Extremos mal avenidos

Extremos mal avenidos

La llamada extrema derecha europea ha llenado una parte importante en los medios de comunicación. Sobre el peligro de que estos partidos pudieran formar grupo parlamentario en la Eurocámara, lo cierto es que este es un viejo sueño que nunca ha tenido el éxito deseado por varias razones.

En los últimos meses, la llamada extrema derecha europea ha llenado una parte importante en el día a día de los medios de comunicación. Primero, antes de las últimas elecciones europeas, por el presumible éxito que le auguraban los sondeos en toda Europa. Después, para confirmar el mismo en las urnas y, como consecuencia, sobre el peligro de que estos partidos pudieran formar grupo parlamentario en la Eurocámara. Pero lo cierto es que este es un viejo sueño que nunca ha tenido el éxito deseado a lo largo de los años por varias razones: por el protagonismo de sus líderes, por el carácter nacionalista de estos partidos que hace que afloren intereses encontrados entre ellos y porque no son fuerzas homogéneas (razón del conglomerado de términos que se barajan en los medios de comunicación y académicos: neofascismo, neonazismo, extrema derecha, derecha radical, nacional populismo, rojo-pardos, nacional comunistas...). Nunca lo fueron, de ahí que los estudiosos de estos movimientos, desde los años veinte, no hayan logrado ponerse de acuerdo sobre cómo definir el fascismo, la extrema derecha, si son o no lo mismo..., confusión a la que han venido a sumarse los partidos de la antigua Europa del Este que admiran al mismo tiempo a Stalin y a Hitler.

En estos días ha logrado formar grupo en la Eurocámara el euroescéptico UKIP, del británico Nigel Farage, que rechaza cualquier equiparación con la extrema derecha y el racismo. Ha logrado reunir en el eurogrupo Europa de las Libertades y la Democracia a fuerzas variopintas como el inclasificable grupo italiano Movimiento 5 Estrellas, del italiano Beppe Grillo, y a los nacionalpopulistas Demócratas de Suecia, entre otros. Quizá lo único que les une sea el euroescepticismo o la eurofobia, según a quien se mire, y en algunos casos, la xenofobia. En cambio, la propiamente dirigente de extrema derecha europea -a quien tampoco entusiasma el término-, la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen, gran triunfadora de las elecciones en su país con el 25 % de los votos, no ha logrado el número mínimo de veinticinco diputados de siete países diferentes requerido para formar grupo en el Parlamento Europeo. Incluso se le ha ido con Farage una diputada disidente.

El intento de agrupar a las fuerzas, digamos que nacionalistas radicales, en un grupo europeo, nunca tuvo un éxito permanente. Como decíamos, el nacionalismo radical de estos partidos hace que afloren intereses encontrados difíciles de gestionar en un ente supranacional. Tras los intentos fallidos de crear en los años cincuenta una especie de internacional neofascista (Movimiento Social Europeo, Nuevo Orden Europeo, Movimiento Popular Europeo...) en 1979, Giorgio Almirante, al frente del italiano MSI, heredero directo del fascismo mussoliniano, intentó crear el grupo Euroderecha con movimientos afines -como la española Fuerza Nueva- en réplica al pujante eurocomunismo de aquellos años. No consiguió atraer a todas las fuerzas que quería y las disensiones internas entre los partidos que lo formaron acabaron con el mismo.

En 1984 es Jean Marie Le Pen, dirigente del Frente Nacional francés y padre de Marine Le Pen, el que crea el grupo europarlamentario Derechas Europeas junto al MSI italiano y al EPEN griego. Pero cinco años después, tras entrar en el mismo los Republicanos alemanes, se retira el MSI. Las tensiones en el Alto Adigio, región de Italia germanófona, les enfrenta, y Le Pen se inclinó por los alemanes en el litigio. A ello se unía el choque de personalidades entre Le Pen y Almirante, y la cuestión ideológica: los misinos italianos consideraban a los franceses y a los Republicanos alemanes demasiado conservadores al apostar por un modelo económico liberal que en aquel momento no compartían.

En los años noventa, una de las grandes estrellas de la extrema derecha europea es Jorg Haider, líder del FPO (Partido Liberal Austriaco). En 2002 propuso de nuevo unir a los "partidos hermanos" en la coalición Nueva Europa. De nuevo fracasó el proyecto porque Le Pen -bajo el argumento "Le Pen y Haider son muy diferentes"-, no quiso acercarse a un Haider criticado por sus opiniones sobre el III Reich. Pero la verdadera razón estaba en quién sería el líder, ya que Le Pen fue procesado por ideas similares.

Tres años después, es Le Pen quien pone en marcha Euronat pero sin ningún éxito ya que excluye a Haider y a la italiana Alianza Nacional, sucesora del MSI. En 2007, Le Pen vuelve a intentarlo en el Parlamento Europeo formando el grupo Identidad, Tradición y Soberanía. Lo integraron europarlamentarios de siete países: siete franceses del Frente Nacional (entre ellos, Le Pen y su hija Marine), un austriaco del FPO, tres belgas del grupo independentista flamenco Vlaams Belang, un británico independiente, dos italianos (una era Alessandra Mussolini, nieta del Duce), cinco rumanos del Partidul Romania Mare y uno búlgaro de Attaka. Dirigía el grupo europarlamentario el francés Bruno Gollnisch, del Frente Nacional. Sus dos principales objetivos eran combatir la Constitución Europea y la entrada de Turquía en la Unión. Pero el grupo tuvo una vida efímera ya que se disolvió en noviembre del mismo año. La razón: el Gobierno italiano del demócrata cristiano Romano Prodi aprobó la expulsión de los rumanos que cometieran un delito, así como de sus familias, y Alessandra Mussolini manifestó que éstos habían encontrado en Italia un medio de vida violando la ley. Los cinco diputados rumanos se sintieron ofendidos y abandonaron el grupo, el cual quedó disuelto al no obtener el mínimo de escaños necesarios.

El testigo se retoma dos años después en Budapest con la Alianza Europea de los Movimientos Nacionales, integrada por los frentes nacionales de Francia y Bélgica, el Partido Nacional Británico, la italiana Fiamma Tricolore, el húngaro Jobbik y la sueca Nationaldemokraterna (Democracia Nacional). En el manifiesto se defendía la diversidad europea y el respeto de las soberanías nacionales, políticas en favor de las familias, promover valores tradicionales y la solución al problema de la inmigración -su caballo de batalla- promoviendo el desarrollo de los países del tercer mundo. Su objetivo era formar grupo en el Parlamento Europeo pero nuevamente no lograron entre todos el mínimo de escaños requeridos.

En noviembre de 2013, Marine Le Pen, del Frente Nacional francés, y el holandés Geert Wilders, del Partido de la Libertad, volvieron a lanzar la idea de crear una plataforma común con fuerzas afines de cara a las elecciones europeas de 2014. Fueron claros triunfadores en las urnas pero al final no lo lograron por discrepancias internas: las manifestaciones antisemitas de Jean Marie Le Pen como el acercamiento de Marine Le Pen a los diputados neonazis griegos de Aurora Dorada y al alemán del NPD para poder formar grupo lo rechaza Wilders. Aunque contaban con el apoyo del FPO austriaco y de los separatistas flamencos belgas del Vlaams Belang y de la Liga Norte de Italia, al final les ganó la partida el euroescéptico UKIP británico. Sin embargo, si hubieran logrado formar un eurogrupo, habría que preguntarse cuánto tiempo habría durado.

No tener grupo en el Parlamento Europeo implica perder una serie de ventajas en el día a día, tener más presencia en los órganos parlamentarios, más tiempo en el turno de palabra, financiación... No obstante, con grupo o sin grupo, se les va a oír. Ya lo hicieron en la sesión inaugural del Parlamento Europeo -junto a los diputados del grupo que lidera UKIP- dando la espalda a la presidencia de la Cámara cuando sonó el himno europeo. La legislatura promete ser animada.