales son siempre una forma de gobierno opresiva terrorífica, que se fundamenta en el autoritarismo y la violencia extrema para con todo aquello que se plantea diferente al poder establecido. Derivado de este tipo de Estado, las condiciones que se crean para la población son deleznables, viéndose especialmente afectadas las mujeres, pues dentro de la dictadura, sea del signo que sea, la esencia del sistema patriarcal y su crueldad se ve exacerbada a la máxima potencia con total impunidad. Los cuerpos de las mujeres son puestos al servicio del sistema sin piedad, convirtiéndose en máquinas de explotación sexual, reproductiva, doméstica y laboral de los hombres. FEMEN es la rebelión, son las mujeres que dan la espalda a la dictadura y al dictador, al sistema patriarcal y al patriarca y su corte.

Con la religión, - y cuando se habla de religión, entiéndase cualquier religión-, tiene lugar un fenómeno de alienación que parece increíble pueda seguir vigente en la sociedad contemporánea del siglo XXI. En una era donde se supone que reina el intelecto, la razón y la ciencia, el panorama no pinta especialmente acorde a esa visión... Sino que los códigos morales de la religión siguen estando vigentes y se siguen aplicando al cuerpo de las mujeres. Desde los tiempos más antiguos se ha venido desarrollando un concepto totalmente ligado a la religión, la guerra: la guerra santa. La gran mayoría de los grandes conflictos bélicos se han producido y se siguen produciendo por motivos de fe. Unida a esta fe, que mueve sangre, se promueven toda clase de prácticas de tortura como las inmolaciones, las mutilaciones, la imposición de elementos de diferenciación entendidos como un símbolo de discriminación y anulación de la mujer, como el velo. También siguen estando vigentes cuestiones que atienden al honor, la honra y la virginidad que hacen que las mujeres sufran grandes agresiones y sean excluídas socialmente por su comunidad. Todo ello, gira en torno al cuerpo, pues en todas las grandes religiones patriarcales el cuerpo de la mujer no se ha entendido como un todo, sino que ha sido desmembrado y reglamentado a favor de la opresión masculina: un útero para engendrar, una boca para callar, una vagina para parir, en definitiva... Un cuerpo para servir. Porque ya lo decía la Biblia: "Parirás a tus hijos con dolor, y tu deseo te arrastrará a tu marido, que te dominará". Esta sigue siendo la ley para la cristiandad, y esa cristiandad puede acceder al poder que nos gobierna, dando como fruto reformas legislativas como la que Gallardón quiere sacar adelante.

Y al igual que ocurre con la religión, nuestro cuerpo también es susceptible de ser esclavo del placer de otros, pues es bien sabido que el trabajo de prostituta es el más antiguo del mundo, al igual que el sistema de tiranía más antiguo es el patriarcado. En un negocio donde se facturan al día más de cinco millones de euros, sólo en España, cualquier mujer es apta para ejercer la prostitución. El clima es idóneo: crisis económica, precariedad laboral, total discriminación de la mujer en el trabajo, pues somos peor pagadas y menos empleadas... ¿A qué nos empuja esto? Pues en un alto porcentaje a la industria sexual, que sólo se ocupa de vender carne al mejor postor dentro de la potente baza de la pobreza feminizada. Los clientes compran lo que más les gusta, la mujer calla. Su cuerpo vuelve, una vez más, a ser empleado como un objeto que funciona a merced del amo, vuelve a ser sirviente.

En definitiva nuestro cuerpo es alienado, usado, preñado, cosificado, violado, agredido, maltratado, vendido, explotado, mutilado, anulado y dictado por el sistema del patriarcado día tras día en cualquier parte del mundo tras la excusa de que nosotras lo decidimos, dentro siempre de una normatividad asimilada. Pero, ¿decidimos porque queremos o decidimos porque nos obligan?

Ante esto, las activistas FEMEN deciden desnudarse no para anunciar un coche, no para dar a luz a un hijo enviado, no para satisfacer al hombre, no para sentirnos sucias; nos desnudamos para luchar, para deshacernos de todas esas capas que nos han impuesto desde que nacemos. Luchamos desnudas para retar la perfección del patrón de lo que se considera una mujer, para liberarnos de cualquier cliché, somos la encarnación de la negación al patriarcado, del no a la tiranía de la dicotomía santa-puta. Queremos independencia, nuestros cuerpos luchan en solitario en esta guerra mundial por nuestro control sobre nuestro propio cuerpo y vida. Kruger dijo que el cuerpo de la mujer es un campo de batalla, y lo sigue siendo.

Nuestro topless plantea una tensión política que demuestra de una vez por todas la cara real del sistema, donde un hombre con el torso desnudo es aceptado, y el de una mujer es constantemente puesto en entredicho porque es aceptable que salga al ámbito público bajo una premisa feminista. No es plato de buen gusto para el patriarcado y su sociedad ver cómo la insumisión crece, cómo hemos dejado de ser un objeto pasivo. Por ello, el topless femenino usado como elemento de protesta es poderoso y el de un hombre, no.

Se ha querido tildar al sextremismo de un error dentro de la práctica feminista, se ha intentado evaluar un movimiento de carácter internacional como FEMEN alegando que se cae en la cosificación del cuerpo una vez más por usarlo como reclamo clave dentro de las acciones, pues existen otros símbolos y herramientas para hacerlo. Poniendo en marcha un mecanismo que deslegitimice el cambio.

El problema reside en que el fallo del sistema es tan imponente que no queda otro remedio que tomarlo por entero y subvertirlo en nuestro favor, por primera vez, sin ningún temor. Puede que estén cayendo en aquello que el patriarcado les ha inyectado, esa gran arma de boicot al feminismo una vez consigue ganar partidos y hacerse visible. Incluso en el caso del feminismo, se hace lícito poner una granada dentro de nuestra propia casa... Por el momento, FEMEN no ha puesto ninguna bomba pero ha hecho estallar el debate, mientras la sociedad se pelea por hacer que las FEMEN se vistan, nosotras paramos leyes misóginas, nos enfrentamos a traficantes de seres humanos y dictadores.

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