Madrid 2020

Madrid 2020

Más allá de las cifras y su maquillaje, las descomunales inversiones, el dudoso impacto benéfico en la imagen y la economía de una ciudad y de un país, los Juegos Olímpicos están bañados de un intangible emocional cuyo valor no se ajusta a las tablas excel. Una cita olímpica ejercería como tónico reconstituyente para la moral colectiva, y aunque la crisis económica, social, institucional y política que atravesamos no se cura con fórmulas mágicas, un buen chute de ilusión y energía ayuda a cualquier enfermo a afrontar su recuperación.

¿Necesita Madrid los Juegos Olímpicos de 2020?

No.

¿Y España?

Tampoco.

¿Entonces? Si este sábado Madrid se convierte en sede olímpica, ¿lo celebramos o lo lamentamos?

Sería una fantástica noticia.

Porque más allá de las cifras y su maquillaje, las descomunales inversiones, el dudoso impacto benéfico en la imagen y la economía de una ciudad y de un país, los Juegos Olímpicos están bañados de un intangible emocional cuyo valor no se ajusta a las tablas excel. Una cita olímpica actuaría como un tónico reconstituyente para la moral colectiva, y aunque la crisis económica, social, institucional y política que atravesamos no se cura con fórmulas mágicas, un buen chute de ilusión y energía ayuda a cualquier enfermo a afrontar su recuperación.

Lo que no necesitamos son espejismos que deformen una realidad que sigue siendo muy, muy fea. Se agradecen los esfuerzos del Gobierno por vender (aquí y fuera) que ya hemos tocado fondo y que estamos acariciando la recuperación, pero aún no sabemos si esos 31 parados menos registrados en agosto son un efecto óptico o significan realmente un punto de inflexión. Y aunque todo apunta a que efectivamente podríamos estar dejando atrás la etapa de destrucción de empleo, tampoco sabemos si la caligrafía de la recuperación se escribe con esa temible "L" que refleja el estancamiento tras la caída, como ha ocurrido en Japón durante dos largas décadas.

De momento, el curso político arranca bajo los mismos nubarrones de antes de las vacaciones: con un presidente del Gobierno negándose a aceptar hasta qué punto el caso Bárcenas cercena su credibilidad y envenena el ambiente; con el partido socialista boqueando en las encuestas, incapaz de recortar distancias y aferrado a un calendario de supervivencia; con los defensores de la independencia de Cataluña ampliando apoyo social y listos para exhibir músculo en la Diada, y con una única cita electoral a la vista, las elecciones europeas del próximo año, en las que el voto de castigo puede superar de largo, por primera vez, a la indiferencia.

Dicen los europeístas pata negra que a Europa le falta relato; que el discurso de la paz que ha servido como prodigioso aglutinante durante la construcción de la UE ni apela ni seduce ya a los jóvenes europeos. Pero no es fácil encontrar un argumento atractivo, tras el desencanto que ha producido la gestión económica de la crisis, y el desmesurado peso de Alemania en la toma de decisiones. Si a ello sumamos la mala costumbre de los partidos españoles de aparcar en sus listas a los correligionarios incómodos, prejubilados o molestos, el panorama invita a salir corriendo, a pesar de que la UE sigue siendo el proyecto más ambicioso, improbable y formidable que tenemos entre manos.

Los Juegos Olímpicos no son una panacea, ni sustituyen ese relato colectivo que algunos echan en falta también para el país. Pero albergarlos en 2020 sería para Madrid una oportunidad de oro para repensar la ciudad, suavizar sus aristas, apoyar una transformación que la haga más sostenible, más puntera, más vital y más solidaria. A pesar de su alcaldesa -las últimas intervenciones de Ana Botella en Buenos Aires ante la prensa internacional son, más que ridículas, preocupantes-, Madrid bien merece unos Juegos. No los necesitamos, pero ¡qué gran noticia sería tener en el horizonte una antorcha a la que aferrarse!

(Quiero compartir la última información confidencial que me llega sobre lo que va a pasar en Buenos Aires. Fuentes -habitualmente- bien informadas me aseguran que sí, que esta vez Madrid es la favorita y va a alzarse con los Juegos de 2020, a pesar de las apuestas. Otras fuentes, también muy fiables, afirman por contra que Tokio, por abrumadora mayoría -y a pesar de Fukushima-, será la elegida. Y a punto de cerrar este post, me soplan que Estambul es la gran tapada, y va a dar la gran sorpresa: el COI está entusiasmado con unas Olimpiadas llenas de simbolismo, a caballo entre Europa y Asia. Así que, ocurra lo que ocurra, no me negarán que estamos... bien informados)