Triturar una pastilla "porque no pasa nada": el error más común que te puede jugar una mala pasada
Muchas llevan recubrimientos que controlan dónde y a qué ritmo actúa el principio activo, así que romperlos cambia su efecto y, a veces, puede multiplicar los riesgos.

Muchos lo hacemos sin pensarlo: vemos una pastilla grande, nos entra la pereza, la partimos con la mano o con un cuchillo de cocina mientras pensamos “total, no pasa nada”. Y sí, es cierto que hay medicamentos que se pueden partir, incluso triturar. Pero también hay otros que, si los manipulas, dejan de hacer lo que tienen que hacer.
En algunos casos la cosa no se queda en que ‘funcionan peor’: pueden provocar picos de concentración demasiado altos, irritar el estómago o convertir un tratamiento estable en una ruleta rusa digestiva. La Organización de Consumidores y Usuarios (OCU) lleva tiempo advirtiendo de ello, sobre todo ahora que proliferan los truquitos domésticos para tomar la medicación sin sufrir.
Todo arranca en la propia pastilla, ese pequeño milagro fabricado con más tecnología de la que parece. Dentro hay principios activos —lo que verdaderamente hace efecto— y un diseño pensado para que ese principio activo se libere en un punto concreto del tracto gastrointestinal y a una velocidad determinada. Aquí está la clave: si cambias la forma física del comprimido, cambias ese diseño. Y si cambias el diseño, cambias el efecto.
Cómo funciona de verdad una pastilla
Por eso los medicamentos suelen dividirse en dos grandes familias. Los de liberación inmediata, que no necesitan ninguna ingeniería especial, y los de liberación modificada, que sí la llevan. Los primeros suelen venir en cajas donde solo leemos “comprimidos”, “comprimidos recubiertos” o “cápsulas”, y normalmente no dan problemas. Los segundos, en cambio, lo dicen clarito en la caja: “cápsulas gastrorresistentes”, “liberación prolongada”, “liberación modificada”. Cuando aparece cualquiera de esas palabras mágicas, hay que poner el cuchillo bien lejos.
La diferencia es importante. En las formas gastrorresistentes, cada comprimido o cada gránulo dentro de la cápsula lleva una capa protectora que evita que se deshaga en el estómago. No es un capricho: así se protege al principio activo del ácido gástrico y, de paso, se evita que la mucosa se irrite. Medicamentos como el ácido acetilsalicílico —el famoso Adiro—, el diclofenaco, el omeprazol o el esomeprazol funcionan así. Esa capa protectora es justo lo que se rompe cuando partimos o trituramos la pastilla.
Algo parecido ocurre con los medicamentos de liberación prolongada o modificada. Están diseñados para ir soltando el principio activo poco a poco, mantener niveles estables en sangre y permitir tomas más espaciadas. Si los rompes, ese mecanismo desaparece: toda la dosis se libera de golpe, los niveles pueden subir más de la cuenta y el efecto deja de ser predecible. En algunos casos se reduce tanto la duración que el medicamento, directamente, deja de servir para lo que se prescribe.
La única excepción conocida está en algunas cápsulas como las de omeprazol o esomeprazol, que sí se pueden abrir para disolver su contenido en agua, siempre tal y como indica el prospecto. Pero incluso ahí hay que tener claro que cada gránulo sigue siendo gastrorresistente, así que no se pueden machacar.
Qué hacer cuando no puedes tragar una pastilla
Y luego están los medicamentos “peligrosos”: citotóxicos, hormonales, irritantes… todos esos que se usan, por ejemplo, en tratamientos oncológicos. En estos casos no es ya que no puedas triturarlos: es que manipularlos sin protección puede exponerte al principio activo. Vamos, que triturarlos no entra ni en el mismo planeta de las opciones.
Entonces, ¿qué hacer si realmente no puedes tragar una pastilla? Pues lo más sensato: buscar alternativas. La OCU recuerda que muchas veces existe el mismo medicamento en jarabe, en sobres, en gotas, en solución oral, en ampolla bebible o incluso en formas sublinguales o rectales. Y si no, siempre queda la opción de la fórmula magistral, que una farmacia puede preparar según tus necesidades. Basta con “preguntar al farmacéutico sobre la mejor opción”, que para eso están.
La próxima vez que tengas un comprimido rebelde en la mano y te entren ganas de convertirlo en polvo con un cuchillo, respira hondo. No es cuestión de dramatizar, pero triturar una pastilla “porque no pasa nada” puede liártela más de lo que crees. Mejor comprobarlo, y mejor aún dejar que el medicamento haga su trabajo tal y como está diseñado.
