Vida más allá de los Oscar

Vida más allá de los Oscar

Nadie puede aseverar con certeza que exista o no vida después de los Oscar. Es algo que, indudablemente, desconocemos. Lo único que cabe esperar, si se nos está permitido formular deseos, es que le quede una larga y próspera vida a los premios Oscar. Aunque solo sea para pensarlos. Aunque solo sea para extrañarnos.

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Foto: REUTERS

Una estatuilla, un discurso, una ceremonia de gala. Todo parece protocolario, más rutinario que solemne, una cita anual establecida como pura formalidad. Sin embargo, los Oscar no son una cita más. La experiencia apunta a que no se gana un Oscar todos los días. Ni todos los días ni en todas las ediciones; no olvidemos que hay autores que no se han llevado un Oscar en toda su carrera, por muy fructífera y rompedora que ésta fuera. Nadie diría que cineastas como Chaplin, Welles, Hawks, Fellini, Bergman, Hitchcock o Kubrick nunca obtuvieron un Oscar al Mejor director. Jamás.

No sé qué hubiera sido del devenir del cine sin El gran dictador, sin Ciudadano Kane, sin La fiera de mi niña, sin La dolce vita, sin El séptimo sello, sin Psicosis o sin El resplandor. Podría ampliar más el plano y decir que no concibo la cinematografía sin Tiempos modernos, La dama de Shanghái, Luna nueva, La Strada, Fresas salvajes, Vértigo o La chaqueta metálica. Piénsenlo, sería delirante escribir la historia del cine sin estas cintas, quedaría apenas hilvanada y, sobre todo, empobrecida con respecto a la que por suerte conocemos. Es tarde ya para enmendar semejante despropósito; por muy incomprensible que resulte, no queda más remedio que aceptar la idea de que el talento no siempre se ve amparado por el reconocimiento. Es una injusticia a la que el cine nos tiene acostumbrados.

Bien es cierto que, a veces, los Oscar resultan aciagos para sus portadores. Extendida es la leyenda de que pocos actores sobreviven a la estatuilla, y notoria la desaparición de muchos intérpretes tras obtener su Oscar. Pareciera como si, en lugar de reconocimiento a su valía, este homenaje deviniera carta de despido. Recuerdo que con motivo de la presentación de Danny the Dog en España, Morgan Freeman nos confesó que, por fortuna, él había conseguido romper con la racha aciaga de fenecer profesionalmente tras el Oscar. Y es verdad. Aunque también lo es, y en esto las estadísticas no me acompañan, que la dificultad de obtener un Oscar tal vez motive a los intérpretes; de ello existen algunos ejemplos notorios. Pensemos en Leonardo DiCaprio. Su denodado esfuerzo por obtener el galardón le ha llevado a arriesgarse al límite, a asumir roles extremos, a sacar lo mejor, y aun lo peor, de sí mismo.

Cualquiera podría pensar en Albert Camus y en su celebérrimo mito, entendiendo a DiCaprio como un renovado Sísifo intentando subir su perpetua piedra a la cima de la montaña del éxito. En ese peregrinar hacia la meta se puede pensar que Sísifo es feliz; quién sabe si DiCaprio pierde su obstinación al alcanzar su anhelado premio. Quizá si se lo niegan como a Cary Grant, y ha de esperar al Oscar Honorífico, también DiCaprio se convierta en un hito inmortal del estrellato hollywoodiense.

Y hablando de casos extraños y de coincidencias casi estotéricas, no podemos eludir uno de los casos más flagrantes de paradoja en lo que a los Oscar se refiere. Esta singularidad tiene nombre propio, Ennio Morricone. Por algún peregrino motivo, Morricone ni siquiera fue nominado por una banda sonora como la de Cinema Paradiso, ni obtuvo ninguna de las cinco estatuillas a las que estuvo nominado por filmes como La misión o Los intocables de Eliott Ness. Tal es así que Hollywood, en su propósito de compensar el desafuero, otorgó a Morricone un merecido Oscar Honorífico en 2006, viéndose nominado diez años después por su labor en Los odiosos ocho, de Quentin Tarantino. De llevarse la estatuilla en esta edición, podría romper el récord histórico marcado por Paul Newman al obtener un Oscar, al Mejor actor protagonista, justo un año después de recibir su premio honorífico.

Después de esta singular revisión a las congruencias y sinrazones de la mítica ceremonia, nadie puede aseverar con certeza que exista o no vida después de los Oscar. Es algo que, indudablemente, desconocemos. Lo único que cabe esperar, si se nos está permitido formular deseos, es que le quede una larga y próspera vida a los premios Oscar. Aunque solo sea para pensarlos. Aunque solo sea para extrañarnos.

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Lucía Tello Díaz. Doctora y profesora universitaria de cine. Directora y guionista.