Un hombre compra una taza de inodoro por internet y arranca el 'acoso' digital: "Y seguía así, días, semanas"
“Y simplemente siguió”.

Los algoritmos publicitarios se han convertido en una de las herramientas más poderosas del mundo digital. Se trata de sistemas matemáticos capaces de procesar enormes volúmenes de datos y tomar decisiones automáticas a partir de un conjunto de instrucciones previamente definidas.
En el marketing digital actual, estos algoritmos analizan información demográfica, hábitos de consumo, búsquedas en internet, clics, interacciones en redes sociales e incluso la ubicación, para construir perfiles detallados de los usuarios y ofrecerles contenidos y anuncios cada vez más personalizados.
El objetivo de esta práctica es anticiparse a los deseos del consumidor y crear experiencias aparentemente hechas a medida. Sin embargo, cuando esta personalización se lleva al extremo, la frontera entre utilidad y saturación puede volverse difusa.
Eso fue precisamente lo que experimentó Piet Post, protagonista de una historia que comenzó como una compra doméstica rutinaria terminó convirtiéndose en una inquietante experiencia de persecución algorítmica.
Todo por una taza de inodoro
Tal y como relató en el medio neerlandés De Gelderlander, la simple adquisición de un asiento de inodoro por internet desató una avalancha de publicidad personalizada que lo acompañó durante días ––e incluso semanas–– en prácticamente todos los espacios digitales de su vida cotidiana.
“La tapa del inodoro estaba rota. Pedí una nueva, blanca y sencilla, sin funciones especiales. La pagué, la recibí y la instalé en quince minutos. Todo resuelto”, explica Piet. Pero tras ese gesto comenzó su pesadilla. Primero llegó una notificación en su móvil con “ofertas de tapas de inodoro”. Después, más anuncios: de otros colores, con bisagras premium, con valoraciones de clientes, con vídeos explicativos y hasta sugerencias de comprar varias “por si acaso”.
El fenómeno no se limitó a su navegador o a las redes sociales. Según cuenta, los anuncios le siguieron en la barra lateral del correo electrónico, en las páginas de noticias y hasta al pagar productos que no tenían ninguna relación con el baño. “Cada sitio web mostraba catálogos enteros de asientos de inodoro, como si se avecinara una escasez mundial”, ironiza en su artículo.
Fuera de casa
La experiencia fue aún más desconcertante fuera de casa. En el tren, la información del trayecto se mezclaba con mensajes personalizados: “Próxima parada: Ámsterdam Sur. Traveler Post, ¿has pensado en renovar tus artículos de aseo este mes?”.
En la estación, las vallas digitales parecían reaccionar a su presencia, cambiando discretamente de zapatillas o coches a imágenes de baños y tapas de inodoro. Incluso una avioneta sobrevolando la playa con una pancarta publicitaria —“La comodidad empieza en casa”— le resultó sospechosamente oportuna.
“Y simplemente siguió”, resume Piet. “Días. Semanas”. El producto que ya había comprado e instalado continuaba apareciendo como un recordatorio constante, sin que el sistema pareciera detectar que la necesidad ya estaba satisfecha.
